Entre ancestros y algoritmos: pensar el futuro desde el colapso humano

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La palabra “inteligencia” suele estar hoy asociada a lo artificial. Sin embargo, Luciano Lutereau, psicoanalista, filósofo y autor de una amplia obra que dialoga con la filosofía, la psicología y la cultura contemporánea, ofreció otra mirada: “La inteligencia no es artificial, es colectiva”, afirmó en el ciclo Hablemos de lo que viene, organizado por El Tribuno en Salta, cuyo eje fue Ambiente: la hora de la inteligencia colectiva. Allí, junto al periodista especializado Sergio Elguezábal, protagonizó una conversación profunda, tan crítica como cercana, sobre lo humano en su crisis, sus vínculos, su cuerpo y su entorno.

La palabra “inteligencia” suele estar hoy asociada a lo artificial. Sin embargo, Luciano Lutereau, psicoanalista, filósofo y autor de una amplia obra que dialoga con la filosofía, la psicología y la cultura contemporánea, ofreció otra mirada: “La inteligencia no es artificial, es colectiva”, afirmó en el ciclo Hablemos de lo que viene, organizado por El Tribuno en Salta, cuyo eje fue Ambiente: la hora de la inteligencia colectiva. Allí, junto al periodista especializado Sergio Elguezábal, protagonizó una conversación profunda, tan crítica como cercana, sobre lo humano en su crisis, sus vínculos, su cuerpo y su entorno.

Durante su intervención, Lutereau abordó múltiples dimensiones del colapso ambiental, ético y existencial que atraviesa nuestra época, con un hilo conductor que convocó tanto al legado de los ancestros como a la infancia, tanto a la migración como a los desafíos de vivir en una sociedad que disloca el tiempo y desmaterializa los vínculos.

Herencia, ancestros y responsabilidad

Uno de los ejes principales de la conversación fue la herencia simbólica y cultural. Al ser invitado a reflexionar sobre el rol de los ancestros, Lutereau propuso una relectura de esa figura. Lejos de pensarla como una carga, la definió como una responsabilidad activa: “Heredar no es solamente recibir. Es un trabajo de apropiación. Uno tiene que aprender a diferenciarse sabiendo que conserva algo”.

Esa tensión entre continuidad y transformación fue sintetizada por una cita que recuperó de un pensador chino: “Por mis propios caminos, pero busco lo mismo que mis ancestros”. Según Lutereau, esa frase contiene el desafío ético de nuestra época: apropiarse del pasado sin negarlo, pero también sin repetirlo. “Nosotros también vamos a ser ancestros de alguien”, subrayó. Pensar así implica asumir el presente como un eslabón generacional que tiene consecuencias futuras.

Diálogo como construcción conjunta de sentido

El valor del diálogo fue otro eje transversal de la exposición. Lutereau lo abordó no solo como una herramienta comunicativa, sino como una experiencia transformadora. “La palabra diálogo viene de ‘día’, que significa ‘a través’, y ‘logos’, que es conocimiento. Diálogo es el conocimiento que se produce con el otro, a través del otro”, explicó. Desde allí, planteó que el diálogo auténtico solo ocurre cuando las partes están dispuestas a dejarse afectar por lo que el otro dice, a revisar sus certezas, a moverse de lugar.

Ilustró esta idea con una escena clínica: un paciente en Suiza, con una actitud técnica, aséptica, precisa, pero sin capacidad para registrar al otro. “Le hablaba a los demás sin considerar si estaban en condiciones de escucharlo”, relató. Ante eso, introdujo el concepto de responsabilidad comunicativa: no solo importa lo que uno quiere decir, sino si el otro puede escucharlo. “Si no se considera eso, el mensaje fracasa, es fallido”, sentenció.

El sujeto contemporáneo: entre lo animal y lo transhumano

Consultado por Elguezábal sobre cómo caracterizar al sujeto actual, Lutereau profundizó en lo que llamó “la crisis de lo humano”. Se refirió a dos corrientes filosóficas que hoy debaten el lugar del ser humano: por un lado, la filosofía de la animalidad, que intenta reinsertar al humano en el ecosistema desde su dimensión afectiva y biológica; por otro lado, el transhumanismo, que promueve la superación de los límites del cuerpo humano a través de la tecnología.

