Trabaja como chofer de camioneta en Agrotécnica Fueguina, es personal trainer e instructor de musculación, estudió entrenamiento funcional y ahora se dedica a la preparación física de entrenamiento de combate: boxeo. Daniel Guerrero tiene 37 años, es padre un adolescente de 17 y entrenador de más de 30 chicos en el gimnasio de El terrible Cejas.
En este grupo de chicos tiene desde los amateur hasta los profesionales. Muchos de ellos, con una historia dura, con familias ausentes, y con los aprendizajes que traen las horas solitarias en la calle. “La calle es muy dura y no trae nada bueno”, reflexionó Daniel en su encuentro con El Tribuno. En su casa, sencilla, impecable y ordenada, una de las paredes está repleta de copas, medallas, fotos. Los buenos recuerdos y vivencias. Por su propia experiencia, Daniel sabe de lo que habla cuando habla de la calle. De las noches en las veredas, del trabajo en el vertedero, de la vida de carrero, del consumo de drogas, de no poder vivir sobrio.
Hace 10 años, en algún momento, Daniel se preguntó ¿porqué sigo vivo? Y la vida le contestó. Hoy le da la mano a una decena de chicos que no tienen quién los escuche, les de la chance de cambiar su historia.
“En el gimnasio, cuando uno ya se gana la confianza de los chicos, ellos te cuentan sus historias. Son fuertes. Tuve un chico que trabajaba en el basural que trabajaba en la calle y que me recuerda a mi infancia. Yo terminé la primaria y ahí me dediqué a trabajar”, recordó Daniel. El fue carrero, vendía tierra paras las plantas, hacía “changuitas”.
“En estos chicos, el problema económico que tienen, andar en la calle y empezar con cosas malas, nos los deja ver otra cosas. Entonces nosotros lo motivamos, les damos un incentivo para que cambien su vida. Que entrenen con nosotros, y si no tienen, los dejamos que vengan gratis. La idea es que se porten bien, que hagan las cosas bien, que se cuiden con la alimentación, siempre aconsejándolo y guiándolo”, describió Daniel, que pasó por todas para llegar dónde hoy se encuentra.
Su experiencia le permite ver cuando un chico está con problemas, cuando está solo, está depresivo, cuando anda con malas compañías. “Eso se ve mucho en la adolescencia. Y bueno, trato de hablar con los chicos y y muchas veces les cuento la historia de mi vida”, se animó a decirle también a El Tribuno.
“Cuando era chico, hice la primaria y después me dediqué a trabajar. Era carrero, vendía tierra para las plantas en la calle y la calle es jodida. Uno se adapta a la calle, porque si no te adaptas es como que terminas más golpeado. El ambiente es difícil. Yo me juntaba con los “piqueros” (las personas que piqueaban el cerro para sacar tierra) del barrio en 20 de Junio. En la cancha, donde teníamos los caballos y ahí se armaban las peleas. Uno muchas veces no lo quiere hacer, pero lo debe hacer para más más o menos mantenerse en el ambiente, para no ser menos que otro. Con la edad también, es como que por la emoción uno quiere ese menos. Entonces se anima a pelear o hacer cosas que no se debe, como el consumo”, resumió Daniel.
La primer pitada, sin marcha atrás
A los 16 años, Daniel comenzó con el consumo de pasta base, marihuana, y todas la mezclas que la calle le mostró. “Probé muchos tipos y clases de droga. Cuando les explico esto a los chicos, trato de que entiendan de que no es cómo dicen, que no nos lastimamos. Terminamos lastimados. Golpeados el doble y rameando frustraciones. Las historias de vida son fuertes y con esto pensamos que vamos a superar o que nos va a ser más fuerte y en realidad no, porque con el tiempo termina siendo peor. Mucha gente termina mal. Perdí muchos amigos. En 20 de junio hubo un tiempo que se suicidaron mucho y era el tiempo que yo andaba ahí con ellos en la calle”, recordó.
