El avance de India, nuevo actor mundial

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La región de Cachemira, teatro del actual temible enfrentamiento bélico entre dos potencias nucleares como India y Pakistán, es junto a Gaza, donde confrontan el Estado judío y el régimen chiita de Irán, también países con poderío atómico, uno de los dos frentes más críticos de la situación mundial, cuyo desenlace es más incierto que la guerra de Ucrania, cuya finalización empieza ya a visualizarse en el horizonte.

La región de Cachemira, teatro del actual temible enfrentamiento bélico entre dos potencias nucleares como India y Pakistán, es junto a Gaza, donde confrontan el Estado judío y el régimen chiita de Irán, también países con poderío atómico, uno de los dos frentes más críticos de la situación mundial, cuyo desenlace es más incierto que la guerra de Ucrania, cuya finalización empieza ya a visualizarse en el horizonte.

Ambos conflictos guardan un notable paralelismo. Israel nació en 1948 por una decisión de las Naciones Unidas que estableció la partición de la Palestina británica para la instalación del Estado judío. Pakistán fue fundado en 1947 por iniciativa de Gran Bretaña, que en su plan para el otorgamiento de la independencia de la India promovió la creación de un estado en un territorio al que fue trasladada forzosamente la población musulmana que estaba dispersa en todo el territorio hindú. Podría decirse que Pakistán fue entonces el primer Estado Islámico, treinta años antes de la revolución chiita en Irán.

Gaza y Cachemira constituyen sendos subproductos de aquel proceso, que presenta otras tres semejanzas significativas. La primera es su carácter asimétrico. El poderío israelí, amplificado por el patrocinio estadounidense, es incomparablemente superior a la capacidad bélica de sus vecinos palestinos, incluso más allá del respaldo que éstos reciben de Irán. Lo mismo ocurre con la abismal desigualdad demográfica, económica y militar existente entre India y Pakistán, que a diferencia de lo que sucede en Medio Oriente carecen de apoyos significativos de terceros países.

La segunda similitud es que, a pesar del sentido originario de la partición territorial convalidada hace 78 años, el porcentaje de la población palestina en territorio israelí crece lenta pero inexorablemente mientras que, en ese mismo lapso, la India se convirtió en el asiento de la población musulmana más numerosa de mundo islámico. Este fenómeno demográfico, que en ambos casos obedece a la mayor tasa de natalidad de la población musulmana, genera tensiones políticas adicionales en ambos países.

El tercer parecido es que los dos enfrentamientos tienen una raíz religiosa, un rasgo que les imprime una peligrosidad adicional. No sólo están en juego intereses, sino que confrontan sendas creencias profundamente arraigadas durante siglos. Esa condición evoca más a las “guerras de religión” de la Europa de la Edad Moderna que al conflicto de Ucrania u otros semejantes de nuestra época, aunque su dimensión mundial esté en este caso agravada por el poderío atómico de los contendientes.

Existe empero una distinción cualitativa. En Medio Oriente ni Hamas ni Irán admiten la existencia del estado judío, cuya destrucción preconizan, y el gobierno de Benjamín Netanyahu desconoce también ahora la solución de los “dos estados” que en su momento aparecía como un principio de entendimiento entre ambas partes. En cambio, ni India ni Pakistán discuten la existencia de su contrincante como estado independiente. Esa admisión recíproca abre una posibilidad, todavía incierta, de un acuerdo entre las partes o al menos de un armisticio que, como sucede desde hace 72 años entre Corea del Norte y Corea del Sur, permita al menos una “paz armada” más o menos duradera.

El despertar de la India

La escalada bélica con Pakistán hizo que la atención internacional se focalizara en la India, una nación con una población de 1.450 millones de habitantes, cuyo número superó el año pasado a China, constituye la quinta economía mundial y la cuarta potencia militar, integra el selecto club de potencias nucleares y posee el tercer presupuesto de defensa global, que sostiene un ejército de tres millones de soldados, que es también el tercero en el mundo en cantidad de efectivos.

