Una nueva tormenta perfecta

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El gobierno de Javier Milei y, por ende, todo un país atraviesa una (nueva) tormenta con consecuencias aún impredecibles y alcances potencialmente muy amplios no solo en materia económica y financiera, sino también política y social.

Una “tormenta perfecta” en la que confluyen condicionamientos externos con factores internos: en otras palabras, una combinación de variables ajenas al control del gobierno (las globales) con otras en parte generadas o amplificadas por las propias acciones, omisiones o errores del presidente y su equipo.

Lo cierto es que un presidente que cerró el 2024, envalentonado y eufórico, afirmando que “lo peor ya pasó” y que el 2025 sería el año de la recuperación, se enfrenta hoy al escenario más complejo -además de inédito- en los casi catorce meses que lleva sentado en el “sillón de Rivadavia”. Un escenario en donde a los profundos cambios en curso a nivel del orden comercial global, se suman las grandes incertidumbres y enormes interrogantes que se plantean en el plano doméstico.

La nueva política de tarifas anunciada por Trump erigió un gigantesco muro proteccionista que desató una guerra que trasciende lo estrictamente comercial y financiero y que amenaza con cambiar la propia dinámica de la globalización capitalista, en momentos en que en Argentina se ensayaba un masivo proceso de liberalización y apertura económica que se apuntalaba geopolíticamente con un alineamiento con Estados Unidos aún más irrestricto que el de Menem en la década de 1990.

Más allá del impacto en muchos sectores productivos de los aranceles anunciados por el “amigo” Trump (que según AmCham pasarán de 1,2% en promedio al 10%), la crisis global acabó por desnudar la endeblez de un modelo económico anclado en el dólar planchado y la inflación a la baja. Un modelo que, por cierto, solo resistía a fuerza de cepo y sangría de las cada vez más magras reservas de un Banco Central que Milei alguna vez soñó con “dinamitar”.

Sin el control de una agenda que supo otrora hegemonizar, y que empezó a perder a fines de enero en Davos y más claramente tras el escandaloso y opaco “cripto-gate”, y replegado hacia una posición defensiva, no como consecuencia de una oposición cuya crisis sigue siendo un activo a favor del oficialismo, sino como producto de la larga saga de errores propios y heridas autoinfligidas, el presidente se adentra en el núcleo de esta “tormenta perfecta” con recursos que a priori se perciben muy limitados para capear un temporal de estas proporciones. Y, todo ello, con un largo y caliente calendario electoral como “telón de fondo”.

Aún con la inestimable ayuda de una oposición que esta semana aportó con peronismo bonaerense un inoportuno y anticipado conflicto interno que profundiza la horadada legitimidad social opositora y proyecta la imagen de una dirigencia tradicional que sigue de espaldas a la sociedad, no hay perspectivas de que las tensiones en lo económico, lo político y lo social (la calle) se disipen en el corto plazo.

Si el gobierno espera que el acuerdo con el FMI disipe las expectativas devaluatorias en el contexto de un año electoral, y le devuelva la fortaleza y centralidad extraviada, muy probablemente se equivoque. Recurrir al FMI siempre estuvo en los planes de una dupla Milei-Caputo que ya comienza a mostrar grietas, aunque los tiempos se aceleraron y la finalidad del acuerdo pareciera hoy ser otra, más vinculada a las tradicionales urgencias que casi siempre han empujado a los gobiernos argentinos a las fauces del consabido organismo de crédito internacional.

Los dólares frescos son hoy una necesidad imperiosa más que un refuerzo o puntal, en un contexto donde los mercados enloquecen, los títulos y acciones argentinas se desploman, el riesgo país vuelve a superar los 1000 puntos básicos, y las cotizaciones de la divisa estadounidense presionan hacia un alza que ya un Banco Central en franca racha vendedora no puede contener por mucho tiempo más. El inminente acuerdo con el FMI -cuyos detalles más relevantes aún se desconocen-, como casi todo en la vida, no saldrá gratis.

Por el contrario, seguramente acabará siendo muy gravoso. En lo inmediato, muy probablemente el “entendimiento” con el board del FMI incluya alguna redefinición del esquema cambiario como condicionante para un desembolso amplio inicial. Seguramente el gobierno resigne entonces su plan original de utilizar los dólares para sanear el Banco Central, rescatando las Letras Intransferibles con las que se financió el Tesoro Nacional en gobiernos anteriores, para dotar de mayor poder de fuego a la entidad.

La incógnita resulta a todas luces muy obvia, aun desconociendo la profundidad de los cambios en el régimen cambiario que exija el FMI: ¿será suficiente para calmar la inquietud de los mercados en medio de un clima financiero internacional muy adverso y de altísima volatilidad, y en un clima local que se espesa no solo fruto de lo que el gobierno percibe como una “cruzada devaluatoria” sino al calor de la campaña electoral y de conflictos que se multiplican por doquier?

Y, en un escenario donde la tormenta amenaza también el proceso de desinflación, es decir el mayor activo político-electoral del gobierno, y con encuestas que ya muestran un declive en los niveles de aprobación que acumula -como mínimo- dos meses consecutivos y da cuentas de un importante declive de expectativas, también se multiplican los interrogantes respecto ya no a la capacidad de la gestión económica de la crisis, sino a la política.

En lo político, la pregunta del millón es si Milei persistirá con lo que hasta ayer era celebrado como evidencias de su audacia o pinceladas de autenticidad, entrelazadas en una narrativa agresiva y pendenciera que parecía despejar el terreno yermo el sistema político para avanzar a como dé lugar, y que hoy parece por el contrario obstaculizar y complejizar la marcha de una gestión complicada, que pese a la fragmentación de la oposición, no solo acumula errores y derrotas como la de los pliegos de la Corte en el Senado o la de la comisión investigadora en Diputados, sino que coquetea con los márgenes de la institucionalidad.

Así las cosas, un gobierno que hace meses se ufanaba de tener los “astros alineados”, hoy pelea por mantener el barco a flote: una descarnada evidencia del trágico e histórico péndulo argentino, donde abundan “elefantes con pies de barro”.

Fuente: https://www.lapoliticaonline.com

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