En ese mundo, a veces hay no se ven las salidas, no se escucha, pero Daniel se animó a escuchar. A los 20 Daniel se convirtió en padre. Fue la madre de su hijo, quien le propuso salir de ese mundo. “Ella me ayudó a ir al psicólogo. Cuando inicié un tratamiento a los 24 años comencé un curso de operador de PC y me fue bien. Tenía miedo de empezar a estudiar, porque yo había hecho la primaria y nada más. Y después quería capacitarme, quería aprender. Empecé a trabajar con el psicólogo y recaí de nuevo. Y fue peor, porque tenía problema grave con el alcohol. Ya no era viernes, sábado, domingo, ya era jueves, viernes, sábado, domingo, lunes, martes. Me iba de mi casa un viernes, volvía un lunes y llegó un momento que dije: “Estoy haciendo las cosas mal. Tengo mi hijo, no voy a hacer buen ejemplo. No quiero que pasen y tengan la misma vida que yo. Quiero ser un compañero para él”, recordó aquellos momentos.
Dejar es dejar
La salida final de Daniel, del mundo del consumo, fue dura. Exigente.
“Cuando empecé no era fácil porque era muy exigente y yo decía: “quiero dejar de poco.” Y me explicaba el psicólogo: “No se puede dejar de poco. Tuviste un problema de adicciones. Esto te tiene muy agarrado. Tus sistemas de consumo, de freno de consumo no funcionan bien. Probás algo y seguís”.
Daniel recuerda que la salida de las drogas tuvo varios pasos. Después del psicólogo, tuvo que ir a un psiquiatra. “Yo le decía que eso era para locos, que no quería y él me decía “Daniel, vos dijiste que querías salir y bueno, tenés que hacerlo, porque tenés depresión”. Tenía ataque de pánico, ansiedad, no podía dormir. La estaba pasando muy muy muy mal”, revivió aquel momento.
Con ese apellido Daniel no podía ser menos que un Guerrero. Y se animó, se decidió. Fue al psiquiatra . “Una persona común y corriente como nosotros. Y la forma de hablar que tenía y todo. Agarré confianza rápido, y entonces comenzó mi historia con la montaña”, contó con emoción.
En su niñez, Daniel trabajó en los cerros, sacando tierra para vender. Ese era su espacio de origen. El tratamiento que estaba llevando lo obligaba a dejar sus amigos, el espacio en el que se había criado. Tenía que salir, buscar nuevos caminos y comenzó su historia en el senderismo.
“El tratamiento es muy solitario. El ambiente donde yo me crié prácticamente, eran todos que consumían. Y en ese momento muy pocos tocan la puerta ofreciendo ayuda. Y era quedarme ahí o buscar otra cosa. Empecé con el senderismo, empecé a conocer las cascadas de San Lorenzo. Y en uno de los viajes a San Antonio de los Cobres, los chicos del Club de Amigos de la Montaña me llevaron a la estación una alta montaña que es el Nevado de Acai. Y me paré y dije, “Está loco, qué hermoso. Y estaba con mi hijo. Andamos viajando nosotros los dos. Y dije: “Tengo que hacer esto”. Le dije a mi hijo, yo voy a subir eso.” Y empecé a entrenar”, recordó Daniel, al repasar los momentos en que la niebla finalmente comenzó a despejarse y pudo ver el nuevo camino.
A entrenar, de la soledad, a ser un nuevo líder
Los inicios del entrenamiento para Daniel tampoco fueron fáciles. El seguía con psicólogo, y para poder salir adelante, dejar el consumo de alcohol, tenía que dejar incluso hasta las fiestas familiares. “Y muchos no lo entienden”…
“Muchos no lo entendían. Me criticaron, pero era un consejo de psicólogo. Si era una fiesta de la familia había alcohol. En todos lados el alcohol existe y está presente en todos lados y bueno la montaña fue algo que me llamó la atención y quería cumplir mi sueño subir ahí y le comenté a mi psicólogo y me dijo: “todo lo que te propusiste lo hiciste y te fue bien. No importa que tengas tu primaria. Vos podés. Hacelo, Dani, vos podés”, fueron las palabras que le dieron el último empujón.