Con el gobierno de Narendra Modi, líder del partido Janata, una formación nacionalista de ideología “hinduista”, la India milenaria protagoniza un cambio profundo. En una sociedad signada por enormes contrastes, con abismales desigualdades sociales, los niveles de pobreza en que se debate un 25% de la población se contraponen con un desarrollo tecnológico que le permitió colocar un satélite artificial en la órbita de Marte a un costo de apenas 60 millones de dólares y lo posiciona como el primer exportador mundial de software y principal proveedor de talentos extranjeros de Silicon Valley. Es también la nación con mayor cantidad de ingenieros. Sus universidades encabezan la matrícula de egresados en esa profesión. Una encuesta consignó que el 70% de los adolescentes indios quieren ser ingenieros, lo que implica el porcentaje más alto a nivel mundial.

Modi utiliza la potencialidad digital de la India para avanzar en la modernización del país. A tal efecto, impulsa un plan para conectar el territorio nacional con un amplio abanico de aplicaciones, que incluyen la educación, la telemedicina y la facilitación de los trámites en los organismos gubernamentales. Procura que, a través de los teléfonos inteligentes, una gran mayoría de la población india tenga acceso a bienes públicos. La transferencia directa de los subsidios sociales a sus beneficiarios a través de sus celulares disminuyó drásticamente el clientelismo político.

Estas políticas sociales “4.0” se complementan con una estrategia de apertura económica orientada a promover la iniciativa privada y el emprendedurismo de los más pobres. En un sistema asfixiado por el reglamentarismo burocrático, los empresarios pueden utilizar ahora el portal “makeindia.com” para obtener las licencias para el funcionamiento de sus negocios en 72 horas. Modi llevó al plano nacional su experiencia al frente del estado de Gujarat, al que convirtió en el más dinámico económicamente de la India.

La contracara de este esfuerzo de modernización, basado en el empleo intensivo de las nuevas tecnologías de la información, es la reivindicación de un nacionalismo cultural “hinduista”. Modi imprimió al Partido Janata un giro liberal en economía, pero intensificó las raíces nacionalistas que históricamente constituyeron la base de su popularidad.

Modi imprimió a ese movimiento “hinduista” una impronta modernizante para llevar adelante una versión asiática de la “revolución conservadora”.

El líder indio introdujo otra innovación, inspirada en el ejemplo de Israel y la comunidad judía de la Diáspora. Promovió el protagonismo de la “India global”, a través de la acción de las colectividades diseminadas en todo el mundo para configurar un “lobby indio” favorecido por el hecho de que India es el país que tiene mayor número de connacionales residentes en el exterior. Por su elevado nivel educativo, los indios son el grupo étnico con el promedio de mayores ingresos de la sociedad estadounidense. El 70% de sus miembros tiene título universitario contra el 28% del conjunto de la población.

En política exterior Modi asume la continuidad del tradicional pragmatismo de la India. En la década del 60, cuando nace el Movimiento de Países No Alineados, cabía diferenciar el “tercerismo confrontativo” encarnado por la China de Mao Tse Tung, que buscaba estar igualmente lejos de Estados Unidos y la Unión Soviética, del “tercerismo cooperativo”, propiciado por la Yugoeslavia de Tito y la India de Nehru, que pretendía estar igualmente cerca de ambas superpotencias.

En esa línea, hace ya veinticinco años, un informe de la CIA caracterizaba a India como “el estado oscilante más importante del mundo”. Durante la guerra fría Nueva Delhi mantuvo un cuidadoso equilibrio entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Modi lo practica entre Estados Unidos y China. Económicamente India es parte del grupo BRICS, junto a China, Rusia, Brasil y Sudáfrica, pero a la vez integra la QUAD, una alianza cuadrilateral de seguridad conformada por Estados Unidos, Australia y Japón, a la que China define como “una versión asiática de la OTAN”.

Las previsiones de los organismos internacionales y las consultoras coinciden en señalar que en 2060 India será la tercera potencia mundial, detrás de China y Estados Unidos. En medio de la controversia con China acicateada por el gobierno de Donald Trump, ese “tercerismo asociativo” inaugurado por Nehru hace que esa futura tercera potencia pueda tornarse no en un” tercero en discordia” sino en un inesperado “tercero en concordia” en el nuevo escenario mundial.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales

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