Cada 5 de junio, la literatura universal recuerda a uno de sus autores más influyentes, visionarios y entrañables: Ray Bradbury, fallecido en 2012, cuando estaba por cumplir 92 años.
Aunque se lo asocia principalmente con la ciencia ficción, su obra va más allá del género y revela a un humanista, un poeta del porvenir y un amante empedernido de los libros. Su legado literario sigue ardiendo como las páginas prohibidas de Fahrenheit 451, una de sus novelas más icónicas, escrita —dato no menor— en apenas nueve días.
A lo largo de su vida escribió más de 600 cuentos, 27 novelas, decenas de ensayos, poesía y guiones para cine, televisión y teatro. Para mantener viva su memoria, estas son algunas de sus facetas más sorprendentes, conmovedoras y entrañables.
El escritor que nunca manejó
Pese a haber imaginado civilizaciones alienígenas, ciudades invisibles y colonias humanas en Marte, Bradbury nunca aprendió a conducir un automóvil. A los 16 años presenció un accidente vial fatal y quedó marcado para siempre. Rechazaba el coche como símbolo del progreso deshumanizado. “Los coches matan más gente que las guerras”, solía decir. En Los Ángeles, una ciudad construida para automovilistas, caminaba, tomaba colectivos o era llevado por amigos.
En una entrevista animada de PBS (Blank on Blank), el propio Bradbury afirmaba que el miedo al automóvil era también una metáfora de su amor por el tiempo lento, la contemplación, y los detalles cotidianos que nutren la escritura.
Fahrenheit 451, escrita en solo nueve días, se convirtió en un manifiesto contra la censura y el conformismo
Fahrenheit 451: una carrera contra el reloj
Fahrenheit 451 fue escrita en nueve días en el sótano de la biblioteca de UCLA (Universidad de California en Los Ángeles). Bradbury alquiló una máquina de escribir por monedas y escribió sin parar. El título hace referencia a la temperatura (en Fahrenheit) a la que se quema el papel. La novela narra una sociedad donde leer es delito y los bomberos ya no apagan incendios: los provocan, quemando libros y bibliotecas.
Es uno de los grandes manifiestos del siglo XX contra la censura y el conformismo. Su protagonista, Guy Montag, termina por rebelarse, empujado por una simple pero potente sospecha: “Tal vez los libros puedan ayudarnos a salir de la cueva”.
Una constelación con su nombre
Bradbury dejó su huella en el cosmos: el asteroide (9766) Bradbury lleva su nombre, en reconocimiento a su influencia en la cultura científica y popular. La tripulación del Apolo 15 bautizó como Dandelion a un cráter lunar, en homenaje a su novela Dandelion Wine. También tiene su estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood.
Alguna vez, Bradbury expresó un deseo íntimo: “Ya les dije a las personas responsables de los viajes espaciales que, cuando muera, vayan y pongan mis cenizas en una lata de sopa Campbell’s y las lleven a Marte para enterrarlas en un lugar llamado ‘Abismo Bradbury’. Ya no podré ser la primera persona viva en llegar a Marte, pero al menos quiero ser el primer muerto en llegar tan lejos”.
La relación de Bradbury con Argentina se fortaleció gracias a la Feria del Libro de Buenos Aires y a la editorial Minotauro
Argentina, el amor inesperado
En 1997, Bradbury visitó la Feria del Libro de Buenos Aires y fue tratado como una celebridad. Dio entrevistas, charlas y encuentros con lectores, entre ellos Adolfo Bioy Casares, y fue el centro de todas las miradas. Según el filósofo argentino Pablo Capanna, firmó libros durante horas y se sacó fotos con todo el mundo “como un abuelo entre sus nietos”.
La relación con Argentina venía de antes. Fue uno de los primeros países en traducirlo al español, gracias al editor Francisco “Paco” Porrúa, fundador de la legendaria editorial Minotauro. Además, Jorge Luis Borges escribió el prólogo a la edición local de Crónicas marcianas, donde expresó: “Los marcianos, que al principio del libro son espantosos, merecen su piedad cuando la aniquilación los alcanza. Vencen los hombres y el autor no se alegra de su victoria”.
También el escritor Marcelo Cohen tradujo parte de su obra, y reconoció que Crónicas marcianas fue una puerta de entrada para toda una generación de lectores de ciencia ficción.
Un artista total
Bradbury no solo escribía: también pintaba. Su estilo, cercano al naíf, revelaba su interés por la infancia, los colores planos y las formas oníricas. En su estudio de trabajo convivían máscaras, juguetes, cómics, robots, calaveras mexicanas y fotos familiares. Era un universo en miniatura que nutría su imaginación.
El asteroide (9766) Bradbury y un cráter lunar llamado Dandelion rinden homenaje a su impacto cultural
Su vínculo con la ilustración también se manifestó en proyectos como Fantasmas para siempre, un libro experimental realizado junto al fotógrafo argentino Aldo Sessa, presentado en 1980 en el Observatorio Griffith de Los Ángeles ante 3.000 personas.
El niño que lloró por Alejandría
Cuando tenía nueve años, Bradbury supo del incendio de la antigua biblioteca de Alejandría. Lloró desconsolado. Años después, convertiría ese dolor en un fuego simbólico, escribiendo Fahrenheit 451. Para él, los libros eran vida, memoria, resistencia.
Nunca asistió a la universidad; fue autodidacta gracias a las bibliotecas públicas. Vendía diarios en las calles de Los Ángeles y escribía cuentos por las noches. Su lema era: “Escribí un cuento por semana. Es imposible escribir 52 cuentos malos seguidos”.
Ray Bradbury fue muchas cosas: un visionario, un contador de historias, un niño eterno enamorado de los cohetes, los dinosaurios y las bibliotecas. Pero, por sobre todo, fue un defensor del espíritu humano frente a los peligros de la desmemoria y la automatización.
A 12 años de su muerte, sus palabras siguen encendiendo hogueras en la imaginación de los lectores. En un mundo que corre, Bradbury continúa caminando. A pie. Despacio. Hacia Marte.