Mucho más que un charanguito

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El charango, el erke, la quena, así como el carnavalito, son símbolo y signo indeleble de la cultura andina, que se extendió desde Cuyo hasta Ecuador con el Imperio Inca y luego se fusionó con la tradición europea, llegada de la mano de los jesuitas y los franciscanos. Los violineros del chaco son herederos de Francisco Solano. El fuelle de Saluzzi también vino desde más allá del Atlántico.

El charango, el erke, la quena, así como el carnavalito, son símbolo y signo indeleble de la cultura andina, que se extendió desde Cuyo hasta Ecuador con el Imperio Inca y luego se fusionó con la tradición europea, llegada de la mano de los jesuitas y los franciscanos. Los violineros del chaco son herederos de Francisco Solano. El fuelle de Saluzzi también vino desde más allá del Atlántico.

Somos un crisol de civilización y pretender algún supremacismo a la europea (o estadounidense) es solo un artificio que ignora la historia. Si hay algo de lo que no podemos quejarnos es de las migraciones. Hasta bien avanzada la guerra de la Independencia, Salta, Tucumán y Jujuy eran parte de una unidad política y económica que se extendía hasta el altiplano y el chaco boliviano.

Nada vino “de afuera”. Es la dinámica de los pueblos. El folclore del norte maduró desde las culturas quechua, aymara y guaraní. ¿Alguien puede dudar de lo autóctono del chamamé? Y los fuelles típicos del Litoral también llegaron del viejo continente. A partir de los años ’40 del siglo XX, el trabajo de décadas realizado por el Consejo Nacional de Educación con el esfuerzo y la sensibilidad de maestros rurales, compiladores y músicos se transformó en un estallido de folclore en todo el país. Así se rescataron coplas y sones de todas las regiones con el propósito de madurar una identidad solidaria entre poblaciones tan diversas que habían llegado a nuestra tierra. Y así también se proyectó la milonga, madre del tango y esencia de la música pampeana, y se descubrieron las maravillas del canto y la danza de Cuyo y la Patagonia. Y todas esas manifestaciones de arte, de celebración y de tradición fueron el fruto de la historia de la Nación.

Allí se reflejan los sentimientos y cosmovisiones de los hombres y mujeres del campo, de los pueblos indígenas, de los afrodescendientes, de los europeos que arribaron a nuestras tierras durante los últimos 170 años. Y así llegaron y se instalaron instrumentos, que son mucho más que “un charanguito”, pero que coinciden en su origen absolutamente popular.

Si algo tiene Latinoamérica es la capacidad de moldear desde el jazz o los blues hasta el rock y darles a todos un alma nacional. ¿Alguien puede negar que Jaime Torres fue un genio de la interpretación? ¿O que Atahualpa Yupanqui maduró su música y su poesía en otro espacio que no hayan sido los cerros del Norte, el Litoral o la selva chaqueña?

La poesía, el canto y la danza de Salta fueron pilares de la proyección mundial del folclore que contó con el talento de grandes poetas, entre quienes brilla con luz propia el maestro, Juan Carlos Dávalos. Una construcción que tuvo en Manuel Castilla y el Cuchi Leguizamón, y en los ponchos carismáticos de Los Chalchaleros, Los Fronterizos y Los Cantores del Alba, en la infinidad de cantores de cada esquina de la provincia, la expresión de tradiciones que nacieron de la propia tierra.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales