La guerra del siglo XXI y la memoria de Epirus, Ícaro y Leónidas

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Todavía resuenan los ecos de la “Operación Telaraña”; la magistral maniobra ucraniana con la cual se están reescribiendo las reglas de la guerra.

Todavía resuenan los ecos de la “Operación Telaraña”; la magistral maniobra ucraniana con la cual se están reescribiendo las reglas de la guerra.

El último evento histórico comparable fue cuando la Armada Imperial Japonesa cruzó todo el océano sin ser detectada y atacó lo que los norteamericanos consideraban una “fortaleza inexpugnable”; Hawai. Los aviones japoneses, lanzados desde seis portaaviones, destruyeron o dañaron 328 aeronaves y 19 buques de la Armada estadounidense, incluyendo ocho acorazados. El ataque a Pearl Harbor marcó el ascenso de los portaaviones como fuerza dominante en la guerra naval; y arrastró a Estados Unidos a una guerra de la cual pretendían mantenerse al margen.

Ahora, Ucrania desplegó drones sobre cinco bases aéreas remotas -una de ellas a miles de kilómetros de distancia, en el extremo norte siberiano-; penetrando y atacando la Rusia profunda. Para esto, el servicio de inteligencia ucraniano (SBU), introdujo una gran cantidad de drones escondidos en cabinas de madera transportadas en camiones; para luego activarlos y lanzarlos por control remoto.

Con sólo 117 drones; provocaron daños estimados en 7000 millones de dólares, además de haber puesto en evidencia la vulnerabilidad de los sistemas de defensa rusos. La SBU asegura haber destruido un tercio de los bombarderos Tu-95 y Tu-22 que Rusia ha utilizado para lanzar misiles de crucero de largo alcance contra Ucrania; y aviones de alerta temprana y de control aéreo A-50 similares a los AWAC estadounidenses.

Al igual que los portaaviones en el ataque a Pearl Harbor, este ataque podría marcar la obsolescencia de armas -antes dominantes- y el surgimiento de nuevas armas letales como, por ejemplo, los drones y nuevos sistemas de defensa como, por ejemplo, el que desarrolla la empresa Epirus.

En su página web (www.epirusinc.com), dice: “La próxima guerra ya está acá. Una nueva era de conflictos muestra nuevos adversarios que explotan vulnerabilidades usando tácticas asimétricas. Al tiempo que las tácticas evolucionan; nuestro futuro depende de construir soluciones que sean mejores y más rápidas, a costos razonables”.

Enjambres que atacan

La idea de «enjambres de drones» debería quitarle el sueño a todos los ejércitos y oficinas de inteligencia de todo el mundo.

Si los ucranianos pudieron introducir drones tan cerca de importantes bases aéreas en un estado policíaco como Rusia; ¿qué podría impedir a los chinos desplegar cientos de miles de drones autónomos en el aire, mar y bajo el agua -todos armados con ojivas explosivas o pequeños misiles- sobre instalaciones militares en Taiwán y sobre bases estadounidenses cercanas y, con una «blitzkrieg robótica», abrumar a la fuerza del Pacífico? ¿Por qué no podrían hacer lo mismo el ejército pakistaní contra bases indias; o Corea del Norte contra Corea del Sur?

Este ataque también marca un momento de extrema delicadeza y peligrosidad sobre la estabilidad nuclear. Los mismos bombarderos que hasta hoy lanzaban misiles de crucero convencionales contra Ucrania; están diseñados para lanzar armas nucleares. En un momento como este, sería en extremo conveniente que el presidente norteamericano contara con un Consejo de Seguridad Nacional con personal idóneo dirigido por un asesor experimentado y con experiencia; en lugar de un Consejo de Seguridad Nacional tan mediocre dirigido por un secretario de Estado ignorante, fanático, y que acaba de purgar a casi todos sus consejeros experimentados.

Enjambres que explotan

Los primeros drones usados con fines militares fueron ideados por combatientes del Estado Islámico que ponían granadas en la parte inferior de cuadricópteros comerciales durante la Batalla de Mosul. Desde entonces han surgido avances notables en visión por computadora, y software de manejo con inteligencia artificial que han acelerado su uso.

La guerra en Ucrania mostró al mundo cómo esta tecnología cambió la forma en la que ocurre la guerra. Hemos visto en alta definición cómo un dron disponible en comercios -modificado para portar una pequeña bomba-, puede ser estrellado en un camión, un tanque o un grupo de soldados con efectos devastadores. O cómo drones más grandes que cuestan sólo decenas de miles de dólares, -también conocidos como “municiones merodeadoras”- pueden ser lanzados en salvas masivas y atacar objetivos estratégicos o abrumar defensas militares más avanzadas sólo mediante su cantidad. Tanto Rusia como Ucrania han sufrido los efectos devastadores de este tipo de ataques.

En Yemen, el grupo rebelde hutí, con esta baja tecnología, ha bombardeado barcos de carga logrando interrumpir el transporte marítimo mundial en el Mar Rojo como parte de su estrategia para forzar a Israel a detener la guerra en Gaza. Los hutíes también han utilizado poderosas lanchas drones contra barcos de la Marina de los Estados Unidos.

La proliferación de drones baratos significa que cualquier grupo -estatal o no estatal- con los medios técnicos y económicos necesarios para ensamblar y lanzar un enjambre, podría causar estragos, sin necesidad de aviones costosos ni de grandes instalaciones de misiles. Y, aunque algunos ejércitos poseen misiles de precisión que pueden derribar a estos drones, estos no siempre logran su objetivo. Además, cada misil es mucho más caro que los objetivos que derriba. Para contrarrestar un «enjambre de drones», el método no sólo es ineficaz, sino que, además, es muy caro: se derriba un dron de miles de dólares con misiles que cuestan cientos de miles, o incluso millones, por disparo.

Fumigando enjambres

Ya hay drones que se lanzan contra otros drones como arietes; drones que disparan redes para enredar las hélices de cuadricópteros; ametralladoras Gatling guiadas con precisión que simplemente disparan a los drones desde el cielo; enfoques electrónicos, como bloqueadores de GPS y herramientas de hackeo directo; y láseres que derriten agujeros a través del costado de un objetivo. Luego están los dispositivos electrónicos de microondas de alta potencia que emiten kilovatios de energía para freír los circuitos de un dron. Aquí es donde entra Epirus y «Leónidas».

En la página web se puede ver el prototipo. Una losa de metal de setenta centímetros de espesor del tamaño de la puerta de un garaje, montada sobre una base giratoria. El artefacto está lleno de docenas de unidades amplificadoras de microondas dispuestas en una cuadrícula. Cada una tiene aproximadamente el tamaño de una caja de seguridad y está construida alrededor de un chip de nitruro de galio, un semiconductor que puede soportar voltajes y temperaturas mucho más altos que el silicio.

El efecto total podría describirse como un emisor de pulso electromagnético, un rayo de muerte para la electrónica, o un campo de fuerza que establece una barrera protectora alrededor de instalaciones militares y que derriba drones como un matamoscas fulmina una nube de mosquitos. Un dron alcanzado por un haz de «Leónidas» no explota; simplemente cae. Frito.

¿Por qué freír?

La forma más barata de detener un enjambre de drones es la guerra electrónica: interferir las señales de GPS o radio utilizadas para pilotar las máquinas. Pero las intensas batallas de drones en Ucrania han llevado el arte de interferencia y contra interferencia al punto de estancamiento.

Como resultado, está surgiendo un nuevo enfoque: drones imposibles de interferir que operan de manera autónoma usando procesadores integrados para navegar mediante mapas internos y visión por computadora; o drones conectados con filamentos de fibra óptica de 20 kilómetros de largo para control por cable.

Pero “imposible de interferir” no significa “imposible de freír”. En lugar de usar el método de interferencia de una antena que bloquea la conexión del dron con un piloto o sistema de guía remoto, el haz de microondas de «Leónidas» llega al dron y la energía contenida en el haz de microondas encuentra su camino hacia algún componente eléctrico, provocando un cortocircuito donde sea.

La empresa afirma que el golpe de energía dirigido permite que aves y otros animales silvestres sigan moviéndose de manera segura. Qué notable resulta que, en plena guerra donde matamos gente, nos preocupemos por señalar la suerte de las aves silvestres.

Las microondas pueden dañar todo lo que esté en un arco de aproximadamente 60 grados desde el emisor «Leónidas» de manera simultánea y seguir emitiendo una y otra vez; los sistemas de energía dirigida como este nunca se quedan sin munición.

Quizás los drones -sea que estén transportando drogas o armas a través de la frontera; que estén sobrevolando Langley o espiando aviones F-35; o intentando atacar un blanco enemigo-; resulten, al final, parecidos a Ícaro y que estas nuevas armas de microondas resulten el sol fundiéndoles sus alas de cera.

En algunas ocasiones, mangas marinas -fenómenos similares a los tornados que ocurren en el agua-, succionan peces que quedan atrapados en el remolino y, cuando la tormenta se debilita, acaban siendo expulsados junto con intensas lluvias. Quizás, a esta “lluvia de peces” -registradas en Irán, Honduras o Japón-; se le sume ahora una “lluvia de drones” y de carcazas derretidas tras la furia de «Leónidas» y todas estas nuevas armas de defensa anti-dron que, sin duda, comenzarán a aparecer.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales

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