Desde muy chico Gastón Greco soñó con ser un emprendedor. Ya a los 7 años tuvo su primer negocio de venta de tarjetas personales. Iba de comercio en comercio en su Chaco natal y ofrecía sus servicios. Estas cartas de presentación eran muy importantes para los tratos de negocios a fines de la década del 90, cuando aún no existían las redes sociales e Internet era apenas un sueño de pocos científicos militares en Estados Unidos.
Gastón, que hoy tiene 34 años, se crió en una familia de clase media chaqueña. Su papá tenía un lavadero de auto y su mamá era kinesióloga. Ya desde su infancia veía a su familia trabajadora y se visualizaba en el futuro dentro del mundo del comercio. “Siempre tuve espíritu emprendedor desde muy chico y realizaba mis primeros proyectos”, asegura Greco en diálogo con Infobae.
El espíritu del capitalismo
Su siguiente emprendimiento, ya cuando estaba en la escuela secundaria, fue la venta de CDs de música. Gastón armaba las tapas de los discos con serigrafía y el negocio era completo. Todavía no había explotado el uso de Internet y la música digital. “Mi mamá siempre me decía, ‘el no ya lo tenés´. Es una enseñanza que siempre tengo presente cuando encaro un proyecto nuevo -recuerda Gastón, sobre sus inicios en Chaco-. Así siempre pensé toda mi vida laboral desde que empecé con las tarjetas de presentación a los 7 años”.
Greco vino a Buenos Aires a estudiar arquitectura. Pero su cabeza ya volaba más allá de las materias de urbanismo y las entregas de maquetas para los finales de cada materia. “Me empecé a interesar por el mundo de los zapatos. Quería tener un producto propio y salir a venderlo. Pero para eso, necesitaba saber cómo se hace un calzado para poder elaborarlo. También para aprender las necesidades y a venderlo”, recuerda Gastón sobre sus primeros meses en la Ciudad. Sólo contaba con una inversión de 5.000 pesos que le había dado su mamá.
Greco en una imagen de su primera fábrica en Chaco
Y ahí, si la vida de Greco fuera una película de Hollywood de esas que buscan emocionar a los espectadores, llegará un momento clave. Gastón estaba en su pequeño departamento de estudiante sin poder descifrar cómo se hacían los zapatos. En algún momento llegó hasta buscar en Google cómo se hacía. “Estaba obsesionado con lograrlo”, explica. Entonces, agarró un cuchillo de su cocina diminuta y se dispuso a investigar un calzado. A la luz de la única lámpara del departamento, Greco abrió el zapato para ver de qué estaba hecho. Así, su mente se iluminó y supo como iba a seguir su negocio.
Los primeros pasos
Las primeras producciones fueron de alpargatas que vendía entre sus amigos y compañeros de facultad. Desde ese momento, la vida del emprendedor empieza a tener cruces que lo ayudarán a crecer. Fue así que el joven salió a vender sus alpargatas por los negocios de Palermo. Mientras tocaba puertas en su mente se repetía la frase de su mamá: “El no ya lo tenés”. En una de esas jornadas de venta se encuentra con Milo Lockett, el artista que también nació en Chaco. “Pegamos onda y me ofreció algunos de sus diseños para mis calzados -relata el emprendedor-. Eso fue el empujón para entrar al mundo de la moda”.
Para sus primeras producciones, Greco recorrió los talleres de Once para encontrar las mejores materias primas y las mejores manos para sus productos. Entonces, llega el segundo momento en que la historia de Gastón crece. Otro cruce de puro azar en la calle, pero la frase de su mamá que volvió a repiquetear en su cabeza. “El no ya lo tenés”.
Una tarde de primavera, el joven tomaba un café en Palermo. Entonces, cruza delante suyo Martín Churba que trotaba rumbo a los Bosques de Palermo. “Salgo a correr y lo alcanzo a dos cuadras -relata Greco, de uno de los momentos que le cambiaría la vida para siempre-. Por suerte, Martín frenó y le pude contar de mi proyecto de calzado. Se copó con la idea y me dio un envión grande a mis productos”.
Empezó a participar en ferias multimarcas en Palermo. Allí iba con sus alpargatas primero y sus zapatos después. “Necesitaba una marca que identificara el producto”, recuerda Greco.
El abuelo de Gastón pudo conocer el local de Palermo
Hasta que pudo tener su galpón propio con local en Palermo, Greco guardaba los zapatos en su departamento de estudiante. “Dormía entre el tablero de arquitectura, las cajas y la mesa donde comía y estudiaba”, cuenta el emprendedor.
El negocio creció y pudo abrir en Palermo. Eligió el pasaje Santa Rosa, en medio del Soho porteño. Allí, homenajeó a su abuelo que pudo llegar a ver el local antes de morir. “Todo lo hice a pulmón. El local ese lo terminamos de arreglar con mi tío que también vivía en Buenos Aires -cuenta Greco-. Los primeros días no entraba nadie a comprar, hasta que vino un cliente y se llevó tres pares. Ahí me di cuenta que iba a funcionar”.
Greco ya tenía su fábrica montada en Chaco. Se llamó Posco y Greco empezó a darle identidad a esa marca. “La idea era hacer zapatos para todos los días. Que sean de cuero argentino. Una materia prima que en nuestro país tenemos y de muy buena calidad”, sostiene Gastón. Los productos de Posco se fabrican en el Chaco y, la empresa, usa modelos del norte argentino para promocionar el calzado. “Los trabajadores de la fábrica o alguna vecina son los que posan para las fotos”, explica el joven.
El salto al mundo
Pasaron los años y el emprendedor ya estaba afianzado en Buenos Aires. Su local de Palermo se colmaba de clientes. Fue así que otro cruce le dio el siguiente envión. “Le llevé un par de zapatos a Marcos Galperín, fundador de Mercado Libre. No lo podía creer, pero él me dio todo su apoyo en el mundo de los emprendedores”, explica Gastón.
Otra imagen de Greco en sus talleres desde donde surgen los productos de Posco
Pero otra vez volvió a sonar en su cabeza la frase de su mamá. Mientras repetía “el no ya lo tenés”, Greco decidió que debía llevar sus zapatos hasta Nueva York. Gastón viajó antes de la pandemia y se instaló en Brooklyn con un inglés muy básico que apenas le servía para hacer las compras en el supermercado.
Greco no se asustó con la cuarentena impuesta en todo el mundo y siguió adelante. Apenas, se levantaron las restricciones Posco realizó la primera exportación a Estados Unidos. fueron unos 90 pares de zapatos. Otra vez, Gastón hizo un trabajo puerta a puerta por locales de Brooklyn y Manhattan. “El objetivo era llegar con la idea de la marca. cuero argentino. Un producto genuino del sur de América”, cuenta Gastón.
Así, al igual que en los locales de Palermo, ingresaron los zapatos de Posco el mercado estadounidense. “Los clientes lo adoptaron porque son calzados genuinos, reales y con una historia detrás”, explica. Greco hasta llegó a ubicarse en las veredas de Brooklyn y ofrecer allí sus modelos. “Era como un mantero de Once, pero en Nueva York”, se sonríe.
El tiempo pasó y Posco tiene tienda propia en la ciudad y Greco ya planea un próximo desembarco en Europa. Allí, deberá competir con el calzado italiano. Siempre volverá a la frase mantra, “El no ya lo tenés”. La que lo hizo llegar de Chaco a Nueva York. La que convirtió al chico curioso que desarmó un zapato con un cuchillo casi como un juego de niños hasta convertirse un exportador de zapatos que fabríca unos 25.000 calzados por año en su fábrica del noreste argentino.