Los líricos dicen que los partidos “se cierran” haciendo otro gol, no defendiendo el primero; los pragmáticos dicen que uno de ventaja basta y sobra como para no arriesgar nada más. Los equilibrados sabrán manejar las circunstancias en las que el rival está groggy contra las cuerdas y falta un cachetazo para el nocaut, y cuándo hay que meter violín en bolsa, refugiarse o defenderse con la pelota, estirar los minutos y no ofrecerle espacios al rival.
Parece cada vez más claro que Boca, incluso sufriendo cierta falta de recambio para varias de sus piezas clave, está construyendo algo bueno. Recibió al equipo que lideraba la zona y que, tomándolo mal parado, le había metido cuatro en el partido de ida. Sabía que un triunfo le daba amplias chances de clasificarse directamente a los octavos de la Sudamericana, y salió resuelto a lograrlo.
Aunque las jugadas claras de gol no fueran tantas como lo ameritaba el volumen de juego generado, fue amplísimo dominador del partido y mereció ganarlo por goleada. Pero cometió un pecado de ingenuidad impropio de su historia, que arruinó un gran trabajo de todo el equipo.
El entrenador, Diego Martínez, asumió la responsabilidad de no haberse impuesto para no ir regalado a buscar una pelota parada al filo de los 90; Chiquito Romero, a su lado, descargó al técnico aludiendo a los jugadores experimentados que tiene el equipo, que debieron haber sabido manejar esa situación. Ambos tienen razón.
Y así como Boca está construyendo algo bueno, también es claro que todavía tiene mucho que aprender en el camino.
Festeja Fortaleza; ni sus jugadores lo podían creer (EFE / Juan Ignacio Roncoroni).
A Martínez le faltó lucidez en el final (EFE / Juan Ignacio Roncoroni).
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