La figura del samurái ocupa un lugar central en el imaginario colectivo japonés y global. Su imagen, asociada a la espada, el honor y la devoción incondicional, tuvo un origen profundamente vinculado a los ciclos de guerra civil y a la protección de los poderes aristocráticos durante siglos.
Tal como detalló National Geographic, los samuráis, también conocidos como bushi, emergieron como clase social durante el período Heian (794–1185), momento en el que lograron consolidarse lo suficiente como para convivir con la nobleza de la capital imperial, Heian-kyō (actual Kioto).
Desde sus primeras apariciones, estos guerreros adquirieron protagonismo a través de su destreza militar, en conflictos como la guerra de Ōnin y otras luchas internas que definieron el Japón feudal. Su prestigio no se basaba únicamente en la violencia, sino también en un sistema de valores que más tarde se conocería como Bushidō, el camino del guerrero.
Gloria aparente, declive real
Aunque muchos relatos literarios y cinematográficos sitúan al samurái en el período Edo (1603–1868), la estabilidad instaurada por el shogunato Tokugawa transformó su función radicalmente. Según explicó National Geographic, tras la victoria de Tokugawa Ieyasu y la conquista del Castillo de Ōsaka en 1615, Japón entró en una etapa de orden prolongado.
Exceptuando levantamientos aislados, como la rebelión de Shimabara (1637–1638), el país permaneció sin guerras durante más de dos siglos.
En este contexto, los samuráis quedaron desplazados de su rol histórico. La política de sakoku, instaurada por el tercer shogun Tokugawa, Iemitsu, restringió el contacto exterior y reforzó un control interno férreo, lo cual redujo significativamente las posibilidades de acción para la casta guerrera. National Geographic señaló que cientos de miles de samuráis se encontraron de pronto sin propósito militar, debiendo reinventarse en una sociedad en paz.
El orden impuesto por los Tokugawa consolidó la estabilidad política a costa de la funcionalidad de sus guerreros tradicionales (Wikipedia/Dominio público)
De espadachines a figuras marginales
La transición hacia una sociedad sin guerras no supuso la inmediata desaparición de la práctica marcial. En efecto, algunos samuráis se destacaron por su habilidad en duelos y demostraciones públicas.
Entre ellos, sobresale la figura de Miyamoto Musashi (1584–1645), quien, de acuerdo con la misma fuente, peleó y ganó cerca de 70 duelos, perfeccionando una técnica de combate con dos espadas: la katana y el wakizashi. También fue autor del Gorin no Sho (El libro de los cinco anillos), un tratado que todavía se estudia por su enfoque estratégico.
Sin embargo, la institucionalización de la paz limitó estas prácticas. En el siglo XVII se prohibieron los duelos, permitiendo el uso de la espada únicamente en casos de defensa personal. Muchos samuráis, ante la necesidad de justificar sus habilidades, recurrieron a la provocación verbal para inducir ataques y así poder responder.
De este contexto surgió la popularidad del iaijutsu, una técnica enfocada en desenvainar la espada con extrema rapidez. Esta destreza se desarrolló en numerosos dōjōs, donde se priorizó el aspecto estético del combate.
El cese de los enfrentamientos bélicos obligó a muchos samuráis a canalizar su destreza marcial hacia formas ritualizadas y sin propósito práctico (Wikipedia/Dominio público)
El surgimiento del rōnin y la yakuza
El ocaso del samurái como soldado fue paralelo al crecimiento del rōnin, el guerrero sin amo. Según National Geographic, este término —que significa “hombre de las olas”— simbolizaba una existencia errante y desligada de jerarquías.
La narrativa popular convirtió a los rōnin en figuras idealizadas, aunque en la práctica muchos terminaron como mercenarios, guardaespaldas o incluso jornaleros.
En las grandes ciudades como Edo (actual Tokio), una parte de estos exsamuráis encontró en el crimen organizado un espacio de subsistencia. Con el tiempo, estos grupos adoptaron estructuras jerárquicas y códigos inspirados —aunque deformados— en el Bushidō, dando origen a lo que más tarde sería conocido como la yakuza.
Tal y como describió National Geographic, sus miembros se identificaban mediante símbolos visuales y rituales, como amputaciones de dedos, que evocaban prácticas de expiación samurái como el hara-kiri.
La pérdida del amo no solo desarraigó a miles de combatientes, sino que allanó el camino para nuevas estructuras de poder en los márgenes de la ley (REUTERS/Kim Kyung-Hoon)
Sobrevivir en la burocracia o en el arte
No todos los samuráis quedaron marginados. Algunos lograron mantenerse al servicio de un daimyō, aunque con roles reducidos a tareas administrativas o de vigilancia, con remuneraciones escasas.
Las limitaciones impuestas por su código de honor —que les prohibía realizar actividades comerciales o financieras— llevaron a muchos a endeudarse, frecuentar prostíbulos o incluso vender sus armas para participar en rituales como el mizuage, una ceremonia vinculada a las aprendices de geisha.
Aun así, un número significativo de samuráis encontró una vía de expresión en el arte. National Geographic mencionó casos como el de Matsuo Bashō (1644–1694), destacado poeta de haiku y proveniente de una familia samurái; o el de Watanabe Kazan (1793–1841), pintor que fusionó el estilo tradicional japonés con técnicas occidentales. En esa misma línea, Kawanabe Kyōsai (1831–1889), también de linaje samurái, fue uno de los pioneros del manga.
Mientras algunos buscaron refugio en la administración o el entretenimiento, otros enfrentaron la paradoja de sostener su honor en tiempos sin guerra (Wikipedia/Dominio público)
Del ideal a la nostalgia
En el último tramo del período Tokugawa, algunos samuráis ocuparon cargos ceremoniales. Uno de los episodios más célebres que retoma National Geographic es la venganza de los 47 rōnin, quienes, tras el suicidio de su señor Asano Naganori, esperaron más de un año para asesinar a su ofensor, el funcionario Kira Yoshinaka. Todos fueron condenados a seppuku, simbolizando el último acto de fidelidad al antiguo código.
La ironía histórica, según la fuente, es que la victoria de Tokugawa Ieyasu —el más importante samurái del Japón— selló la decadencia de su propia casta. A medida que el siglo XIX introdujo nuevas presiones externas, el ideal del guerrero fue absorbido por un nacionalismo emergente al servicio del emperador.
Aún hoy, señala National Geographic, persisten ecos del espíritu samurái en expresiones culturales como la disciplina artística, la organización de la yakuza o la herencia militar. Textos como el Hagakure, recopilación de reflexiones del samurái Yamamoto Tsunetomo, evocan con melancolía una época en la que la lealtad, la muerte honorable y la serenidad ante la adversidad guiaban la existencia de estos guerreros.