Comentarios sobre “Las cosas perdidas”

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El año pasado el escritor jujeño Pablo Baca publicó su libro “Las cosas perdidas”, una obra que apenas salió a la luz provocó innumerables críticas favorables.

Pablo Anadón, poeta, escritor y doctor en Letras de la provincia de Córdoba, autor entre otras obras de “La mesa de café y otros poemas”, “Viejas canciones rusas y otros poemas” (Pre-Textos, 2022) y “La poesía en el país de los monólogos paralelos”, entre otras, escribió sobre este libro de Baca: “Ya desde su título, pues, podemos advertir que, si bien las ‘cosas perdidas’ alude a cosas en el espacio, de lo que en realidad tratan los poemas del libro es del tiempo. Todo el libro, de hecho, es una elegía.

El tono propio de la elegía, es el del lamento por las cosas o los seres perdidos. Aquí, sin embargo, encontramos… más que una inflexión lastimosa, doliente, elegíaca, un cierto tono aparentemente imperturbable en su expresión, como el de quien registra lo que hay, lo que es y lo que ha sido…

De hecho, sus textos, a despecho de su brevedad y su división en versos, parecen a menudo fragmentos de un relato mayor… Así, se presentan situaciones puntuales, en lugares y tiempos precisos, los cuales sin embargo adquieren un cierto aire indeterminado, que podría pertenecer a muchos otros lugares y tiempos semejantes de nuestros países, esa ambigüedad de precisión e indeterminación que a mí me recuerda vagamente a Rulfo y, Rulfo mediante, a Tizón…”.

Sobre “la pérdida”

La poeta, doctora en Letras, e investigadora del Conicet, Denise León, de Tucumán, por su parte comentó: “…¿qué cosa es un libro de poemas sino un pequeño universo que se despliega cuando no pasa nada? No es la luz nuestro destino”, afirma el poema, los caminos están perdidos pero hay un jardín, hay un perro y, a veces, hay suerte. Es decir que: ‘Hay formas/ de sobrevivir/. Lo primero es aprender/ a escuchar el propio nombre como si uno estuviera/fuera de sí mismo’. Y los lectores, las lectoras, pegamos la oreja, pegamos la nariz, pegamos la piel y, en cada una de las tres partes en las que está dividido el libro, escuchamos lo que hay que perder, las despedidas y las cosas perdidas. Como si Pablo construyera una especie de archivo de gestos extremos, de últimas miradas donde los hombres y las mujeres respondemos con nuestros cuerpos, de una manera valiente o miserable a situaciones que nos destruyen. ‘Hablo desde un lugar/por donde pasó/ el fulgor de la belleza’, dice. Los poemas tocan eso que se ha perdido, que se está perdiendo, que se va a perder pero, de alguna manera, los poemas también se salvan para llegar hasta nosotros, los lectores, y abrir el tiempo y nuestra comprensión a eso que se ha ido. Porque los poemas vienen a ensayar un arte de la pérdida.

En los poemas de Pablo la pérdida aparece no como una forma fija sino como un ritmo siempre complejo y destinado a la transformación. Digamos que los poemas abrevan en la pérdida para extraer de ahí una forma de protesta. Lo que el fuego no consume. Un cuerpo que sufre y escribe poemas es más molesto que un cuerpo que sufre en silencio porque dice algo sobre nuestra propia debilidad, porque nos llama a nosotros los que leemos, a nosotros los que miramos para que pensemos también en las palabras y los nombres que, a pesar de todo, el fuego no consume.

Lo primero es aprender/ a escuchar el propio nombre como si uno estuviera/fuera de sí mismo” (13). La poesía es todo lo que pasa cuando no pasa nada, como ya mencioné más arriba. Y si éste es un libro que podríamos llamar elegíaco, pensemos que la elegía tiene un poder: al mismo tiempo que canta la pérdida, expresa y protege de la desaparición a lo que amamos. Al expresar la pérdida, lo perdido aparece y hace aparecer, desgarra los velos, desnuda a quien se lamenta como una madre pagana. Vélate para que aparezca tu verdad, dice Tertuliano. Y bueno, la verdad de la poesía es siempre es un intento a medias, entre la sombra y la luz”.

Una casa sin ladrillos

“Lo que ha hecho Baca -dice Cecilia Romana, licenciada en Artes y Ciencias del Teatro, poetas que además publicó varias obras, de Buenos Aires- “eso de contar la vida después de la vida, como el testimonio de un resucitado que vio y recuerda y sin embargo estuvo muerto, eso, aunque suene tal vez a acusación, es un hecho y los hechos, dispersos en el mundo y en la historia del mundo, buscan que se los encuentre. Luego, buscan que alguien los traiga al presente contándolos. Una casa, por ejemplo, un hombre viejo parapetado en una casa, un padre a quien un hijo de seis años ve en una galería. Un hombre que cree que esa casa es su choza, su mangrullo, su fortaleza. Un hijo solitario que no hace otra cosa que mirar y ya de grande, cuando la sociedad lo mate, contar, buscar cómo eran los ladrillos de la casa que existe en su memoria, aunque la casa esa que recuerda nunca tuvo ladrillos”.

Canal para la belleza

Finalmente, la escritora jujeña Rebeca Chambi, escribe: “Los poemas de ‘Las cosas perdidas’ conforman un derrotero a manera de canal para la belleza, si a la belleza le cabe también el color de la redención del tiempo. Respirar nos reconcilia con nuestra propia humanidad, con la humanidad creadora de belleza aún en los vericuetos más oscuros de nuestros días. También encontramos belleza en la corporeidad del tiempo cuando logra atravesar la epidermis de la cotidianeidad y nos interpela desde el asombro y acaso desde lo que conservamos de humanidad a pesar de lo perdido.

La vulnerabilidad de los paisajes que describe el poema, ya extintos en la realidad, se guardan en la memoria que son la vida misma, como el reflejo que brinda el agua de un río: ‘CRUZABA un río/ el atardecer / entre los reflejos/ del agua/ y el cielo limpio/ casi blanco./ Escuchaba murmullos/ de la muerte/ en el rumor del agua.’ La aparición de la oscuridad y la muerte son probablemente la corrupción de los efectos de un dolor, trayéndonos al presente nuestra necesidad de belleza que ciertamente alimenta el presente y los días por venir.

El poema también se convierte en la celebración de la existencia, donde vuelve transfigurado por el deseo y la belleza en forma de gratitud”, concluye.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales