Juan Gabriel Tokatlian e Hinde Pomeraniec dialogan sobre la pantalla del mundo nuevo

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“Consejos no solicitados sobre política internacional” presenta perspectivas equilibradas sobre tensiones actuales

Juan Gabriel Tokatlian presenta en su reciente libro, Consejos no solicitados sobre política internacional: Conversaciones con Hinde Pomeraniec, un análisis detallado de la complejidad y las incertidumbres del escenario global actual. En un mundo donde resurge la amenaza nuclear y los líderes carismáticos alteran las instituciones, Tolkatlian ofrece respuestas a las principales cuestiones internacionales de hoy.

América Latina, la invasión rusa a Ucrania, el conflicto en Medio Oriente y el reclamo sobre las Malvinas son algunos de los temas abordados. El autor, a través de dichas conversaciones con la periodista y editora Hinde Pomeraniec, ofrece una perspectiva que busca evitar las polarizaciones y simplificaciones dogmáticas.

Tokatlian también explora la relevancia actual de América Latina en la política global y discute las implicaciones geopolíticas de la religión en el contexto contemporáneo. Las dinámicas del narcotráfico, visto como un actor político descontrolado, también se encuentran entre los temas analizados. El libro sugiere que América Latina tiene aún un rol significativo en el escenario global contemporáneo. Tokatlian plantea la necesidad de un enfoque conforme a principios pragmáticos en lugar de movimientos pendulares y retóricas inflamadas que suelen caracterizar la política exterior argentina.

Tokatlian y Pomeraniec abordan, entre otros temas, la influencia de América Latina en el mundo hoy

Las charlas con Pomeraniec, diseñadas para ser accesibles y comprensibles para un amplio público, recorren estos desafíos globales, con el objetivo de proporcionar claves para comprender y enfrentar las tensiones actuales sin caer en la desesperanza o el fatalismo. Con estas discusiones, Tokatlian invita a reflexionar sobre importantes decisiones políticas y estrategias que Argentina y otros países latinoamericanos deberían considerar en este contexto global lleno de incertidumbres y cambios rápidos.

1. El mundo del siglo XXI: ¿y dónde está el piloto?

—Aunque no pasó mucho tiempo desde que el mundo celebraba la globalización, el presente muestra una tendencia de los países a cerrarse sobre sí mismos, casi como queriendo evitar el efecto mariposa de verse afectados por problemas que nacen en otro espacio. La relocalización de empresas hoy no es prioridad y en algunos organismos se habla de un concepto, fragmentación, algo que podría estar clausurando la posibilidad de un crecimiento económico mundial. En materia política, esto viene de la mano de un rebrote de los nacionalismos y la xenofobia. Me gustaría saber cómo ves este momento y qué pensás de esta idea de un mundo con países cada vez más cerrados.

—Creo que lo primero que habría que pensar es cómo nos ubicamos frente a un determinado momento de la historia para analizarla. A mi modo de ver, hay un muy largo plazo, hay ciclos más breves y acotados, y hay coyunturas precisas.

¿Qué quiero decir con esto? Una de las causas de la fragmentación del mundo a la que te estás refiriendo es que estamos viviendo, en la actualidad, un cambio profundo y de larga maduración: creo que es palpable, en nuestra cotidianidad, que asistimos a un gran viraje. Durante más de tres siglos, desde el fin del siglo XVIII, primero de manera incipiente y luego de modo más acentuado, estuvimos bajo un claro predominio de Occidente. Me refiero a la preeminencia de sus valores, instituciones, reglas, preferencias, intereses, acompañado de una sensación de que ese acervo occidental podía universalizarse, en una suerte de proceso natural, expansivo y progresivo, es decir, superador. Desde finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo XX, empezamos a ver una transformación notoria en distintas esferas, dimensiones y dinámicas: aparece lo que mi amigo y colega Roberto Russell llamó, en una nota en La Nación en julio de 2022, un mundo postoccidental, en el que surgen otros intereses, otras instituciones, otras reglas y otras preferencias que emanan de Oriente, en un sentido amplio y trascendente.

Elon Musk, Xi Jinping​, Donald Trump, Vladimir Putin, Javier Milei, Luiz Inácio Lula da Silva y Claudia Sheinbaum, protagonistas de un mundo nuevo

—¿Te referís al ascenso y predominio de China?