Ahí Daniel se anotó en el curso de montañismo y comenzó a salir con ellos, y al principio “me sentía como sapo de otro pozo”.
“Escuchaba las charlas de ellos: “¿Dónde trabajaba vos?” Y uno decía, “Bueno, yo soy contador, soy abogado, soy doctor.” Y yo era un recolector. Había corrido 15 años detrás del camión. Y por ahí como que trataba de no hablar mucho. Hubo un momento que me sentía poquito de menos, sentía vergüenza. Algunas personas se empezaron a acercar, a charlar conmigo, empecé a hablar, a contar, contaba mucho de mi entrenamiento”, relató Daniel recordando los momentos en que todo cambio.
Su vida había pasado de la calle, y los días perdidos, a levantarse a las 7, ir al cerro hacer 4 circuitos, pesas en la tarde, boxeo en la noche. Ahí comenzó su historia con el boxeo. Entrenando con amigos que le pagaron hasta la licencia para ir a participar en torneos nacionales.
Hoy su camino está con los chicos que empiezan, y dando “alguito” para ayudarlos a encontrar su camino.
En estos días entrena con los chicos del gimnasio “El terrible Cejas”, que fue su compañero de trabajo, amigo y padre de un boxeador al que entrena.
“Un día el me dijo, que entrene a su hijo, para campeón. No me animaba porque me cuesta hablar en público, expresarme, pero empecé con él, lo hice debutar, trabajé con él. Yo entrenaba primero con él, guanteaba con él y de repente, bueno, yo voy a empezar a preparar la rutina, lo que yo sé.
Y empecé y él me dice, “¿Cuánto me va a cobrar?” Y le digo No te voy a cobrar nada. No te voy a cobrar nada. Yo le voy a dar una mano a ustedes. Así como él me me dio muchas veces una mano económicamente, no tenía para pagar el gimnasio y él me decía, “No, vos veniste lo mismo”, relató le profe Daniel.
El profe hizo debutar a Cejas y ganó. Y comenzaron a llegar más chicos y a ganar títulos. “El año pasado nos ofrecieron el título argentino, y fuimos”, recordó Daniel, en este repaso por sus últimos 10 años de vida.
“Todos tenemos un propósito en la vida. Si estamos acá es por ahí. Y este era el mío. Mi psicólogo me lo adivinó. “El deportes es la llama que te mantuvo vivo mucho tiempo”, afirmó Daniel que logró aquel triunfo. Ganaron el título en Córdoba en enero del año pasado y fue el momento de felicidad para todos.
“Me mandaron mensajes de todos lados. Gente que en “este tiempo” compartía conmigo, que me decían: “Mira al borracho.” Gente del barrio, gente que consume, gente jodida de los barrios, los chicos de los semáforos, los trapitos. Llegamos a pelear tres títulos, dos nacionales y peleamos un título internacional”, detalló Daniel de aquel momento, no hace tanto.
Los planes para el futuro siguen, El 9 de mayo, pelean por el título sudamericano: Sigue entrenando y además está dedicado al estudio.
Trabajo en la mañana en la empresa, sale al medio día, estudia nutrición deportiva, psicología deportiva, y se compró un libro de “Padre superando un chico en adicciones”, porque le pidieron ayuda de iglesia.
“Creo que todos podemos. Hay que animarse. La vida es como la montaña, dura y fuerte. Hay veces que uno se siente y piensa que no puede. Todos tenemos un potencial, un propósito. Si no estudiaste, pero hay algo que hacés bien, que disfrutas. Ahí es. No sabemos menos, todos sabemos diferente”.