La historia se remonta a finales de los años 80, cuando una imagen de la Virgen de Fátima, que había llegado a Salta desde Buenos Aires, recorrió las fincas de la zona. En medio de una procesión, la imagen cayó a una acequia de baja profundidad, repleta de piedras. Lo sorprendente fue que la imagen no sufrió ningún daño. El hecho fue interpretado como un mensaje divino, y en el mismo lugar, los devotos decidieron erigir una gruta.
Sin embargo, el verdadero impulso de esta devoción llegó en 1995, cuando Carlos López, un trabajador rural de la finca, aseguró haber vivido una experiencia sobrenatural. “Me encontraba en mi casa, en finca Mirse, cuando vi que toda la habitación se iluminó. La imagen de la Madre de Dios se corporizó frente a mis ojos y sentí que me llamaba por mi nombre”, relató López en su momento.
Aquel suceso no fue único. Según contó el propio López, la Virgen se le apareció en varias oportunidades, y en una de esas visiones, le pidió que construyera una capilla en su honor. “Fue un momento mágico, indescriptible, de mucha paz”, recordaba el hombre.
Con la ayuda de los vecinos y el permiso de la propietaria de la finca, la capilla se convirtió en realidad. Y desde entonces, cada 13 de mayo, el lugar se transforma en un santuario vivo, donde los devotos llegan para orar, agradecer y renovar su fe.
La celebración no solo incluye la misa central, sino también una emotiva oración “sanadora”, una tradición que inició el propio Carlos López, quien, antes de la misa, colocaba sus manos sobre los hombros de los fieles, transmitiendo lo que muchos consideran un don de paz y sanación.
Hoy, aunque Carlos López ya no está, su legado permanece. El templo sigue en pie, los devotos continúan llegando, y la Virgen de Fátima sigue siendo el faro espiritual de una comunidad que no olvida el mensaje recibido en aquella finca de Cerrillos.