El contenido de la sentencia de la Corte Suprema de Justicia sobre Cristina Kirchner era totalmente previsible. Su oportunidad, que es obviamente política, responde a la impresión predominante en el “círculo rojo” de que el protagonismo de la expresidenta, aunque sea a modo de un fantasma divisado en el horizonte, representa una amenaza que golpea sobre la confianza de los inversores y por consiguiente en las posibilidades de recuperación económica. La posibilidad cierta de que ganase la elección en la Tercera Sección Electoral en la provincia de Buenos Aires, un distrito que por su población equivale a la segunda provincia argentina, era un riesgo que la sentencia contribuye a aventar.
El episodio aceleró las definiciones en el peronismo sobre las elecciones legislativas de octubre. Pero ese camino ya había empezado a transitarse el 18 de mayo en la ciudad de Buenos Aires, donde la incógnita principal no era quien ganaría sino cómo terminaría la puja entre Manuel Adorni y Silvia Lospenatto, que protagonizaron una “interna abierta” cuyo resultado fijó el rumbo para la contienda nacional.
Adorni contó con dos ventajas. Una es su identificación con Javier Milei, que le permitió capitalizar la popularidad presidencial. La otra es la clásica propensión del electorado porteño a privilegiar la problemática nacional sobre los temas locales, que restó relevancia a la campaña del PRO, basada en la reivindicación de sus 18 años de gestión en la ciudad de Buenos Aires.
Esa particularidad diferenció la elección porteña de las celebradas en Santa Fe, Chaco, Salta, Jujuy, San Luis y Misiones, donde ganaron los oficialismos locales y, salvo el caso de Chaco, donde fue aliada con el gobernador radical Leandro Zdero, La Libertad Avanza no tuvo resultados satisfactorios. El oficialismo porteño fue, hasta ahora, el único derrotado en las urnas.
El resultado no querido de esa confrontación era la posibilidad de que en un distrito en que el peronismo hace tiempo perdió su arraigo territorial, Santoro ocupara el primer lugar, lo que hizo que tanto el PRO como LLA tendieran a culpabilizarse recíprocamente de abrirle el camino a la victoria en el distrito más “antikirchnerista” de la Argentina.
En realidad, se trataba de un reduccionismo propagandístico. Santoro es un dirigente de origen radical y su campaña estuvo concentrada en la crítica a Milei y al gobierno del PRO, eludiendo toda otra identificación. Esa actitud confirmó la tendencia al ocaso del “kirchnerismo”, que es el trasfondo de la controversia entre Cristina Kirchner y Axel Kiciloff.
Kiciloff, quien no tiene posibilidades de reelección, por lo que su porvenir está irremediablemente unido a su candidatura presidencial, afronta un dilema insoluble. La subordinación a Cristina Kirchner es un obstáculo para su éxito electoral, pero una confrontación abierta con su antigua jefa sería igualmente fatal para su objetivo, aunque haya gobernadores peronistas que presionen para que ejecute un “matricidio político” y le prometen el apoyo para su candidatura presidencial.
Esta limitación lleva al mandatario bonaerense a transitar por un angosto desfiladero. Precisa sortear el eventual veto de Cristina Kirchner sin acatar su jefatura, o sea sin convertirse en un segundo Alberto Fernández. En esa pulseada, con el respaldo de la mayoría de los intendentes, Kiciloff impuso un inédito desdoblamiento de las elecciones bonaerenses, con la intención de hacerse cargo de la contienda de septiembre y dejar a Cristina Kirchner librada a su suerte en la competencia nacional de octubre, una maniobra que la exmandataria sorteó con su postulación como diputada provincial.
Reconfiguración del sistema político
Pero el mayor problema que enfrenta el gobernador bonaerense es que hasta ahora no ha sido capaz de esbozar una visión de fondo alternativa a Cristina Kirchner mientras que su capacidad para atraer a la amplia franja del electorado desencantada del “kirchnerismo” depende precisamente de su aptitud para mostrar esa “nueva canción” que anunció el año pasado pero que todavía no tiene música, letra y ni siquiera título.
