Descubrieron en un camping argentino los restos de un animal enorme extinguido hace 10 mil años

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En Gualeguaychú, encontraron restos de un animal que habitó la zona hace 10 mil años

Durante el último verano, Horacio Vitasse recorría el camping Los Pinos, en Entre Ríos, cuando algo le llamó la atención. No era un palo, ni una piedra: parecía un hueso, pero de un tamaño inusual. Lo miró mejor. Lo tocó. Pudo desenterrarlo un poco más hasta que reconoció que no era de una vaca ni de un chancho. Era de otro animal.

“Mis papás me dijeron que habían encontrado algo raro y que no parecía de ningún animal del campo”, contó Evelyn, su hija. “Como conocen del tema, se dieron cuenta rápido de que no era normal por la forma y el tamaño”.

Los Vitasse no son paleontólogos, pero ya tienen algo de experiencia en la materia. No era la primera vez que aparecían restos antiguos en el camping que Horacio administra junto a su esposa René Eckerdt, a orillas del arroyo Las Piedras, en Gualeguaychú. “Yo ya me había contactado con los chicos del museo por otros restos que habían encontrado años atrás”, recordó Evelyn.

Enseguida dio aviso al Museo Almeida y los investigadores volvieron a la zona hace unos días. Esta vez, descubrirían, se trataba de algo más grande: un fragmento de húmero, el hueso del brazo, que pertenecía a un animal de la Edad del Hielo.

Los investigadores Nicolás Chimento y Juan Solari recolectaron los fósiles hallados por los vecinos

Con las primeras lluvias fuertes del año, el arroyo se desbordó y arrastró sedimentos. Y como pasa en estos casos, el suelo se fue lavando y dejó expuesto lo que estaba escondido desde hace miles de años. En ese rincón del camping, donde hoy se levantan carpas y se encienden fogones, alguna vez, caminó un perezoso gigante. Un megaterio, para ser precisos.

“Es increíble lo que aparece en el camping”, dijo Evelyn. “Antes habían encontrado fósiles de un mamut. Y ahora, esto. En cada hallazgo, rescatamos un poco de la historia del lugar”.

Juan Solari, representante de la Fundación Azara en el Museo Almeida, fue uno de los primeros en llegar al sitio. “Recibimos el aviso y fuimos a hacer la inspección”, contó en diálogo con Infobae. “Lo que encontramos nos dejó muy sorprendidos. Son restos bien conservados de un animal que habitó la región hace más de 10 mil años”.

Según relató Solari, los primeros restos estaban dispersos, pero cercanos entre sí. Había que excavar con cuidado para no dañar nada. Empezaron con una intervención preliminar, retirando los materiales más expuestos. Ahora le sigue una etapa más profunda, en la que confían que encontrarán más partes del esqueleto.

Los huesos del megaterio se encuentran en un excelente estado de conservación

El dato clave que derivó en la investigación fue el aviso vecinal. “La participación de los vecinos es fundamental. Sin ellos, no hay forma de saber que ahí hay algo. Es una zona extensa, y el conocimiento del terreno que tienen ellos es irremplazable”, sostuvo Solari.

El hallazgo activó un protocolo oficial en el que intervienen el Sistema de Áreas Naturales Protegidas y la Subsecretaría de Ambiente. Los organismos analizan el valor científico del fósil, su estado de conservación y el potencial para reconstruir cómo era la región hace milenios.

“Cada resto fósil nos habla no solo del animal, sino del clima, del ambiente, de qué comía, cómo se movía y qué enfermedades tenía. En este caso, además, nos permite estudiar ADN y proteínas fósiles. Es una oportunidad única”, remarcó Solari.

La historia empezó con una pala moviendo tierra al costado de un arroyo, pero terminó en un laboratorio paleontológico. Y eso no pasa todos los días. En palabras del investigador: “Lo más fascinante es que todavía hay muchísimo por descubrir en la zona”.

El camping Los Pinos parece estar emplazado sobre un capítulo enterrado de la prehistoria entrerriana y de Sudamérica toda. Ya hubo hallazgos previos, ya hay antecedentes de descubrimientos milenarios, y ahora, otra vez, un fósil se asoma para contar algo.

¿Pero qué se sabe de los megaterios? ¿Cómo era ese perezoso gigante que caminó por Entre Ríos hace más de diez mil años? ¿Por qué desapareció? ¿Y, sobre todo, qué lo conecta con el presente?

¿Qué hay detrás de los fósiles?

El megaterio fue una gran bestia. Su nombre así lo indica en griego, pero lo confirma la ciencia: fue uno de los mamíferos terrestres más grandes de Sudamérica. Si se paraba en dos patas, alcanzaba los seis metros de altura. Era tan alto como una jirafa y pesaba tanto como una camioneta con tráiler. Su cuerpo era robusto, pesado, con patas traseras potentes y garras delanteras del tamaño de un cuchillo de cocina.

El paleontólogo Nicolás Chimento, investigador del Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de los Vertebrados, recibió el llamado de Juan Solari, que lo contactó ni bien recibió el dato. Juntos se trasladaron hasta el camping Los Pinos para tomar conocimiento del hallazgo en primera persona. Al principio no supieron bien qué estaban viendo. Pero bastó acercarse un poco para entender la magnitud del descubrimiento. “Nos dimos cuenta enseguida de que se trataba de parte del brazo de un perezoso gigante”, le dijo a Infobae.

A diferencia de los perezosos actuales, el megaterio no vivía colgado de los árboles ni se movía lento entre las ramas. Caminaba sobre la tierra firme, en campos abiertos, donde buscaba hojas, frutos y raíces. Era herbívoro, y para conseguir alimento podía ponerse de pie, apoyarse en su cola y alcanzar las copas de los árboles más altos. No tenía dientes, pero sí una mandíbula fuerte que lo ayudaba a masticar ramas duras.

—¿Qué tipo de estudios se pueden hacer a partir de los restos que encontraron?

—Bueno, los restos de megafauna son relativamente recientes en la historia geológica —respondió Chimento—. Por lo tanto, este tipo de materiales pueden contener aún restos orgánicos, lo que quiere decir que puede extraerse parte del ADN de los huesos, también proteínas, y hasta se puede estudiar la histología para saber si era un ejemplar joven, adulto, si tenía alguna enfermedad o si había sufrido una quebradura, por ejemplo.

El paleontólogo Nicolás Chimento, junto al extremo distal de un húmero de “megatherium americanum”

El megaterio habitó durante el Pleistoceno, un período que terminó hace unos 10 mil años. El sur de Entre Ríos, según explicó Chimento, era por entonces un paisaje muy diferente al actual: predominaban los pastizales secos, similares a una sabana, un ecosistema ideal para grandes herbívoros como los megaterios y los mastodontes, que convivían con depredadores como los tigres dientes de sable o los lobos terribles.

Con la llegada del Holoceno, el clima empezó a cambiar. Las temperaturas subieron y los pastizales comenzaron a transformarse en bosques cerrados. Al mismo tiempo, otro factor irrumpió en el equilibrio ecológico: el ser humano. La caza, combinada con la pérdida de hábitat, fue letal para los grandes mamíferos sudamericanos. “La extinción fue producto de un combo de causas”, resumió el paleontólogo.

Se estima que los megaterios llegaron a pesar hasta cinco toneladas. Aunque enormes, eran más vulnerables de lo que aparentaban. Necesitaban grandes extensiones de tierra para moverse y alimentarse. Una vez que ese espacio se redujo, su supervivencia quedó comprometida. Según Chimento, cualquier especie que supere los mil kilos de peso está especialmente expuesta a las alteraciones ambientales.

—En el caso puntual de los megaterios, ¿cómo fue su proceso de extinción?

—Estos animales eran los mayores productores primarios en la cadena alimenticia de la Era de Hielo. Cuando el ambiente empezó a cambiar, se empezó a calentar hace unos 18 mil años, los bosques se expandieron y los espacios abiertos se achicaron. Eso, sumado a la presión de los grandes depredadores y del hombre, provocó una caída drástica en sus poblaciones.

El megaterio era un animal de enorme envergadura, uno de los megamamíferos que habitó Sudamérica durante la Edad de Hielo

A diferencia de África o Asia, América del Sur perdió por completo a sus megamamíferos. En otros continentes, aún sobreviven elefantes, rinocerontes o bisontes. Acá el tapir es el mayor mamífero terrestre nativo que queda 一y en alto riesgo一 y pesa apenas 300 kilos. Chimento cree que la historia de aislamiento del continente fue clave. “América del Sur estuvo mucho menos conectada con otras masas de tierra y eso también afectó su fauna”, señaló.

Los restos hallados en Gualeguaychú, además, tienen un valor agregado. No solo pueden reconstruir cómo era el animal, sino también aportar datos sobre su dieta, su salud y hasta su biología molecular. Para eso, es clave que el fósil esté en buen estado. Y en este caso lo está. La conservación del hueso es excelente y por eso decidieron avanzar en una revisión del terreno más exhaustiva.

Gracias a las nuevas tecnologías, es posible analizar el interior de los huesos sin dañarlos. También se pueden identificar microfósiles adheridos, como granos de polen o trazas de hongos, que ayudan a reconstruir el ambiente en el que vivió el megaterio. Incluso pueden estudiarse las marcas de dientes o herramientas, si las hubiera, para saber si fue cazado o murió por causas naturales.

El hallazgo de un fósil no es solo una ventana al pasado. Es también una señal de que todavía hay mucho por descubrir. No se trata solo de huesos, sino de preguntas que poco a poco encuentran respuestas: cómo vivían, por qué desaparecieron, qué señales dejaron en el terreno que habitamos. La Argentina esconde en su tierra un sinfín de misterios que esperan ser develados.

Fuente: https://www.infobae.com/tag/policiales

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