“El ser humano nunca quiso ser un animal más”, señaló. “Se pensó como el animal que domina, que transforma. Hoy, una línea filosófica busca devolvernos a nuestra condición animal, en especial desde los afectos. Y otra nos quiere llevar más allá del cuerpo, con chips, prótesis, inteligencia artificial, extensión de los sentidos”.

Lutereau advirtió que este viraje no es inocuo. En el pasado, el ser humano extrajo recursos de la naturaleza. Hoy, con la naturaleza colapsada, empieza a extraer de su propio cuerpo, lo que implica una nueva forma de extractivismo. “¿Hasta qué punto el cuerpo es modificable? ¿Hasta dónde se puede intervenir sin consecuencias éticas?”, planteó.

La conversación viró hacia el territorio emocional del desarraigo, la pérdida y el duelo. Lutereau describió una nueva forma de colapso: no el del fin del mundo espectacular que preveía el siglo XX, sino el de una Tierra que deja de recibirnos. “No será una gran explosión. Es algo más lento, más cruel: un mundo que se vuelve inhabitable”.

Desde allí, conectó la problemática ambiental con la experiencia de quienes emigran porque ya no encuentran condiciones para vivir en su tierra. “No son exiliados políticos. Son migrantes por falta de oportunidades. Eso también es un duelo. La pérdida del hogar genera una herida profunda”.

Compartió el relato de un paciente que volvió a su barrio de infancia para descubrir que la casa de sus padres había sido reemplazada por un edificio. “Me dijo: ‘Mi casa ya no está en ningún lado’. Eso habla de una pérdida simbólica. No solo se pierde algo: se pierde la posibilidad de volver”.

Otra de las transformaciones que destacó Lutereau fue la del tiempo y la experiencia corporal. Hoy, explicó, el cuerpo ya no se limita a un solo lugar. Las personas pueden estar en múltiples espacios a la vez: físicos, virtuales, proyectivos. “Se desdibuja la noción de presencia. Además, intentamos revertir el tiempo con rejuvenecimiento, longevidad, criopreservación. Incluso hay sistemas que permiten dejar programadas acciones para después de morir, como correos electrónicos automáticos. Es otra forma de estar en el mundo”.

Lutereau junto a uno de los jóvenes asistentes que se acercó para saludarlo, en el Centro de Convenciones de Limache. Foto: Javier Rueda

En el cierre, Sergio Elguezábal mostró un libro de autoría de Lutereau titulado Más crianza, menos terapia, y le preguntó por el sentido del título. “Parece contradictorio viniendo de un psicólogo”, bromeó el periodista. Lutereau explicó que su postura no es anti-terapia, sino crítica del uso automático de la misma. “Muchas veces nos apuramos. Apenas aparece un síntoma, queremos intervenir, medicalizar, diagnosticar. Pero la crianza necesita tiempo, espera, observación. A veces la mejor respuesta es no hacer nada, sino dejar que las cosas se desarrollen”.

Desde su trabajo en psicología infantil, sostuvo que muchos padres llegan angustiados por conductas que no necesariamente requieren intervención. “Un niño que no quiere ir al psicólogo porque prefiere jugar con sus amigos, está bien. Eso es sano. No hay que llenar la infancia de actividades, estímulos y tratamientos. A veces el entorno es el que necesita ajustarse, no el niño”.

En ese sentido, recuperó el concepto de ambiente emocional, propuesto por Donald Winnicott: un entorno facilitador que no impone, sino que acompaña. “El ambiente también es emocional. No es solo físico. Se trata de crear condiciones para que los procesos ocurran, no de resolver todo de inmediato”.

“Hoy se habla mucho de inteligencia artificial. Pero lo que necesitamos es inteligencia colectiva”, afirmó Lutereau como cierre. Frente a la automatización, la soledad, el aislamiento y la fragmentación, propuso recuperar el valor del vínculo, la conversación, la comunidad. “La inteligencia colectiva es la que se construye con otros, en el intercambio, en la escucha, en el cuidado. No es una suma de datos, es una ética de relación”. La conversación con Luciano Lutereau no solo aportó conceptos filosóficos y clínicos. Fue una invitación a pensar con profundidad sobre cómo habitamos el tiempo, el cuerpo, la palabra y el planeta. En una era atravesada por el vértigo, su intervención fue una pausa lúcida para volver a preguntar, con seriedad y sensibilidad, quiénes somos hoy… y qué futuro estamos construyendo.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/salta

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