“¿Tenés hijos? ¿No querés adoptar?”: una pregunta sorpresiva y el camino hacia la paternidad impensada de un adolescente

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Nicolás y Julio, padre e hijo

—¿Vos tenés hijos?

—No.

—¿Y no querés adoptar?

Nicolás Martínez —un electricista de 47 años oriundo de Adrogué— había ido a llevar útiles de manera voluntaria a un hogar convivencial del conurbano bonaerense cuando una niña de 8 años lo descolocó con aquella pregunta. Al lado, otra nena, de unos 11, le explicó: “Es que ella está buscando familia”.

La escena ocurrió en marzo de 2023 y, hasta ese momento, la posibilidad de convertirse en padre no estaba en sus planes. Pero aquella tarde, mientras regresaba en silencio a su casa, el tema comenzó a dar vueltas en su cabeza. “Salí de ahí pensando: ‘Tengo una habitación vacía en casa y tengo trabajo. Me las traigo’”, recuerda hoy Nicolás en diálogo con Infobae.

De inmediato, se contactó con la directora del hogar. En esa charla entendió algo que desconocía: no todos los niños y niñas alojados en hogares convivenciales están en condiciones de ser adoptados. Muchas veces permanecen allí de manera transitoria, mientras sus familias de origen intentan resolver situaciones de violencia, adicciones u otros conflictos. Era el caso de las nenas con las que había hablado.

“Cuando corté la comunicación tuve que aclararme. Recuerdo que me pregunté: ‘¿Qué querés, Nicolás? ¿Querés ser padre de estas niñas o querés ser padre?’. Eran dos cuestiones muy distintas”, dice. “Aunque mi hermana había adoptado a mi sobrina Celeste, y ella ya era parte de la familia hacía tiempo, nunca se me había despertado la idea de que esa también podía ser una opción para mí”, agrega.

Días más tarde, luego de aclararse internamente, decidió anotarse en el Registro Único Aspirante Guarda con Fines Adoptivos (RUAGA) domiciliados en la provincia de Buenos Aires. Así comenzó su recorrido en el sistema de adopción monoparental, un proceso que lo llevó, meses después, a conocer a Julio, un adolescente de 14 años que había pasado por cuatro hogares y que, como tantos chicos mayores de 12 años, enfrentaba uno de los principales obstáculos para los de su edad: encontrar una familia.

8 de septiembre de 2023: el día que Nicolás y Julio se conocieron en el hogar de Villa Elisa

Un baño de realidad

“La primera charla preadoptiva fue un cachetazo”, admite Nicolás que, hasta ese momento, tenía una imagen idealizada del proceso. “Uno cree que hay chicos en un hogar que están esperando una familia y que, si uno tiene una familia para ofrecer, simplemente se concreta. Pero no funciona así”, explica.

En las entrevistas, asegura, conoció una realidad que no había imaginado: gracias a la reforma del Código Civil, en 2015, los deseos y necesidades de los chicos son parte central del proceso. Si un niño quería tener “papá” y “mamá”, o vivir en una familia con hermanos, él —como postulante monoparental y sin otros hijos— quedaba automáticamente fuera de consideración. “Empecé a darme cuenta de que las opciones se achicaban mucho”, señala. Además, entendió que la edad del adoptante influía. Cuanto mayor era el adulto, más difícil era que se le asignara un niño pequeño. “A eso sumale que había lista de espera. Pensé que, si lograba adoptar, iba a ser recién a los 50”, dice.

Con el asesoramiento de Paula Resnik, fundadora de la organización Adopten Niñes Grandes, Nicolás decidió ajustar su búsqueda: en vez de postularse para chicos de entre 4 y 10 años, amplió el rango de edad de 8 a 14 años. “En la planilla también puse que aceptaba discapacidad intelectual. Eso involucra el espectro autista, el síndrome de Down o un retraso madurativo”, explica. A partir de ese momento, la percepción de que adoptar en la Argentina era un proceso extremadamente lento y complejo —alentada, entre otros, por historias de figuras públicas como Marcelo Polino— empezó a resquebrajarse. “Entre mayo y agosto de 2023, me llamaron de 20 juzgados, aproximadamente”, dice.

Las estadísticas ayudan a entender el contexto. Según el último relevamiento oficial de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (SENAF), realizado en 2020, en el país había unos 9.700 niños, niñas y adolescentes institucionalizados, de los cuales apenas 2.200 contaban con la declaración de adoptabilidad​. El problema: aunque el 80% de esos chicos tenía más de 5 años, el 90% de los postulantes activos prefería adoptar a niños menores de esa edad.

Hoy no hay cifras actualizadas a nivel nacional sobre cuántos chicos permanecen alojados en hogares o cuántos tienen la posibilidad legal de ser adoptados. La única información disponible corresponde a los adultos inscriptos: según datos de abril de 2025 del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos (DNRUA), hay 1.305 legajos activos a nivel nacional, y más del 80% de esos postulantes manifiesta preferencia por bebés de hasta un año​.

En ese sentido, Nicolás está seguro de que extender el rango etario marcó un antes y un después en el proceso de adopción. “No me resigné, sino que resignifiqué la idea de adoptar. Mucha gente tiene el prejuicio de que los chicos grandes vienen con mil mambos, pero no es así. Solo son pibes que quieren que alguien los quiera, nada más”, resume.

“Mucha gente tiene el prejuicio de que los chicos grandes vienen con mil mambos, pero no es así. Solo son pibes que quieren que alguien los quiera, nada más”, dice Nicolás

“Creo que tengo el caso ideal para vos”

Cuando le hicieron el “ambiental”, Nicolás no lo sabía, pero ya había un nombre que empezaba a perfilarse en su historia: Julio. “La asistente que vino me dijo: ‘Creo que tengo el caso ideal para vos’. Pero no me dio muchos detalles más”, recuerda.

Mientras el proceso avanzaba, un golpe inesperado sacudió su vida y la de su familia. “Presenté los papeles un 3 de mayo, y el 7 mi hermano falleció”, dice. La pérdida puso en suspenso sus planes. Su madre, una de las dos personas que iba a figurar como aval en el expediente de adopción, atravesaba un duelo profundo, y Nicolás temió no poder cumplir con los requisitos exigidos. “Esperamos unos días para ver cómo estaba anímicamente y, gracias a Dios, pudo salir adelante”, explica.

Para mediados de mayo, empezó a recibir llamados de distintos juzgados. Le ofrecieron adoptar a varios chicos: algunos con situaciones muy complejas, con historias de violencia extrema, con desarraigos difíciles de resolver o con necesidades de atención permanente que él, a pesar de tener “red”, no podía garantizar. “Cada vez que decía que ‘No’, llamaba al juzgado para explicar el motivo”, cuenta. El miedo a parecer un “descartador” le pesaba, pero también sabía que no podía prometer más de lo que estaba en condiciones de sostener.

Fue después de varias negativas que volvió a aparecer el nombre de Julio, un adolescente de 14 años que había pasado por cuatro hogares convivenciales. Su ingreso al sistema había sido a raíz de una decisión que él mismo había tomado: negarse a volver con su familia de origen después de ser encontrado en situación de calle.

“Era el primer chico del que me habían hablado, pero su caso estuvo en pausa después de una vinculación fallida que lo había dejado en una situación frágil”, cuenta.

Solo cuando Julio estuvo listo para volver a intentarlo, y cuando Nicolás ya había pasado por la experiencia de discernir qué podía y qué no podía asumir, el encuentro se volvió posible.

28 de octubre de 2023: Julio (con la camiseta de la selección) en su primera salida transitoria del hogar con toda la familia Martínez

El encuentro tan esperado

La primera vez que se vieron fue el 8 de septiembre de 2023, en el hogar de Villa Elisa donde vivía Julio. Nicolás tenía que asistir solo, pero horas antes su hermana le hizo una pregunta clave: “¿Cómo vas a viajar hasta allá?”. No lo había pensado. “Hasta que ella me lo planteó, no me había dado cuenta de lo que significaba manejar 45 minutos con toda esa carga emocional encima. Pasaba del ‘Quiero llegar ya repleto de ansiedad’ al ‘No quiero ir porque me muero de miedo’. Menos mal que se ofreció a acompañarme”, cuenta.

