En mis anteriores artículos Bioética y Mejoramiento Humano: del límite a la intersección; Manipulación genética: aportes de la bioética judía y Quimeras para investigación, la dignidad humana como límite, propuse un marco ético regulatorio para las biotecnologías de mejoramiento humano. Allí demostré lo óptimo del criterio basado en la intervención de la condición humana respecto del actual basado en la naturaleza de la condición tratada.
El desafío es ahora comprobar su correlato en los tres niveles de preocupación ética: individual, profesional y social. El primero, respectando la importancia de los medios para lograr los objetivos; el segundo, involucrando los códigos de ética que rigen la práctica profesional; y el tercero, la equidad y la justicia.
Respecto de lo individual, los humanos siempre buscaron mejorarse, frecuentemente a través de la educación, el ejercicio o dietas. Luego, ¿qué distingue de estos métodos aceptados de mejora otros cibernéticos, farmacológicos o genéticos? Las personas operan dentro de contextos sociales diferentes y consecuentemente sus expectativas éticas. Un estudiante universitario también puede ser músico, boy-scout y asistente de ventas, cuyas expectativas éticas difieren en cada dominio a la vez que existe una identidad transversal. Por ejemplo, utilizar un potenciador cognitivo para aprobar un examen violaría el código de ética universitaria, pero podría considerarse un enriquecimiento de la performance dentro de una orquesta, donde es más ambigua la eticidad de dicha mejora. Estos matices recuerdan la importancia de que no siempre existen códigos éticos formales y menos aún uno único que rige nuestra existencia en todas las esferas de la vida.
No obstante, un argumento común para cuestionar la ética en la mejora artificial humana es afirmar la importancia del medio por el cual se logra un objetivo, pudiendo socavar su valor utilizando un atajo tecnológico. Por ejemplo, si un montañista decide hacer cumbre utilizando un helicóptero, no sólo mina el valor del logro, sino que ni siquiera escaló la montaña. Pero en estos casos el grado en que los medios importan varía considerablemente. Si consumir alguna droga permite a un científico hacer un descubrimiento que de otro modo no habría hecho, entonces es poco probable que nuestro interés esté en dicho consumo sino en el descubrimiento. Similarmente, si una persona utiliza botox o cirugías estéticas para mejorar su apariencia incrementando sus posibilidades de atraer el interés de los demás, con fines románticos o profesionales, sería poco probable que esto suscite una condena ética. La crítica aquí sería moral y radica en priorizar la apariencia sobre otras cualidades, como la personalidad. Es decir, no hay transgresiones de reglas éticas sino preocupaciones morales, porque no se trata de una normativa sino de valores, juicios y expectativas bajo las cuales las personas identifican su proyecto de felicidad, practican una actividad o deciden ante un conflicto axiológico.
Así, Carl Elliot y David DeGrazia concluyen que la preocupación ética por cómo se alcanzan los logros radica en los medios, pero también en el uso de mejoras moralmente indeseables cuando transforman una persona en otra. Y ello se relaciona con el concepto sociológico de individualidad, donde Jason Riis, Joseph Simmons y Geoffrey Goodwin demuestran que jóvenes sanos estaban dispuestos a tomar medicamentos para mejorar sus rasgos sociales, emocionales y cognitivos, pero reacios a mejorar los percibidos como fundamentales para su identidad. Sin embargo, el cambio publicitario del medicamento potenciador por facilitador lograba la aceptabilidad moral de esta mejora.
Luego, el problema ético radica en la medida en que una vida se vive mediante una droga u otra forma de mejora que corrompe la noción de voluntad, conciencia, intencionalidad, razón o identidad individual. Todos factores constituyentes de la dignidad humana. Coherente además con el principio de futuro abierto de Joel Feinberg, que radica en el derecho a disponer de capacidades para las elecciones autónomas. En este caso, la posibilidad de revertir la intervención o no inhibir aspiraciones diferentes en el futuro cerrando posibilidades vitales al individuo.
Estos tres factores, los medios, la preservación volitiva identitaria y el futuro abierto, contraría el concepto de libertad morfológica de Anders Sandberg y Nick Bostrom, peticionando por un nuevo derecho humano a modificar el propio cuerpo a través de biotecnologías como extensión de la autonomía personal. Según Michael Sandel, dicho concepto erosiona el significado de la identidad humana y el nexo entre corporalidad e identidad personal, imponiendo tal presión social para conformarse a ciertos ideales corporales o cognitivos que limita la autonomía personal. En lugar de ser una elección libre, las mejoras artificiales devendrían en una obligación para mantener la competitividad social. Por ejemplo, una mejora ciber-protésica otorgaría ventajas en lo laboral u otras áreas de la vida cotidiana respecto de quien no la tiene, violando la justicia social. Y más aún, según Leon Kass, cuando la manipulación del cuerpo humano, aun voluntaria, altera de manera fundamental su naturaleza y con ello, los valores que fundamentan nuestra sociedad.
Respecto de lo profesional, la investigación en mejoras artificiales no debería involucrar sujetos sanos, por ejemplo, para garantizar que su uso sea seguro. Aunque no habría problemas si los humanos mejorados surgen mediante el uso de intervenciones terapéuticas en sujetos no saludables, elevando el nivel de funcionalidad bioestadística. Pero con el recaudo de no violar el código de ética de profesional al facilitar una mejora humana cuyo mérito es ambiguo. Por ejemplo, si la intervención resulta en la mejora durante un tiempo limitado después del cual la función se degradará empeorando la situación original. En este sentido, se deberán imponer estándares razonables de seguridad y análisis de costo-beneficio, correspondiendo al paciente decidir el nivel de riesgo a aceptar. En definitiva y tal como en la actualidad, ante la falta de certeza, la autonomía individual se eleva como principio rector de tales decisiones.
Con relación a la equidad y justicia, en un mundo donde los sistemas de salud, estatales y privados, luchan por atender satisfactoriamente a sus poblaciones, utilizar fondos para mejorar artificialmente a las personas parece una exigencia excesiva de recursos y, potencialmente, contrario al principio de solidaridad social. Y si bien las personas que buscasen mejoras no superarían a quienes necesitan terapia, se podría argumentar que en casos donde se garantice que las generaciones futuras sean más resistentes a las enfermedades se aliviaría la carga social de la atención sanitaria. Siendo esto cierto, se ofrecerían mejoras humanas a todas las personas de manera similar a las vacunas, siguiendo principios de justicia distributiva. Una población más sana significará una mayor expectativa de vida, impactando en lo laboral, económico, previsional, planificación familiar, etc. Y la medicina no está exenta de ello ya que radica en que las personas estén sanas para un tipo particular de vida que desean llevar, en lugar de simplemente hacer que estén sanas en algún sentido abstracto.
Aquí el criterio de equidad y justicia radica en producir nuevas formas de bienestar, como propone Andy Miah bajo una tipología dividida en tres categorías a) Mejorar la resiliencia relacionada con la salud; b) Mejorar las capacidades funcionales del estilo de vida y c) Mejorar el funcionamiento típico ampliando capacidades humanas o desarrollando nuevos tipos de funciones, dentro o fuera del ámbito de la posibilidad biológica conocida.
Comprobado así los tres niveles éticos, individual, profesional y social, correspondiente al criterio bioético propuesto basado en la intervención de la condición humana para las mejoras artificiales, se requerirá ahora un marco de aceptabilidad legal orientado por la dignidad humana y basado en la intersección equipotente de la autonomía, la justicia, la no maleficencia, la beneficencia y la no disrupción social para resolver la complejidad entre libertades individuales e implicaciones sociales resultantes de modificar el cuerpo humano.