El último baile (Segunda Parte)

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Bailamos todo. Todito. íqué ganas de repetir la misma historia! Una blusa de colores primaverales. Farfalla. Un pantalón rojo, una sandalia chatita. Una cartera bandolera. Mucha alegría. Bailamos todo. Ardía Troya al ritmo de la tambora y el wiro.

Bailamos todo. Todito. íqué ganas de repetir la misma historia! Una blusa de colores primaverales. Farfalla. Un pantalón rojo, una sandalia chatita. Una cartera bandolera. Mucha alegría. Bailamos todo. Ardía Troya al ritmo de la tambora y el wiro.

La salsa y el son cubano con sus mantos alegres cubrieron el lugar. Pero la vida es corta, cuando la noche larga. Sin embargo, la oscuridad se acaba. Los primeros destellos aparecían en el este, sentí como sus ojos se llenaban de lágrimas, su corazón se angustiaba.

Soltó mi mano, el hechizo se acabó. Se finito. El ello desaparecía en medio de los cañaverales. En plenitud, el carro dorado se expandía en la bóveda azul. Prima‑ vera. El invierno terminara, las flo‑ res renacerán y tú te podrás marchar. Haiku. Jaku cinema, Pedro.

Dejé un libro en la Casona. Pensé ¿quién lo habrá encontrado? Pudieron leer las notas sobre la isla del sol y de la luna. Datos de un mundo maravilloso, cerquita Cuzco. Me suplicaba que la secuestre, que la lleve a otros sitios. Yo miraba hipnotizado a su cintura, y sentía como la canción de un pueblo blanco se apoderaba de mi historia. Me sentía prisionero de este espa‑ cio. Allá se escuchaba “como olvidarte”. Pensé, esto es una locura. Ella “emparaisaba mi mente”. Cómo decirle que no podría, que esto es como un sueño. Una confabulación. Eres ingeniosa, quizá en el transcurso de la semana te liberen. No me dejes…suplicaba no quería mirarla.

Su rostro temblaba, el bullicio de vez en cuando aparecía. En las paredes del fondo, Eltogo escondido, saboreaba sus nuevas ideas. Casablanca nos invadía y yo sentía que nada podría hacer. Ella seguía en el ápex de mi pensiero. Quizás, esta sería mi opera prima, en un aria famosa de un futuro pa‑ ralelo. María Mariel Martina Marionet, se sentía como una marioneta. Había dejado el libro (la novela: Quiero verte despacio), olvidado en el banco de la Plaza de Armas en Montecarlo. Dos caminantes volvían en un largo atardecer

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales