“Podemos sentir, pero no consentir”: el desafío de criar con límites en tiempos acelerados

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En un mundo vertiginoso, la psicopedagoga Roxana Celeste Dib invita a hacer una pausa. Su primer libro, Criar, educar y conectar en un mundo que no se detiene, de 117 páginas, presentado el pasado viernes en la Fundación Copaipa, propone repensar nuestras formas de acompañar, cuidar y vincularnos con las nuevas generaciones. Con más de 20 años de trayectoria profesional y académica —es licenciada en Psicopedagogía, magíster en Sistemas Educativos, máster en Inteligencia Emocional y actualmente cursa un doctorado en Educación—, Celeste Dib construye una mirada honesta y profundamente humana sobre la crianza y la educación. Pero también habla desde su experiencia como madre de tres hijos (de 30, 21 y 16 años), todos nacidos prematuros, a quienes acompañó con amor, paciencia y límites claros. En diálogo con El Tribuno , comparte el origen del libro, los aprendizajes de su recorrido y una invitación clara: volver a lo esencial.

En un mundo vertiginoso, la psicopedagoga Roxana Celeste Dib invita a hacer una pausa. Su primer libro, Criar, educar y conectar en un mundo que no se detiene, de 117 páginas, presentado el pasado viernes en la Fundación Copaipa, propone repensar nuestras formas de acompañar, cuidar y vincularnos con las nuevas generaciones. Con más de 20 años de trayectoria profesional y académica —es licenciada en Psicopedagogía, magíster en Sistemas Educativos, máster en Inteligencia Emocional y actualmente cursa un doctorado en Educación—, Celeste Dib construye una mirada honesta y profundamente humana sobre la crianza y la educación. Pero también habla desde su experiencia como madre de tres hijos (de 30, 21 y 16 años), todos nacidos prematuros, a quienes acompañó con amor, paciencia y límites claros. En diálogo con El Tribuno, comparte el origen del libro, los aprendizajes de su recorrido y una invitación clara: volver a lo esencial.

Roxana ¿cómo surgió la idea de escribir un libro sobre crianza?, ¿cuándo dijiste: “yo tengo que escribir un libro sobre esto”?

Yo había escrito en 2013 una guía que se llamó Cuando te digo no, te estoy diciendo no. Después, en 2015, dos cartillas para jardín: Los aventureros de la salita de cuatro y La tribu del jardín, para salita de cinco. Y hace un tiempo empecé a observar que me llamaban papás de antiguos pacientes. Imaginate, hace más de veinte años que atendía en consultorio, ya algunos eran abuelos, y me decían: “Roxana, ¿le podés dar una mano a fulano o mengano que ahora tiene su hijo y están desbordados? Están tratando de aplicar esto de la crianza respetuosa y terminan mal”.

Me decían que tanto pedir por favor, tanto tratar de evitar el berrinche, terminaba en gritos, en violencia, y eso estaba afectando mucho la relación con sus hijos. Ahí fue cuando pensé: “Acá hay dos errores de concepto”. Uno es eso que se decía hace unos años, que los papás tenían que ser amigos de los hijos. Y eso no es así. Somos los adultos responsables. Podemos amar a nuestros hijos, quererlos profundamente, pero no somos sus amigos. Igual que el docente: es el adulto responsable frente al aula. No se puede cruzar esa barrera.

Ahora, ¿qué me parece rescatable de esta crianza respetuosa? Que hoy podemos explicar el por qué de un límite. Le puedo decir a mi hijo: “No quiero que salgas sin campera porque te podés enfermar, y si te enfermás, no podemos seguir con nuestra rutina”. Lo explico, pero el límite está. No es: “Bueno, sí, si querés, andá nomás”, solo para evitar el llanto o el berrinche. Porque ahí le estoy enseñando otra cosa muy peligrosa: que no tiene que tolerar la frustración.