—No me estoy refiriendo solo a China, sino a un conjunto de culturas y civilizaciones que están en esa parte del mundo y cuya voz, capacidad de proyección, influencia y riqueza empiezan a ser tomadas en cuenta por parte de un Occidente que ya no es omnipotente. Frente a aquel mundo relativamente homogéneo, no fragmentado, que entendíamos que dominaba Occidente y que se iba a seguir desplegando, hoy encontramos cierta confusión, cierta sensación de desconcierto; al menos, insisto y remarco, con nuestros lentes occidentalizados. ¿Qué es lo que está pasando acá? Lo que sucede es que ha ido emergiendo y se ha ido potenciando otro centro de gravitación y eso produce una “sensación” de desorden. Y a ello se agrega la irrupción más asertiva de un Sur Global heterogéneo, con recursos de peso y más vocal. Hoy, como decimos en un reciente trabajo con Roberto Russell, Mónica Hirst y Ana María Sanjuán, estamos cada vez más inmersos en un orden no hegemónico. No hay ningún país, ni coalición de países, no hay ningún Estado ni coalición de Estados que tenga una capacidad de hegemonía universal y plena. Y esto afecta por igual a los Estados Unidos y China.

Decía que para mirar un momento histórico también podemos tener una mirada de ciclo más corto. Y ciertamente el ciclo más corto que hemos tenido es la denominada pos-Guerra Fría. ¿Qué significa eso? La Guerra Fría fue una disputa integral. Era clara, se daba en todos los ámbitos: en la economía, en la política, en la diplomacia, en el campo militar. Lo que muestra la pos-Guerra Fría es que el proyecto de los Estados Unidos de moldear, principalmente según sus propios intereses, el orden internacional fue un proyecto ambicioso, exagerado y finalmente fallido. De ahí también proviene la imagen de fragmentación y de dispersión que tenemos, porque hemos perdido el “ordenador” fundamental que fueron los Estados Unidos desde 1991, que es el año del colapso de la Unión Soviética, y que, de hecho, con los años, se fue convirtiendo en un visible “desordenador”.

Ahora bien, en este orden no hegemónico, lo que se puede advertir es la existencia de un sistema mundial sobrecargado de desencuentros, fricciones, peligros, luchas, disensos y contradicciones. ¿Qué esperar de tal situación sistémica? Quizás la explicación más sencilla sea la siguiente: la mayoría de las personas tiene acceso a una computadora personal. Cualquiera sea su marca, en algún momento emite una señal de alarma que indica que el “sistema” está “sobrecargado”. Esto significa que hay un exceso y que no se puede seguir adelante. Por lo tanto, hay que hacer algún ajuste. La opción disponible es reducir o eliminar algunos programas y archivos, lo que permite recuperar el funcionamiento. Tomando este símil como un equivalente funcional, la cuestión es esta: ¿qué es lo que se debe eliminar o reducir en un sistema global sobrecargado? ¿La democracia? ¿La paz?

Niños pasan junto a una exhibición del 75º aniversario de la fundación de la Armada del Ejército Popular de Liberación (EPL) de China, en Qingdao, provincia de Shandong, China, el 21 de abril de 2024. (Foto: REUTERS/Florence Lo)

—Y además de la falta de alineamientos claros, ¿cuáles serían las grandes diferencias entre el estado actual y el de la Guerra Fría?

—Las diferencias son muchas. Me detengo en una de tantas. Durante la Guerra Fría teníamos lo que en la disciplina de las relaciones internacionales llamamos “escasas opciones estratégicas”. ¿Qué podías hacer como país, en especial, en lo que antaño se conoció como Tercer Mundo? Te plegabas a los Estados Unidos o buscabas un contrapeso y eventualmente te juntabas con la Unión Soviética si Washington no te lo impedía con todo su arsenal de medidas directas o clandestinas; la mayoría de ellas coercitivas. Lo que en aquellos años apareció como la Tercera Posición, el No Alineamiento o la neutralidad, era como una tangente que trataba de evitar esas tomas de posición. Pero al final del día, y sobre todo si un país estaba ubicado en este Occidente meridional, enten día que los límites de su acción eran tangibles y restringidos, salvo en los contados momentos en que la distensión relativa entre las superpotencias y la disposición política interna en cada país permitían más juego. En definitiva, un mundo conocido y claro.

Lo que tenemos ahora es un mundo que paradójicamente abre el abanico de las opciones estratégicas disponibles para aquellos que pueden y saben cómo “alinear” voluntad, capacidad y oportunidad. A diferencia del pasado, el actual actor ascendente, China, no viene con promesas de ideología, viene con billetera; de allí, en parte, la magnitud del desafío que presenta a Occidente. Viene con finanzas. Viene con comercio. Viene con inversiones. Viene con asistencia. Aunque Washington insiste –digamos, con poco eco al momento por estas tierras latinoamericanas– en que se trata de un “actor maligno”. Y ello con un Estados Unidos que ofrece escasas “zanahorias”, mucho bullying discursivo y poco consenso doméstico para desplegar el uso de la fuerza en la región, como lo probó el caso de Venezuela durante el gobierno de Donald Trump.

Foto de archivo del presidente de EEUU, Donald Trump, junto al líder opositor de Venezuela, Juan Guaido, en la Casa Blanca, en Washington, febrero de 2020 (Foto: REUTERS/Kevin Lamarque)

—¿No supimos aprovechar como región ese momento de repliegue de los Estados Unidos?

—Creo que en América Latina no fuimos conscientes, en los años noventa y a principios de los 2000, de que se abrían alternativas de juego tan grandes. Frente a ese horizonte potencialmente más abierto en el nuevo siglo, y antes de que los Estados Unidos se concentraran en su “guerra contra el terrorismo” y se replegaran relativamente de América Latina, la región, en vez de actuar más conjuntamente, se vio inmersa en dinámicas de dispersión, de desagregación de esfuerzos enmarcados en la expectativa de un “regionalismo abierto” que nos iba a impulsar, entre otras cosas, hacia una agregación de preferencias y propósitos. Volvimos a hacer algo que, paradójicamente, fue típico durante buena parte de la Guerra Fría y que fue el “sálvese quien pueda”, “yo me sumo a Washington”.

Antes fueron los regímenes militares y sus esperanzas de cultivar “relaciones especiales” con los Estados Unidos; ahora eran los gobiernos democráticos con la esperanza puesta en el “Consenso de Washington” y la eventual Área de Libre Comercio de las Américas. Los años noventa cerraron con una región dispersa, mirando más al norte del continente que al mundo en su conjunto y reforzando las fracturas que resurgen de tiempo en tiempo. Al comienzo del nuevo siglo, con Washington concentrado en Medio Oriente y Asia Central, gobiernos de la llamada “ola rosada” reanimaron el espíritu asociativo, en especial en América del Sur. Pero eso también se fue desdibujando en la segunda década del siglo XXI. El resultado fue una gradual y manifiesta dificultad para mejorar la capacidad de negociación colectiva; algo que contribuyó a hacer de Latinoamérica una región menos gravitante a escala mundial.

El presidente norteamericano George W. Bush saluda a su par argentino Néstor Kirchner al iniciar la reunión bilateral, en el marco de la Cumbre de las Américas realizada en Mar del Plata, noviembre de 2005 (Foto NA: Césaro De Luca-POOL)

—Estabas hablando de dónde estábamos y en qué devino esa situación pos-Guerra Fría, con el retraimiento de los Estados Unidos y el ascenso y protagonismo de China y otros países de esa región. Desconocemos muchísimo qué pasa fuera de Occidente. Si pensamos en Latinoamérica, ¿dónde estamos parados?

—La situación actual del mundo muestra lo que en la disciplina de las relaciones internacionales llamamos “coyuntura crítica”, períodos –que no son necesariamente breves, sino que pueden ser extensos– en que se resquebrajan pautas y parámetros, en que se producen transformaciones exponenciales en distintos campos, que es necesario interpretar a escala mundial, no parroquial ni local y, lo más importante, que obligan a las élites a ponderar y concebir nuevos cursos de acción. Eso no se puede postergar mucho tiempo. Y en este punto quiero hacer una comparación histórica con la primera etapa del siglo XX. En ese momento, el mundo atravesaba una situación muy singular: el gradual ascenso de los Estados Unidos y el paulatino descenso del Reino Unido.

Esto es, había una transición de poder, prestigio e influencia de consecuencias significativas. En esa coyuntura extendida, que en la Argentina cubrió diferentes gobiernos y tipos de regímenes políticos, la élite de nuestro país adoptó la estrategia de seguir abrazada al Reino Unido en lugar de advertir la expansión de los Estados Unidos y sus efectos. Obviamente la élite de la época tomó esa decisión por razones prácticas, no por motivos dogmáticos. La tomó porque con los Estados Unidos había una relación competitiva y compleja, mientras que con Europa había una relación complementaria y cercana. ¿Nos ayuda ese antecedente para pensar el presente? Creo que sí y mucho. Hoy es evidente que existen dos grandes actores que compiten y un conjunto muy importante de naciones de referencia en el Sur Global, al tiempo que el peso de actores no estatales es notable; entre otros, las corporaciones más poderosas y sus dueños.

Según el informe de 2023 sobre los ultrarricos (Ultra Wealth Report) hay en el mundo unos 395.000 individuos con una fortuna conjunta de unos US$45 billones, mientras la riqueza mundial ese año fue de US$454 billones, según datos del Credit Suisse. Ahora bien, quiero destacar que mientras los Estados Unidos y su principal aliado, Europa, se han debilitado en años recientes y Washington está pagando el precio de tres décadas de sobreextensión, esto no implica que Occidente esté en un proceso de decaimiento irreversible ni que los Estados Unidos se enfrenten a un declive inminente. Y el ascenso chino, que ha sido paulatino y extraordinario, no es un ascenso sencillo y seguro tampoco.

ARCHIVO – Manifestantes tomados de las manos en apoyo al acuerdo de paz alcanzado entre el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en la principal plaza de Bogotá, Colombia, el 8 de octubre de 2016 (AP Foto/Iván Valencia, Archivo)

Mi punto aquí es que la élite argentina tiene un desafío monumental: o entiende cuáles son los intereses nacionales que defender en medio de estos cambios profundos, o vamos a seguir tomando decisiones erráticas, mal informadas, inconsistentes, anacrónicas, confusas. Entonces, el punto de partida debería ser considerar, por un lado, si esa disputa se está exacerbando o no; por otro, qué elementos de competencia o de cooperación se presentan, de forma tal de comprender cuál es el lugar que estratégicamente puedo y quiero ocupar con miras al segundo cuarto de siglo. Lo otro que analizaría es qué capacidades tangibles y atributos intangibles poseo. Yo viví dieciocho años en Colombia. Para un colombiano o colombiana promedio, el pasado fue difícil, penoso y hasta atroz.

Lo único que tiene por delante un colombiano es el futuro, que puede ser algo mejor. Porque si mira para atrás, ve la violencia de los años cuarenta, cincuenta, sesenta, setenta, ochenta, noventa y comienzos de este siglo, que dejó cientos de miles de muertos y millones de desplazados internos e inmigrantes internacionales. La violencia insurgente, del narcotráfico, paramilitar, institucional. La fe del colombiano está puesta en su futuro. Yo diría que hoy, lamentablemente, cada vez para más argentinos el mejor futuro es su pasado. Antes –mucho antes– hicimos bien varias cosas. Antes teníamos niveles de cohesión social envidiables. Antes fuimos una sociedad mucho menos desigual. Antes, antes y antes.

10 de diciembre de 2023: el presidente de Argentina, Javier Milei, durante la ceremonia de investidura en Buenos Aires (Foto: EFE/ Enrique García Medina)

Y creo que esta percepción es muy importante para saber cómo se posiciona el país en esta disputa global. Eso nos puede abrir opciones o restringir oportunidades. Hace un siglo, leímos el mundo de un modo que, en última instancia, nos aferró al poder declinante a pesar de que transitoria y relativamente lográbamos hacer frente a crisis como la Gran Depresión. ¿Está nuestra dirigencia leyendo el mundo con los ojos abiertos y la mente despejada?

—Supongo que hay circunstancias que pueden ser determinantes para la toma de decisiones o para las conductas que pueden seguir los gobiernos. Entiendo que el combo que se armó entre la pandemia de covid-19 y la guerra en Ucrania necesariamente influyó en esta dirección.

—Sin duda tu observación es muy acertada. Pero quiero entrarle al tema por otro lado. Por ejemplo, la Argentina tiene una valiosa tradición de producción intelectual sobre autonomía relativa en los asuntos internacionales. En esos análisis sobresale un concepto, que remarcaba Juan Carlos Puig, uno de los grandes internacionalistas que tuvo el país: para ser viable, la autonomía requiere contar con atributos reales. Y el elemento clave hoy más que nunca es un modelo que se asiente en la investigación e innovación en ciencia y tecnología.

¿Es posible identificar en la Argentina actual un conjunto de actores públicos y privados que pueda comprometerse en una iniciativa de largo plazo para interconectar el Estado, la comunidad científica y el mundo empresarial tal como han hecho, con éxito, grandes y medianas potencias? ¿Persiste un impulso autonomista que pueda conducir políticamente esa iniciativa? ¿El actual gobierno tiene la disposición y el compromiso para activar un modelo productivo que coloque en el centro el componente de ciencia y tecnología? En el cuadro internacional presente y futuro, los países que carezcan de autonomía tecnológica serán apenas espectadores de la política mundial. Me temo que para el gobierno actual la inversión en ciencia y tecnología es un “costo” que reducir y el compromiso Estado-empresa-científicos, algo innecesario. Casi inconveniente.

Fuente: https://www.infobae.com/tag/policiales