El psicoanalista y filósofo Luciano Lutereau participó del encuentro “Hablemos de lo que viene: Ambiente, la hora de la inteligencia colectiva”, donde reflexionó junto al periodista Sergio Elguezábal sobre el legado de los ancestros, el colapso ambiental, la transformación del sujeto contemporáneo y el valor del diálogo. “Nosotros también vamos a ser ancestros de alguien”, afirmó.
Durante el reciente encuentro “Hablemos de lo que viene”, realizado en Salta con foco en el ambiente y la inteligencia colectiva, Luciano Lutereau -reconocido psicoanalista, escritor y filósofo- analizó junto a Sergio Elguezábal, periodista y moderador del evento, la noción de herencia y los vínculos humanos hasta el colapso climático y la crisis de lo humano. El diálogo abordó los desafíos actuales con profundidad filosófica y una mirada crítica sobre el presente.
Al ser invitado a reflexionar sobre el rol de los ancestros, Lutereau planteó que lo heredado no debe entenderse como un peso sino como una responsabilidad activa. “Heredar no es solamente recibir. Es un trabajo activo de apropiación. Uno tiene que aprender a diferenciarse sabiendo que conserva algo. Ese es, en última instancia, el desafío: apropiarse de lo heredado y poder transmitirlo.”
Recordó a un pensador chino que decía: “Por mis propios caminos, pero busco lo mismo que mis ancestros”. Esa frase sintetiza la tensión entre tradición y transformación. “Nosotros somos también futuros ancestros”, subrayó Lutereau, y agregó: “Pensar en términos de ancestros remite a la cadena generacional. Hay otros que nos precedieron y eso nos pone en la difícil tarea de seguirlos, eventualmente rectificarlos y eventualmente continuarlos”.
El valor del diálogo fue uno de los ejes del intercambio. “La palabra diálogo se compone de ‘día’, que significa ‘a través’, y ‘logos’, que significa conocimiento. Es decir, el conocimiento que se produce a través del otro. Las personas dialogan cuando están dispuestas a decir algo que incluya lo que el otro tiene para decir también.”
En ese contexto, relató una escena de su práctica clínica: “Un paciente que vive en Suiza, muy técnico, muy frío, me decía siempre las cosas con una precisión taxativa. Pero nunca tenía en cuenta si el otro estaba en condiciones de escucharlo. Yo le hablé de lo que en psicología se llama responsabilidad comunicativa. Cuando uno va a decir algo, tiene que tener en cuenta también si el otro puede escucharlo. Si no, el mensaje fracasa, es fallido.”
¿Quiénes somos hoy?: entre lo animal y lo transhumano
Frente a la pregunta de Elguezábal sobre cómo caracterizar al sujeto contemporáneo, Lutereau explicó que la filosofía actual debate intensamente la llamada “crisis de lo humano”. Según explicó, hay dos líneas principales en tensión: la filosofía de la animalidad, que intenta reintegrar al ser humano en el reino animal, y el transhumanismo, que propone superar los límites del cuerpo humano con tecnología.
“El ser humano nunca quiso ser un animal más. Se pensó como el animal que piensa, el que domina la naturaleza. Pero hoy algunas líneas filosóficas intentan devolvernos a nuestra condición animal, sobre todo desde una dimensión afectiva.”
Por el otro lado, el pensamiento transhumanista promueve lo que se conoce como “humanismo cyborg” o “transespecismo”, con tecnologías que extienden la vida, modifican el cuerpo y amplían los sentidos. “Por ejemplo, ya existen chips implantados para anticoncepción o para tratar enfermedades. Se trata de extender la sensibilidad, de generar registros sensoriales que no son propiamente humanos.”
Esto, advierte, no es inocuo: “El ser humano comenzó dominando la naturaleza y terminó desarrollando un modelo extractivista. Hoy que la naturaleza ya está agobiada y muestra cada vez más finitud, el humano vuelve sobre su propio cuerpo e intenta extraer recursos de sí mismo. Y eso plantea enormes debates éticos. ¿Hasta qué punto el cuerpo es modificable?”
Cuando la Tierra deja de alojarnos
El diálogo avanzó hacia una dimensión ambiental profunda: la pérdida del hogar como categoría existencial. “Durante el siglo XX teníamos miedo de un fin del mundo causado por guerras o desastres nucleares. Hoy estamos yendo hacia una instancia distinta: no será una gran explosión, sino un mundo que deja de recibirnos. La Tierra se vuelve inhabitable.”
Lutereau vinculó esa idea con la experiencia del desarraigo y el duelo. “Hay personas que deben irse de su país porque ya no encuentran condiciones para desarrollarse. No son exiliados políticos: son migrantes por falta de posibilidades. Y eso es un duelo. Perder la raíz es un dolor muy profundo.”
Contó la historia de un paciente que emigró y volvió a su barrio de la infancia para descubrir que la casa de sus padres ya no existía: “Había un edificio en su lugar. No reconocía ni la cuadra. Me dijo: ‘Mi casa ya no está en ningún lado’. Ese tipo de duelo es muy específico: no se trata de lo que se perdió solamente, sino de aquello a lo que ya no se puede volver.”
En ese marco, habló de una época que trasciende el tiempo y el espacio. “Hoy podemos estar en muchos lugares al mismo tiempo, incluso en lugares virtuales. Se transgrede la noción física del cuerpo, que antes solo podía estar en un lugar. Además, intentamos revertir el tiempo con rejuvenecimiento y vida extendida. Incluso se están desarrollando sistemas para dejar programadas acciones después de la muerte: correos electrónicos que se envían años más tarde, tareas postergadas. Es otro modo de vivir.”
Más crianza, menos terapia: el ambiente emocional también importa
Hacia el cierre, Elguezábal mostró un libro titulado Más crianza, menos terapia, de autoría del propio Lutereau, y lo interpeló sobre su sentido. “Me pareció paradójico que un psicólogo escriba eso”, bromeó el periodista. Lutereau explicó su posición: “No a la terapia en cualquier circunstancia. A veces nos apuramos. Ni bien aparece un síntoma, ya queremos medicalizar, intervenir. La crianza necesita tiempo, observación, cuidado.”
Desde su experiencia en psicología infantil, relató que muchas veces recomienda a los padres no iniciar una terapia de inmediato. “Vamos a ver qué pasa, demos tiempo. Un niño que no quiere ir a terapia porque prefiere jugar con sus amigos, está bien. Eso es sano. No se puede llenar la agenda del niño con psicólogo, inglés, computación. La infancia no puede ser un plan de estímulos ininterrumpido.”
Retomando la idea de ambiente, Lutereau subrayó que esta categoría no es solo física sino también emocional y vincular. “Winnicott hablaba de ambientes facilitadores para el crecimiento. No se trata de resolver el problema, sino de generar un entorno que permita que las cosas se desarrollen de la mejor manera.”
“Hoy hablamos mucho de inteligencia artificial, pero este encuentro nos recuerda que también debemos hablar de la inteligencia colectiva. Lo que podemos construir entre todos, con diálogo, con cuidado, con memoria y con comunidad”, concluyó.