La terminante resolución de la puja entre Milei y Macri, reflejada en las urnas de la ciudad de Buenos Aires, y la controversia entre Kiciloff y Cristina Kirchner en la provincia de Buenos Aires, revelan el ocaso de las dos figuras que signaron el escenario en los últimos quince años, desde la desaparición de Néstor Kirchner, y señala un hito en la reconfiguración del sistema político cuya primera expresión fue, precisamente, la irrupción y el triunfo de Milei en las elecciones de 2023.
Estas circunstancias que condicionan las características de las elecciones legislativas no opacan el hecho de que el 26 de octubre la Libertad Avanza quedará consagrada como la primera fuerza política a nivel nacional por número de votos, en medio de un espectro configurado por un Partido Justicialista en crisis, un conjunto de expresiones provinciales con peso territorial y un heterogéneo elenco de formaciones menores.
Este resultado implicaría un voto de confianza a Milei que puede satisfacer la expectativa de los actores económicos más relevantes y de la comunidad financiera internacional, cuyas dudas sobre el futuro de la Argentina no residen en el contenido de su programa económico, al que apoyan, sino en su viabilidad política en el mediano y largo plazo.
Pero un triunfo del oficialismo en octubre no alcanzará para otorgarle una mayoría en la Cámara de Diputados ni en el Senado. La aprobación de las leyes que viabilicen las reformas estructuras incluidas en el acuerdo con el FMI, desde la reforma previsional hasta la modernización del régimen laboral y la modificación del sistema impositivo, que junto a la privatización de las empresas estatales son el núcleo de la segunda etapa del gobierno, seguirá demandando continuas negociaciones con sectores de la oposición.
Tampoco cabe extrapolar conclusiones apresuradas: una derrota del “kirchnerismo” en la provincia de Buenos Aires no supone su eclipse. Hace veinte años que el Partido Justicialista no gana en ninguna de las elecciones de medio término en esa provincia. La última vez fue en 2005, cuando Cristina Kirchner derrotó a Hilda Duhalde, en una competencia similar a la que libraron Milei y Macri en la ciudad de Buenos Aires y que en aquella ocasión marcó el afianzamiento de Kirchner y el ocaso de quien lo había eyectado al poder. En 2009 y 2013, fue vencido por dos expresiones del peronismo “antikichnerista”, encabezadas coyunturalmente por Francisco de Narváez y Sergio Massa, y en 2017 y 2021 volvió a perder ante Juntos por el Cambio.
Para Milei, en cambio, resulta vital ganar las elecciones en Buenos Aires. Una derrota implicaría un golpe en la confianza internacional y redundaría en un aumento de la tasa riesgo país y una postergación en las inversiones anunciadas. Pero esa victoria tampoco le asegura el éxito para su reelección del 2027. Baste recordar que el triunfo de Juntos por el Cambio en las elecciones de medio término de 2021 precedió a su derrota ante la fórmula de Frente de Todos en la elección presidencial del 2019.
Este riesgo de gobernabilidad justifica la prioridad otorgada por Milei a un triunfo en Buenos Aires. Ganar no le significará una victoria definitiva, pero una derrota sería, sí, políticamente letal. Esta certeza condicionará la acción del gobierno en los próximos meses, concentrada en mostrar como carta de triunfo el éxito la lucha contra la inflación.
Todo indica que en octubre Milei obtendrá el premio a su programa anti- inflacionario. El resto del espectro político, incluido el peronismo, que hoy se asemeja a un archipiélago carente de liderazgo nacional, probará fuerzas para fijar las bases de una nueva estructuración que permita avanzar hacia una reconfiguración del sistema de poder acorde con el punto de partida signado por la irrupción de Milei y el ocaso de Macri y de Cristina Kirchner.
Sólo a partir de esos resultados electorales será posible establecer con mayor precisión el espacio de maniobra que tendrá Milei para avanzar en su programa económico, los interlocutores políticos con los que tendrá que negociar para lograrlo y el escenario de la puja por la sucesión en 2027.