Condena histórica y desafío cultural

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La historia institucional argentina atraviesa un punto de inflexión. La Corte Suprema de Justicia de la Nación ha dejado firme la condena penal contra Cristina Fernández de Kirchner, por defraudación al Estado en la causa “Vialidad”. No se trata de un episodio judicial más, sino de un acto que recupera el sentido más profundo de la democracia: la vigencia plena del principio de igualdad ante la ley.

La historia institucional argentina atraviesa un punto de inflexión. La Corte Suprema de Justicia de la Nación ha dejado firme la condena penal contra Cristina Fernández de Kirchner, por defraudación al Estado en la causa “Vialidad”. No se trata de un episodio judicial más, sino de un acto que recupera el sentido más profundo de la democracia: la vigencia plena del principio de igualdad ante la ley.

No es un triunfo de sectores políticos: es una victoria de la República, del Estado de Derecho y de la verdad. Representa, en toda su magnitud, el restablecimiento de la legalidad como frontera moral del poder.

El kirchnerismo no fue solo una corriente política. Fue, en términos históricos, una estructura sistémica de corrupción, manipulación cultural y degradación institucional. Su supervivencia se basó en tres pilares: el uso del Estado como botín de guerra, la destrucción deliberada de los controles republicanos, y la consolidación de una narrativa que desfiguró la verdad bajo la máscara de la inclusión social.

Durante años, los resortes del poder fueron ocupados por una lógica mafiosa que sustituyó el mérito por la lealtad, la eficiencia por la militancia, y la justicia por la impunidad. La corrupción se convirtió en política de Estado, y la ciudadanía, en rehén de un aparato que lucró con la pobreza y destruyó la confianza pública.

Con la confirmación del fallo condenatorio, el sistema judicial ha honrado su responsabilidad histórica. El poder judicial, tantas veces degradado o cooptado, ha demostrado que es posible restituir el equilibrio de poderes y resignificar el derecho como herramienta de justicia, y no como escudo de privilegios.

Este acto judicial representa un punto de partida hacia una reconstrucción moral de la República. No alcanza con sancionar a los responsables: es necesario desmontar el entramado de complicidades que permitió que el saqueo fuera considerado “gestión”, y que el delito se legitimara con votos.

El juicio firme no solo sentencia a una persona. Interpela a todo un modelo de poder, y exige de la sociedad una respuesta firme, lúcida y transformadora.

La hora exige algo más que alivio: exige madurez democrática. No bastará con sentencias ejemplares si la ciudadanía permanece indiferente o cómplice. La reconstrucción nacional requiere una ciudadanía comprometida, responsable, vigilante y activa. Que no naturalice la mentira, que no excuse el delito, que no ceda ante el chantaje moral de los falsos redentores.

“El juicio firme no solo sentencia a una persona. Interpela a todo un modelo de poder, y exige de la sociedad una respuesta firme”.

El proceso de depuración institucional debe ser sostenido con firmeza por todas las expresiones de la sociedad civil: el periodismo libre, las organizaciones ciudadanas, las escuelas, los foros públicos, las redes sociales conscientes. La ética pública debe volver a ser norma, y no excepción.

La democracia no se limita al acto electoral: se vive en la defensa cotidiana de la verdad, la justicia y el bien común.

Como en los grandes momentos de la historia nacional, la Argentina necesita construir memoria. Memoria política, memoria institucional, memoria cívica. Así como el país dijo “Nunca Más” al terrorismo de Estado, hoy debe decir “Nunca Más” a la corrupción organizada desde el poder político.

La memoria no debe ser una narración revanchista, sino una herramienta de aprendizaje colectivo. Solo desde la verdad se construyen pueblos libres. Solo desde el reconocimiento del daño causado puede surgir una Nación reconciliada consigo misma.

La corrupción también destruye vidas, posterga generaciones, margina a los vulnerables y traiciona el mandato soberano. Por eso, el juicio a Cristina Fernández de Kirchner debe ser parte de un relato nacional que recuerde, juzgue y trascienda.

Lo que se abre ante los argentinos no es solo un escenario judicial cerrado: es una posibilidad histórica de refundación moral y política. Argentina necesita un pacto republicano, no firmado entre elites, sino encarnado en el corazón de cada ciudadano. Un acuerdo tácito pero irreversible de que la honestidad no es una opción: es el punto de partida.

La sentencia firme contra Cristina Fernández de Kirchner no será recordada solo como un hecho jurídico. Será recordada como el inicio de una nueva conciencia nacional. Como el momento en que la República decidió renacer, pese a todo. Como la hora en que la Argentina volvió a creer en la justicia, no como un deseo, sino como una realidad.

El juicio de la historia ya ha comenzado.

Que el futuro lo encuentre sostenido por una sociedad que haya aprendido, que haya madurado, y que nunca más permita que la oscuridad del pasado se disfrace de esperanza.

No hay fallo judicial que pueda sostenerse sin el compromiso activo de la sociedad. No hay República posible sin ciudadanos republicanos. No hay justicia duradera si quienes deben exigirla se limitan a observar desde la comodidad o la indiferencia. El momento que atraviesa la Argentina exige coraje cívico, determinación ética y una vocación profunda de reconstrucción colectiva.

Cada argentino debe asumir, desde su lugar, la responsabilidad de sostener este rumbo. No se trata de un deber ajeno, ni de una tarea delegada en las instituciones: es una causa común, moralmente ineludible. La defensa de la legalidad, la verdad y el bien común no puede estar sujeta a cálculos partidarios ni a silencios interesados. La lucha contra la corrupción es la lucha por la dignidad nacional.

La República necesita ciudadanos a la altura de su promesa. Y ese llamado es hoy, aquí y ahora.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales

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