Discurso para militantes

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La ratificación de la condena a Cristina Fernández de Kirchner a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos es un acontecimiento histórico. Se trata de una personalidad política que heredó la presidencia de su marido Néstor, gobernó durante dos períodos, mostró su vocación monárquica al negarse a reconocer el triunfo de Mauricio Macri y volvió, como vicepresidenta, integrando la fórmula con Alberto Fernández.

La ratificación de la condena a Cristina Fernández de Kirchner a seis años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos es un acontecimiento histórico. Se trata de una personalidad política que heredó la presidencia de su marido Néstor, gobernó durante dos períodos, mostró su vocación monárquica al negarse a reconocer el triunfo de Mauricio Macri y volvió, como vicepresidenta, integrando la fórmula con Alberto Fernández.

El fallo de la Corte Suprema parece poner el broche final a dos décadas que -según el relato de Cristina, ayer- habría sido de prosperidad, plena ocupación y justicia social. Un gobierno “nacional y popular”, aseguró. Ni la historia electoral de estos años ni la escueta movilización de anoche parecen darle la razón.

El gran error de los populismos es creer que realmente son “el pueblo”. Un monopolio imposible y que, como consigna de una supuesta “revolución”, ha construido una Sudamérica violenta e indefensa frente a la globalización y a un orden mundial que atraviesa décadas traumáticas.

En su alegato, la expresidenta presentó la condena como un complot de etéreos poderes que, aparentemente, no toleran las virtudes del kirchnerismo.

Por cierto, en ningún momento negó los hechos que le imputa la Justicia. Ni mencionó a ninguno de los otros ocho condenados, entre quienes figuran Lázaro Báez y José López, el de los bolsones. Ni se refirió a las absoluciones, en la misma causa, de Julio De Vido, Abel Fatala, Héctor Garro y el primo del expresidente Néstor Kirchner, Carlos Santiago Kirchner.

Pero los veinte años de kirchnerismo no fueron un paraíso. Más allá de episodios violentos, como la desaparición de Julio López, el asesinato de Alberto Nisman y las decenas de personas muertas en episodios represivos, que no suelen contabilizarse, lo cierto es que la enorme grieta que fractura al país no hizo más que profundizarse. El resultado está a la vista: incremento del trabajo no registrado y de la economía en negro, deterioro progresivo del salario, consolidación de la pobreza estructural y degradación educativa.

En 2023, el kirchnerismo dejó a un país en pleno proceso de estanflación. Y llegó Javier Milei.

Es falaz atribuir todos estos males al kirchnerismo. No se explican con la fórmula fácil de invocar el déficit fiscal y la inflación. El deterioro institucional, la ausencia sistemática de proyectos de desarrollo, la carencia de políticas tributarias y las conductas erráticas en las relaciones internacionales son una constante que se profundiza desde los años ’70, cuando la crisis del petróleo alteró la economía del mundo entero.

No hay infierno ni paraíso. Hay un país donde sobran las confrontaciones y no existe la menor vocación de acuerdo.

Y la corrupción forma parte de un paisaje casi naturalizado. Cristina no admite hechos que son más que elocuentes y prefiere ponerse en el papel de víctima. Y su antípoda, Javier Milei, no se siente obligado a rendir cuentas por escándalos como el de la criptoestafa $Libra.

La condena contra Cristina Kirchner es histórica, pero nadie puede asegurar que signifique el fin de su carrera ni del kirchnerismo. Mucho menos, de la corrupción y la impunidad.

El entusiasmo libertario y la fe en las “fuerzas del Cielo” puede ser tan efímero como las ilusiones revolucionarias que algunos militantes coreaban ayer frente al PJ.

Cristina puede ser pasado, o no, y nadie sabe cuál es el futuro de Milei. Ya no es tiempo de discusiones entre “gorilas” y “mandriles”, sino de tratar de encontrar una respuesta sustentable para una sociedad exhausta, que no oculta su progresivo descreimiento en la política y la democracia.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales

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