Cónclave papal: El nombre, “la partida de nacimiento” de cada pontífice

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A pocas horas de que se inicie el cónclave que elegirá al nuevo Papa, una de las incógnitas que más atención genera en Roma no es solo la identidad del sucesor de Francisco, sino también el nombre que adoptará al asumir el cargo. Esta antiquísima tradición no es un simple formalismo: suele ser la primera declaración de intenciones del nuevo pontífice, cargada de simbolismo e historia. La Iglesia Católica considera el nombre del Papa como una suerte de “partida de nacimiento” de cada pontífice.

A pocas horas de que se inicie el cónclave que elegirá al nuevo Papa, una de las incógnitas que más atención genera en Roma no es solo la identidad del sucesor de Francisco, sino también el nombre que adoptará al asumir el cargo. Esta antiquísima tradición no es un simple formalismo: suele ser la primera declaración de intenciones del nuevo pontífice, cargada de simbolismo e historia. La Iglesia Católica considera el nombre del Papa como una suerte de “partida de nacimiento” de cada pontífice.

Desde que Jorge Mario Bergoglio eligió en 2013 el nombre de Francisco, en honor al santo de Asís y como gesto de cercanía a los pobres, se ha renovado el interés público en este gesto. Ahora, mientras los 133 cardenales con derecho a voto se preparan para encerrarse en la Capilla Sixtina, crecen las especulaciones.

La elección del nombre es uno de los momentos clave tras el resultado del cónclave. Una vez que el elegido acepta su designación, aún dentro de la Capilla Sixtina, se le pregunta cómo desea ser llamado. La fórmula clásica, leída después desde el balcón de la basílica de San Pedro, sigue un guion que conmueve al mundo: Habemus Papam… qui sibi nomen imposuit (“tenemos Papa… que ha decidido llamarse…”).

Aunque hoy se da por sentado, el cambio de nombre no fue una costumbre desde los inicios del cristianismo. De hecho, durante los primeros siglos, los obispos de Roma usaban sus nombres de pila, a veces acompañados de su lugar de origen. El giro llegó en el año 533, cuando fue elegido un sacerdote llamado Mercurio. Para evitar que un pontífice llevara el nombre de un dios romano, optó por llamarse Juan II. Desde entonces, la práctica se institucionalizó.

Elegir un nombre no es un gesto menor. A lo largo de la historia, ha sido usado por los papas como un mensaje programático. En el historial papal, el nombre más común ha sido Juan, elegido por 21 pontífices. Le siguen Gregorio (16), Benedicto (16), Clemente (14), Inocencio y León (13 cada uno), y Pío (12). Otros nombres han tenido menor repetición, como Esteban (9), Bonifacio (8) o Urbano (8).

Aunque no hay reglas estrictas, sí existe un tácito respeto por la historia, ya que nadie ha adoptado el nombre de Pedro, en deferencia al primer Papa y fundador de la Iglesia. Así, mientras Roma se prepara para la esperada fumata blanca, queda la duda sobre si el elegido ya tiene un nombre en mente. Lo cierto es que, en cuanto lo pronuncie, marcará desde el inicio el tono de su pontificado.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales

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