Estas palabras rememoran los recuerdos al uso de los estudiantes de otras épocas por un médico viejo que estudió y aprendió todo lo que pudo de grandes profesores y maestros de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA): Houssay, Braun Menéndez, Leloir, Garrahan, Milstein… a los que les debo todo y mucho más.
Estos profesores y maestros tenían en sus cátedras e institutos lo que hoy se considerarían como personal de maestranza. Eran los “gallegos”, emigrantes de Galicia expulsados de la España trágica de la guerra civil.
Fueron trabajadores infatigables que aprendieron el oficio y la praxis de numerosas especialidades médicas, acompañaron a los profesores en sus clases y ayudaban en laboratorios e institutos de investigación. Para incorporar a sus sustentos daban “clases prácticas” a nosotros los alumnos por una contribución monetaria accesible en horarios disímiles. El gallego Arturo preparaba el material para las demostraciones anatómicas normales para alumnos y especiales para el profesor en la Cátedra de Anatomía Normal (me proveyó durante años de material para mis investigaciones); José trabajaba en la morgue del Hospital Durand, en la morgue judicial y en la Cátedra de Patología (dominaba el arte de las autopsias y el microscopio) y nos preparaba para los exámenes. El gallego del servicio y cátedra de obstetricia del Hospital Rivadavia con una pelvis femenina y un muñeco nos enseñaba las diversas posiciones del bebé en el útero materno y todas las maniobras y técnicas para ayudarlo a salir a conocer el mundo. El gallego de técnica quirúrgica era un cirujano nato que nos hacía demostraciones quirúrgicas con una destreza admirable, aunque su carácter y trato no era muy cordial.
Este es mi agradecido reconocimiento en un país donde es costumbre despreciar a los diferentes y no agradecer el aporte de los inmigrantes al desarrollo de nuestro país.