En ese contexto, días antes, Nicolás preguntó a otros adoptantes qué le aconsejaban llevar para ese primer encuentro con Julio. Recibió decenas de sugerencias. “Me dijeron que llevara desde una pelota de fútbol hasta un mazo de cartas o golosinas. Al final me decidí por algo simple: mate y facturas. Me habían dicho que le gustaban las medialunas”, dice.

Aunque Nicolás lo desconcocía, Julio estaba igual o más nervioso que él. “Cuando llegué me estaba esperando en la puerta: no había dormido en toda la noche. Creo que su ansiedad sirvió para bajar la mía porque me concentré en calmarlo”, cuenta.

La primera charla fue “acartonada” y estuvo guiada por las asistentes del hogar: “¿De qué cuadro sos?”, “¿Qué te gusta hacer?”. La segunda visita fue a la semana siguiente y a Nicolás le permitieron ingresar con su hermana. A la tercera se sumó su sobrina Celeste y le llevó a Julio unos alfajores que ella misma preparó. “Desde el minuto uno, la vinculación no fue solo conmigo, sino también con mi entorno. Además, me ocupé de mostrarle todo lo que había fuera de ese hogar: hacía videollamadas con mis amigos, con mi vieja y con mi familia en Uruguay, para que él empezara a conocer lo que le esperaba afuera. Todo fue muy dinámico y muy orgánico”, cuenta Nicolás. Aunque también destaca un lado B: “Cuando los chicos son adolescentes, muchas veces, desde el hogar y desde el juzgado, ‘retacean’ cierta información para evitar que interceda en el proceso. En el caso de Julio, él tomaba una cantidad de medicación que, a medida que fue avanzando la vinculación, disminuyó al punto de que hoy no toma nada. Pero eso lo supe más adelante”.

Con los meses, el lazo entre ambos se fue consolidando. Las visitas, que al principio eran semanales, pasaron a ser dos veces por semana. Para fines de octubre, ya lo dejaban ir a pasar los sábados y domingos a la casa de Nicolás en Adrogué. “La primera salida familiar fue a la graduación de mi hermana, que había terminado un curso de gastronomía. Fuimos a la costanera y él empezó a contarme todo lo que no conocía. Se le mezclaban los recuerdos de andar juntando cartón con su familia. Fue muy movilizante”, recuerda Nicolás.

Mayo de 2024, Julio y Nicolás celebraron los 15 del adolescente. “Fue nuestro primer cumpleaños juntos en casa”, cuenta

—¿Cómo es Julio?

—Es un pibe muy noble y compañero. Es muy paternalista con los chicos más chicos que él y te lo voy a graficar con una anécdota: la primera vez que salimos del hogar fuimos a desayunar a una confitería. En un momento, estábamos hablando y noté que empezó a mirar hacia un costado. Yo le hablaba y él no me daba ni cinco de pelota. Y yo le seguía hablando y levantaba la voz para ver si me prestaba atención y nada. En un momento me dice: “Esperá, ya vengo”. Se paró, caminó hacia atrás mío y, cuando giré para ver a dónde iba, había ido a abrirle la puerta a una mujer que entró con un bebé en el cochecito. Hay algo en él que, a pesar de que lo que le ha tocado vivir, que es trágico y traumático, mantiene una nobleza que se explica muy poco. Esas cosas yo trato de reforzárselas para que no las pierda. Lo mismo con la lectura y la escritura. Está aprendiendo a leer y a escribir. No sabe hacerlo porque no tuvo estímulo, pero yo se lo exijo. No le pido que lo logre de la noche a la mañana, pero sí que le ponga esfuerzo. Ahí es cuando digo que no compro la historia del chico “pobrecito” que viene del hogar. No por falta de empatía, sino porque no le hago ningún favor. Eso él lo sabe. Creo que a partir de ahora tiene una oportunidad, que es mi responsabilidad dársela de la mejor manera, de ir hacia adelante.

—¿Cuándo te dijo “papá” por primera vez?

