La consagración de Roberto Francisco Prevost Martínez, un estadounidense de Chicago, descendiente de inmigrantes y que adoptó la nacionalidad peruana, es un indicio claro de que el colegio cardenalicio y la conducción de la Iglesia tienen una visión compartida, con matices, sobre la realidad del mundo en el siglo XXI.
Francisco dejó un último mensaje terrenal cuando, con su último aliento, visitó a un grupo de presos el Jueves Santo y, el Domingo de Pascua, recorrió la Plaza de San Pedro para despedirse, desde allí, de la humanidad entera, horas antes de morir.
Su sucesor, León XIV, al asumir también dio señales claras, y en la misma dirección. Su invitación a “una paz desarmada, desarmante y también perseverante” y el alegato “ayudémonos los unos a los otros a construir puentes con el diálogo, el encuentro…”
Y puso su sello al recordar, emocionado, a Chiclayo, el pueblo de Perú que lo tuvo como obispo.
El nombre que eligió es una definición: León XIII, en 1891, promulgó la Encíclica Rerum Novarum, que fue la respuesta de la Iglesia Católica en una Europa conmovida por los efectos desoladores de una Revolución Industrial que se traducían en el empobrecimiento y la migración forzada de millones de trabajadores. Esa encíclica fue fundacional para la Doctrina Social de la Iglesia y por ese sendero transitó el catolicismo durante más de un siglo y se plasmó en el Concilio Vaticano II, donde la institución resolvió definitivamente abrirse al mundo. Es el pensamiento que vincula, más allá de ciertas diferencias, a todos los papas, desde Juan XXIII hasta Juan Pablo II y Francisco.
Olor a oveja
La historia personal de León XIV como misionero agustino lo formó en contacto con la pobreza en el Perú, y la hizo suya. Una prioridad con Jorge Bergoglio, que supo organizar a los curas villeros y compartió el transporte público en los suburbios porteños, ya como arzobispo de Buenos Aires. Por eso pedía “pastores con olor a oveja” así como León convoca a una “iglesia misionera”.
El nombre elegido marca un perfil social; como el de Francisco, ambos se asocian por la preocupación por los pobres y los marginales. La movilización colectiva que generó la muerte de Francisco en el mundo, así como la emoción con que se esperaba al nombre del nuevo jefe de los católicos, puede ser leída desde lo sobrenatural por el creyente, pero es un fenómeno social que incluye a los no creyentes. ¿Cuál es el poder de influencia política de la Iglesia Católica? Una respuesta de podría deducir, por ejemplo, de la procesión del Señor del Milagro: ¿Qué partido político sería capaz de convocar a esa cantidad de gente?
Más allá de las muchas miserias y contradicciones de la historia del cristianismo, la institución ya dura veinte siglos, en los que aportó una coherencia institucional notable y una elaboración dogmática consistente.
Y la religión, en general, que consiste nada más y nada menos que en la fe en aquello que es racionalmente indemostrable pero que da respuestas satisfactorias a la demanda humana de valores, que ninguna ciencia ni lógica pueden demostrar que sean falsas. Ni reemplazarlas. Stalin se preguntaba cuántas divisiones militares tiene el Santo Padre. La respuesta llegó rápido. El movimiento de obreros católicos y la democracia cristiana fueron la barrera del comunismo en Europa. Y el papado de Juan Pablo II, un factor decisivo en la caía de la Unión Soviética.
Es por esa dimensión política de su rol que un Papa necesita escuchar al pueblo. Y leer la realidad social de los tiempos.
El Colegio Cardenalicio, de hecho, ratificó ayer la vigencia de la Teología del Pueblo y de la Opción por los Pobres, sin que esto signifique una legitimación de cualquier cosa que haga un cura vilero.
La nueva era
Más allá de que las diferencias que existen, queda claro que, para Roma, las Américas son una gran preocupación. La aparición de misticismos libertarios o ultranacionalistas tienden a fracturar al cristianismo, pero, además, están sirviendo como apoyo a gobiernos como el de Donald Trump, Jair Bolsonaro o Nayib Bukele, que alimentan el racismo y la violencia discriminatoria.
León XIV deberá conducir a la Iglesia en una época de cambios profundos que amenazan, de diversas formas, a la dignidad humana. Las migraciones forzadas, la deportación de inmigrantes ilegales, el negocio cruel de los nuevos esclavistas, que cuesta miles de vidas en el Mediterráneo, la relativización de los derechos humanos, la erosión de la democracia a manos de corrientes que reivindican al fascismo o al nazismo configuran un escenario trágico.
Y las guerras. A Ucrania y Medio Oriente se suma ahora los primeros bombardeos entre India y Pakistán que también pueden involucrar a China.
Los 80 años de paz global parecen haber terminado. Estados Unidos retrocede en su liderazgo y, de la mano del actual presidente tiende a debilitar a la OTAN, a la ONU y a Europa, se ilusiona con mantener bajo control a Putin, heredero de la URSS y del zarismo y se involucra arriesgadamente en el conflicto de Medio Oriente. Y China, con su paciencia milenaria, avanza para convertirse en el nuevo hegemón.
Y las nuevas tecnologías proporcionan nuevas armas y nuevos instrumentos de comunicación.
Esta nueva era que ya está en marcha no solo anticipa un cambio en el orden mundial más profundo que el del siglo XX, sino también una transformación en la vida misma de las personas y las sociedades que escapan a la imaginación. Y en este nuevo mundo, León XIV deberá timonear la Nave de Pedro.