En un mundo cada vez más impactado por los residuos y por la indiferencia, Eliana Contino propuso en Salta algo tan simple como revolucionario: hacer que los residuos vuelvan a tener valor. No valor solo económico, sino social, ambiental, educativo. Lo dijo con claridad durante su participación en el ciclo Hablemos de lo que viene, bajo el lema Ambiente: la hora de la inteligencia colectiva, organizado por El Tribuno.
“¿Y si les dijera que el cambio que necesita nuestro planeta no está en grandes decisiones, sino en pequeñas acciones colectivas?”, fue la frase que eligió para abrir su exposición. Desde ese primer momento, su mensaje fue directo, concreto, sin adornos. Habló de basura, pero no desde el miedo, ni desde el juicio. Habló de basura desde la experiencia de haberla visto, tocado, separado, reutilizado y convertido en oportunidad. Habló desde un lugar específico: Colonia Santa Rosa, al norte de la provincia, donde un grupo de mujeres logró organizar una cooperativa de reciclaje en uno de los territorios más olvidados de la gestión ambiental estatal.
Una problemática visible, pero naturalizada
“Vengo a hablarles de algo que todos generamos, todos vemos y muchas veces evitamos pensar: los residuos”, dijo. La basura, explicó Contino, es un problema tan cotidiano que suele ser invisibilizado. Está en cada calle, en cada esquina, en los patios del fondo, en las cunetas y canales. Pero también está en los barrios, creciendo en forma de basurales, en espacios donde alguna vez hubo juego o sombra.
“Seguramente cada uno de ustedes en el camino a casa ha visto por lo menos un basural. Nosotros empezamos a preguntarnos quién era el responsable y cómo podíamos mitigar eso. ¿Cómo ayudamos desde nuestro lugar?”
Esa pregunta fue el punto de partida. No partieron de un programa oficial, ni de una ONG. Partieron de una conversación entre vecinas. Se sentaron, observaron, pensaron juntas. Lo primero que detectaron fue una contradicción: la promoción de la separación de residuos no tenía sentido si todos los residuos —separados o no— terminaban en el mismo destino final.
“Si hacíamos una promoción de conciencia ambiental y todos separaban los residuos, igual iban a parar al mismo lugar. Solamente que separados. La contaminación iba a ser la misma”.
Nace una organización comunitaria
Esa constatación fue clave. Si no había una estructura estatal adecuada, era necesario crear una. Así nació la idea de una cooperativa de reciclaje, integrada por mujeres del territorio, muchas de ellas jefas de hogar, otras con trabajos informales, todas con voluntad de hacerse cargo de un problema colectivo sin esperar que alguien más lo resolviera.
“Decíamos: ‘Hacemos una recolección diferenciada’. Vimos que había mucha gente trabajando en los basurales, recuperando lo que tenía valor. Nuestra idea era evitar eso. Que los reciclables salieran desde los domicilios, limpios, directamente al reciclado. Que vayan a manos de recicladores. Así generamos puestos de trabajo mucho más salubres.”
La propuesta no era solo ambiental. Era social, sanitaria, laboral. Buscaba evitar que las personas tuvieran que revolver basurales para sobrevivir. Y proponía un sistema simple, basado en algo básico: que el residuo limpio y separado desde el origen llegue a quienes saben darle un nuevo uso.
El modelo: economía circular, compromiso y comunidad
Contino expuso con precisión el funcionamiento del sistema. La recolección se basaba en dos grandes categorías: por un lado, los residuos reciclables, como botellas PET, latas de aluminio, vidrio, papel y cartón. Por otro lado, los residuos húmedos y sucios, que debían ser retirados por el municipio.
La cooperativa se encargaba del primer grupo. Recogía, clasificaba, limpiaba y acondicionaba los materiales para su venta como materia prima a la industria del reciclado.