Alquimistas criollos en el poder

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Los alquimistas medievales fueron figuras fascinantes. En la ignorancia que existía en ese momento sobre las reglas básicas del funcionamiento del mundo; estos personajes experimentaron con sustancias tales como sal, azufre y mercurio – además de los clásicos fuego, tierra, agua y aire-, buscando “la transmutación de metales” -la magia que lograra convertir metales comunes en oro y plata-; la creación de la “piedra filosofal” -una sustancia con propiedades milagrosas capaz de curar enfermedades y otorgar la inmortalidad-; y, como si fuera poco, el “Elixir de la juventud” -una sustancia que se creía podía otorgar la vida eterna-. No se puede negar que eran en extremo ambiciosos.

Los alquimistas medievales fueron figuras fascinantes. En la ignorancia que existía en ese momento sobre las reglas básicas del funcionamiento del mundo; estos personajes experimentaron con sustancias tales como sal, azufre y mercurio – además de los clásicos fuego, tierra, agua y aire-, buscando “la transmutación de metales” -la magia que lograra convertir metales comunes en oro y plata-; la creación de la “piedra filosofal” -una sustancia con propiedades milagrosas capaz de curar enfermedades y otorgar la inmortalidad-; y, como si fuera poco, el “Elixir de la juventud” -una sustancia que se creía podía otorgar la vida eterna-. No se puede negar que eran en extremo ambiciosos.

La alquimia se consideraba una disciplina espiritual y filosófica, con ciertas conexiones con la religión, pero, con mayor frecuencia; con la magia. Muchos de los más famosos alquimistas eran religiosos y veían su trabajo como un camino para desvelar los secretos divinos tras la realidad.

Y, si bien la iglesia católica condenó estas prácticas -que se acercaban demasiado a la brujería-, muchos alquimistas tenían fuerte apoyo de la nobleza y de buena parte de la sociedad clerical. Si bien el alquimista medieval más famoso fue Nicolas Flamel; también lo fueron -en menor grado- Santo Tomás de Aquino y -en bastante mayor grado-, Sir Isaac Newton. De hecho se cree que Newton sufrió hacia el final de su vida una grave crisis de salud y mental, relacionada con la exposición al mercurio durante sus experimentos alquímicos. Paradojas de la ciencia.

Que el plomo o el mercurio puedan ser transformados en plata u oro sería el equivalente, en física, a la obtención del “perpetuum mobile”; una máquina que pueda funcionar eternamente sin necesidad de una inyección constante de energía externa. La termodinámica demostró que esto no es posible y que, sólo imaginarlo, implica violar todas las leyes conocidas de la física. Es como querer dividir por cero en matemáticas; algo imposible.

Es poco lo que sabemos; es mucho más lo que no sabemos; y de allí en más, se abre un océano infinito de cosas que ni siquiera imaginamos que no sabemos. Cuanto más se adentra la ciencia en los misterios de la naturaleza, descubre un gran número de nuevas preguntas sin responder. Es así después de los logros irrebatibles de la mecánica clásica de Newton; después del salto intelectual inconmensurable que representa la Teoría restringida de la relatividad de Einstein; sigue siendo así a pesar de los logros irrefutables de la física cuántica.

Pero, cuando la ignorancia se junta con la soberbia, o cuando la estupidez se viste de poder, podemos encontrarnos, incluso hoy en día, con la reencarnación anacrónica de los alquimistas medievales persiguiendo el sueño del “perpetuum mobile”; del “elixir de la juventud”; o la receta para la transmutación de los metales. E, igual a esos proto científicos que creían que experimentando con sal, azufre y mercurio podían develar los misterios del universo; hoy tenemos terraplanistas confesos convencidos de poder vencer la ley de la gravedad. La ignorancia no sabe cuánto no sabe.

No saber no es pecado. Cultivar la ignorancia sí lo es. Y, cuando se tiene más por aprender que por enseñar; la estridencia, la arrogancia, la violencia, la mala educación, la falta de respeto por el otro y la soberbia son rasgos para esconder, no cosas para mostrar. Este tipo de barbarismo debería ser vivido con vergüenza; no con orgullo. Mucho menos con altivez.

Quizás sea hora de fundar un país en el que se deje la ciencia a la ciencia; la política profesional a los políticos probos y con ganas de construir bien común para todos -claro, es verdad; no queda ninguno-; la economía a los técnicos serios y profesionales -verdad; también quedan cada vez menos-; la cultura a gente que sepa de cultura y que la ame; el arte igual; la geopolítica a los estudiosos de las relaciones internacionales; la ciencia del cambio climático a los científicos; la salud en manos de médicos serios y responsables; la justicia a los jueces probos y no en las manos de los sospechosos de siempre que nos hemos sabido conseguir; la seguridad en manos de quienes sepan algo en serio del tema; y la educación en manos de quienes quieran saber cada día más. En manos de aquellos que busquen educar con pasión y con la verdad.

Dejar que cada uno que sepa se dedique -con profesionalismo y con seriedad- a lo que sabe hacer y, el resto; esos nuevos alquimistas medievales; que se dediquen a la alquimia, la nigromancia, el esoterismo y la magia desde sus casas y a su riesgo; no del nuestro.

A la repostería y a vender tortas por internet, unos. Otros a aconsejar a quienes estén dispuestos a pagar “con la suya” por los servicios de “monjenegrismo”; intimidación a periodistas o violencia desmedida desde incontables cuentas anónimas en X; no “con la nuestra” y por medio de contrataciones directas del Estado que eluden todos los controles institucionales mínimos que les caben a los funcionarios públicos.

Y, de paso, me parece que también sería bueno que nadie tenga permitido hacer experimentos alquímicos económicos, políticos y sociales con nuestra economía y nuestra sociedad. Digo. No sé. Quizás. Tal vez.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales

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