—Fue la segunda vez que nos vimos y para mí fue terrible. Después del primer encuentro, hicimos una videollamada porque él había quedado muy cargado de ansiedad. En esa conversación me dijo: “Yo te quería decir papá, pero me daba vergüenza”. Yo le respondí que no tenía por qué tener vergüenza, que si le salía, lo dijera. A partir de ahí empezó a decirme “papá”, aunque yo seguía diciéndole Julio. Hasta que un día él me marcó: “Vos nunca me decís hijo”.

—¿Y qué le contestaste?

—Le conté algo personal: que yo a mi papá nunca le dije “papá”, siempre le dije “Pepe”, porque así lo llamaban todos y nadie me corrigió. A mi mamá tampoco la llamaba así, le decía Mabel. Eso para mí era natural. Pero cuando él me lo planteó, empecé a incluirlo más, a decirle “hijo” en voz alta, porque me di cuenta de que para él sí era importante.

“La segunda vez que nos vimos me dijo ‘Papá’ y para mí fue terrible”, cuenta Nicolás

—¿Cómo describirías el vínculo entre ustedes?

—Cuando Julio se vino a vivir conmigo, en diciembre de 2023, lo primero que me preguntó fue: “¿Hacen joda en tu casa para las fiestas?”. Le expliqué que no. De hecho, yo casi nunca brindo en mi casa porque a las 12 estoy entregando juguetes en el barrio vestido de Papá Noel. Me miró y me dijo: “Qué aburridos que son”. A mí, esa manifestación me pareció maravillosa porque siento que se permite decir las cosas sin miedo a que generen tal o cual repercusión.

—No es un chico complaciente.

—No, y eso es lo mejor. El hecho de adoptar chicos grandes permite que te manifiesten lo que les pasa. En este año y medio, yo descubrí que nuestras mejores conversaciones vienen desde un conflicto, porque para él es más fácil descargarse y hablar. Hasta darme cuenta de eso pasamos por situaciones memorables, discusiones, gritos, crisis. De hecho, cuando él se enoja conmigo me llama por mi apellido: “Martínez”, me dice. Y yo lo amo. Lo amo porque eso es ciento por ciento de mi familia. Nosotros en las discusiones negamos los parentescos. Cuando mi vieja se enoja con mi hermana, me dice: “Tu hermana”, no me dice: “Mi hija”.

—¿Cómo te cambió la vida adoptar a un adolescente?

—Me cambió todo. Desde los horarios hasta mi forma de vivir. Yo trabajaba de noche y pensé que podía seguir igual: salía a las seis, lo llevaba al colegio, dormía unas horas y, cuando él volvía, hacíamos vida familiar. Pero no fue así. Durante los primeros meses me llamaban de la escuela a las ocho y media porque se sentía mal o estaba en crisis. Tuve que reorganizarme. También cambió la forma en que me relaciono con los demás. Antes iba por la vida sin que nadie me dijera nada. Ahora todo el mundo opina, cuestiona, se mete. Después está lo cotidiano: Julio corre maratones y le encanta bailar. Por momentos creo que le gustaría tener un padre más activo. Los dos nos esforzamos, pero él hace el doble de esfuerzo, porque carga con miedos que yo no tengo. El principal: el abandono. Eso está siempre. Cuando se terminó el período de Guarda y firmamos los papeles para empezar el juicio de adopción, miró a la jueza y le dijo: “Ahora sí que no vuelvo más a un hogar”.

11 de diciembre de 2023: el día que terminó el período de guarda y empezó el juicio por adopción que todavía está en trámite

El 13 de mayo próximo, Julio va a cumplir 16 años. Mientras avanza el juicio de adopción, la vida de la mano de Nicolás sigue llenándose de primeras veces juntos: “El otro día lo llevé a la cancha de San Lorenzo. Fuimos en micro con una de las peñas y, aunque no es muy fanático del fútbol y es hincha de River, creo que le gustó porque entendió por dónde pasa la cosa”, dice.

“Le dije que hasta que salga el juicio puede seguir disfrutando de River. Pero después, sí o sí, va a tener que hacerse de San Lorenzo”.

*Adopten Niñes Grandes es una una agrupación formada por madres y padres que trabajan para concretar el derecho a vivir en familia de los niños, niñas y adolescentes que aún esperan. Más información: www.adoptenninesgrandes.ar o [email protected]

Fuente: https://www.infobae.com/tag/policiales

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