Todo niño necesita aprender a tolerar la frustración, porque la vida tiene más “no” que “sí”. Y mientras son chicos, se los puede ir enseñando con juegos. Perdiste, pero está todo bien. En la próxima ganás. También tolerar que no pueden tener todo lo que quieren. Y ahí es donde yo digo que como papás podemos sentir, pero no consentir. Esa gran diferencia es la que los va a ayudar a ser adultos responsables, resilientes. Adultos que toleren no aprobar una materia, no conseguir el trabajo soñado, pero que aún así puedan seguir adelante.

¿Cómo aprender a poner límites en la crianza?

Te cuento una anécdota: mi mamá es pianista, profesora de música. Esta hija, a los tres años, tocaba de oído. Entonces le puse una profe. Pero cuando se complicó, quiso cambiar a violín. Yo estaba en la orquesta infantil y juvenil de la provincia, así que le dije “vamos con violín”. Después quiso flauta traversa. Y ahí puse el límite. Porque entendí que si le permitía saltar de una cosa a otra para evitar lo que le costaba, le estaba enseñando a esquivar los problemas en vez de enfrentarlos.

El límite no es castigo. Es guía. Es saber que todos almorzamos en la mesa. Pero si estás enfermo, bueno, te dejo comer en la cama, tomar una sopa, pero después volvés con nosotros. También hay límites con opciones: “¿Te bañás ahora o después del té?” Pero el límite está: te tenés que bañar. Yo puedo ver que mi hijo sufre porque no logra algo, pero no puedo consentir. Si el límite pierde consistencia, pierde sentido. Y peor si soy yo quien no lo respeta.

¿Cómo se plantea el libro y cuánto tiempo te llevó escribirlo?

Está dividido en capítulos, con muchos ejemplos, porque se aprende mucho mejor así. Ejemplos que me aportaron docentes, papás, situaciones que viví, preguntas que uno se hace. Además, está escrito con lenguaje cercano. No es un libro académico, ni de investigación. Es para padres, docentes, público en general. Algo que se pueda leer, comprender, sin tener que buscar en el celular qué significa una palabra. Y no es muy extenso. La idea es que sea de fácil lectura. Lo escribí en un año y medio. Ya tenía muchas ideas, materiales, entonces fue cuestión de seleccionar: qué sí, qué no, qué va al libro y qué queda para charlas.

¿Por qué alguien debería leer tu libro?

¡Qué pregunta! Creo que estamos hiperconectados, pero no conectados de verdad. No pausamos. No miramos al otro. En el libro hablo de los “papás estatua”, una idea mía, de esos papás que están pero no están. El hijo les habla y después preguntan: “¿Qué me dijiste?”. Los invito a leerlo para reflexionar juntos. No es un libro de recetas mágicas. Los chicos no vienen con manual. Pero desde la experiencia podemos construir juntos una mejor crianza, una mejor educación, una mejor conexión.

¿La temática surgió más desde tu rol profesional o experiencia como madre?

Tiene de todo. Mucho profesional, muchas preguntas de amigos, de gente que se acerca porque creen que por ser profesional o madre con hijos más grandes tenés todas las respuestas. Y no. Las respuestas las vamos construyendo entre todos. Me interesaba mostrar otras experiencias, de otros papás, para que se sepa que no están solos, que otros también atravesaron situaciones difíciles.

Me quedó con una frase que decís: “No es cuestión de andar corriendo detrás del tiempo, sino de habitar el momento”. ¿Nos explicás?

Nos la pasamos corriendo: al trabajo, a llevar a los chicos, a cumplir. Pero, ¿en qué momento estamos presentes de verdad? Parece que divertirse está mal, relajarse está mal, jugar con nuestros hijos es pérdida de tiempo. Y no. Tenemos que aprender a habitar ese momento, a compartir desde la esencia, no solo con el cuerpo.

Eso me lleva también a pensar que cantidad no es calidad…

Totalmente. A veces tenemos poco tiempo, pero podríamos aprovecharlo mucho más. Muchas mamás me dicen “no tengo tiempo”, pero después me cuentan que ven series. Entonces la pregunta es: ¿elegís ver la serie? ¿O podrías haber elegido jugar con tu hijo? Nos tenemos que replantear eso.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales

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