El obispo y la Pachamama

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El nombre de la Cuesta del Obispo, este fabuloso accidente geográfico que se convirtió en una de las rutas turísticas más imponentes del Noroeste Argentino, conecta las localidades del valle de Lerma con el Valle Calchaquí y tiene su origen en el siglo XVII. Más precisamente, a poco tiempo de que el Dr. Julián Cortázar, Obispo del Tucumán entre los años 1618 – 1625, visitara las primeras misiones que los Padres Jesuitas construyeron en ese territorio, la de “San Carlos” y la de “Santa María de los Ángeles”, en su primera instalación. Fue poco antes de que fueran abandonadas debido al segundo gran levantamiento de los pueblos originarios, que resistieron la presencia de militares españoles que llegaban para someterlos y explotarlos bajo el régimen denominado “encomienda”. Hubo entonces varias cartas sobre la recorrida del obispo en compañía del teniente de gobernador de Salta, capitán Pedro de Sueldo y una escolta de treinta soldados. En una carta que escribió de puño y letra el 11 de noviembre de 1622, el prelado expresó: “Habiendo llegado en esta ciudad de Salta a la visita pastoral de ella, me pareció no cumplía con la obligación del oficio pastoral, ni descargaba la real conciencia de v. m. ni la mía, si no entraba en el valle de Calcháqui donde jamás ha entrado Obispo ninguno (…)”.

El nombre de la Cuesta del Obispo, este fabuloso accidente geográfico que se convirtió en una de las rutas turísticas más imponentes del Noroeste Argentino, conecta las localidades del valle de Lerma con el Valle Calchaquí y tiene su origen en el siglo XVII. Más precisamente, a poco tiempo de que el Dr. Julián Cortázar, Obispo del Tucumán entre los años 1618 – 1625, visitara las primeras misiones que los Padres Jesuitas construyeron en ese territorio, la de “San Carlos” y la de “Santa María de los Ángeles”, en su primera instalación. Fue poco antes de que fueran abandonadas debido al segundo gran levantamiento de los pueblos originarios, que resistieron la presencia de militares españoles que llegaban para someterlos y explotarlos bajo el régimen denominado “encomienda”. Hubo entonces varias cartas sobre la recorrida del obispo en compañía del teniente de gobernador de Salta, capitán Pedro de Sueldo y una escolta de treinta soldados. En una carta que escribió de puño y letra el 11 de noviembre de 1622, el prelado expresó: “Habiendo llegado en esta ciudad de Salta a la visita pastoral de ella, me pareció no cumplía con la obligación del oficio pastoral, ni descargaba la real conciencia de v. m. ni la mía, si no entraba en el valle de Calcháqui donde jamás ha entrado Obispo ninguno (…)”.

La obra de evangelización de los habitantes de este espacio natural tiene sus comienzos a fines del siglo XVI, al momento de ingresar el gobernador Ramírez de Velasco con la intención de pacificarlos, acompañado por el padre jesuita Alonso de Barzana. En 1609, el Provincial Diego de Torres consiguió autorización para que se establecieran en la región los padres Juan Darío y Oracio Morelli, aunque a los pocos meses, debieron retirarse debido a la extrema pobreza en que vivían.

El primer antecedente de las misiones nombradas corresponde a 1614, ante la solicitud del obispo Trejo y Sanabria para que los jesuitas se hicieran cargo de la evangelización de las parcialidades del valle. Pero, serían abandonadas hacia 1627 por los constantes obstáculos que ponían los europeos en sus campañas. Después de las “Guerras Calchaquíes” de 1630, hubo un nuevo intento de instalar establecimientos reduccionales, y se fundó la “Misión de San Carlos de Anguingasta”, una concentración de familias de la parcialidad de los Angastacos, y otra, llamada “San Carlos de Tucumanahao”.

Hacia el sur y cerca de la actual localidad del mismo nombre, establecieron la “Misión de Santa María de los Ángeles de Yocavil”, cercana a los nativos Quilmes y Colalaos; dependientes del Colegio de Salta. Estas residencias permanecieron en actividad y atravesaron situaciones difíciles, hasta que comenzaron los confusos sucesos que provocaran la aparición del “falso inca Pedro Bohórquez” en 1657/58 en el llamado “último alzamiento Calcháqui”. En un incidente de enojo con los religiosos, el embustero incitó a los grupos bajo sus órdenes a que los padres fuesen expulsados y los establecimientos, completamente arrasados e incendiados. Todos estos episodios se encuentran relatados en las cartas anuas, detalladas relaciones donde informaban a sus superiores del trabajo realizado durante ese lapso de tiempo. Las más antiguas que conocemos, corresponden al período 1609-1614 y se registra una carta en la que se detalla el recibimiento que los Calchaquíes ofrecieron a los padres Juan Darío y Oracio Morelli. En ella encontramos la primera noticia del “mochadero indígena” como sitio o lugar de veneración: “(…) Y para evitar otros peligros derramé la chicha (…), (…) quemamosles algunos Ydolillos, de Varyllas, y Plumas, con mucho sentimiento de ellos (…), (…). En el camino cerca de Luracatao derribamos una Piedra blanca grande, que era mochadero muy antiguo de ellos con sus Varas y Plumas (…), (…) pero fue particular lo que me sucedió en Tucumanagao a do quemamos Una cassa o mochadero famoso que estaba puesto muy de fiesta, que nunca he visto otro tan bien aderezado, y con el mochadero quemamos muchisimas Varillas con sus plumas (…); lo hecho aprovechó mucho, porque corrió la voz que los padres venían resueltos de quemar los ydolos”.

Los mochaderos eran lugares sagrados o adoratorios donde los nativos realizaban sus cultos y rituales a la Pachamama. Este sitio de “San Carlos de Tucumanahao” pareciera haber sido lugar de ceremonias especiales para los pueblos del Calcháqui y no estuvo a salvo de la “campaña de extirpación de idolatrías”, pues “(…) consiguieron destruir el adoratorio de aquel nombre, el más célebre y famoso de toda la Nación Calcháqui. En otra carta de 1615 relatan que: “(…) en el camino toparon dos mochaderos que son donde los idólatras ofrecen algunos dones a sus ídolos, para alcanzar de ellos buen viaje y para otros fines, echáronlos por el suelo y pusieron en su lugar dos cruces, y hincados de rodillas las adoraron (…) para que fuese adorado el Verdadero Dios donde hasta allí había sido ofendido (…)”.

Fue una forma de impulsar el cristianismo por sobre el paganismo y ,tal vez, los lugares donde comenzaron a reemplazar los mochaderos edificando pequeñas iglesias. Esta carta anua, es el primer registro escrito que hace alusión a los sitios sagrados donde los pueblos nativos realizaban sus ceremonias con ofrendas a la Pachamama.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales