Ernest W. White, un viajero desconocido del siglo XIX

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Es increíble constatar que a veces se descubren personajes de la historia de los cuales no ha quedado el más mínimo registro. Aún a pesar de que dejaron una obra extraordinaria para la posteridad. Son meros fantasmas en la erosión de la historia. Los vemos con algunos personajes que llegaron a ocupar decenas de páginas en viejas enciclopedias y hoy se reducen a una cita puntual del nombre y algo más.

Es increíble constatar que a veces se descubren personajes de la historia de los cuales no ha quedado el más mínimo registro. Aún a pesar de que dejaron una obra extraordinaria para la posteridad. Son meros fantasmas en la erosión de la historia. Los vemos con algunos personajes que llegaron a ocupar decenas de páginas en viejas enciclopedias y hoy se reducen a una cita puntual del nombre y algo más.

El motivo de este artículo es rescatar la figura de un naturalista viajero del siglo XIX que recorrió la República Argentina a lomo de animales y dejó escrita una obra monumental, en dos gruesos tomos, los que en conjunto superan las mil páginas. Se trata de Ernest William White, de quién no sabemos ni lugar de nacimiento, ni lugar de estudios, ni fechas de nacimiento y muerte. Los pocos datos que se pueden obtener provienen de los escuetos prefacios de sus dos tomos, y del título y las fechas en que fueron publicados. De allí se deduce que era un joven naturalista inglés, versado especialmente en botánica y zoología. Cuando habla de plantas y animales lo hace con los nombres científicos binomiales que se usaban en su época, de los cuales algunos se mantienen aún hoy y otros han cambiado con el paso de los años.

Dentro de la zoología su interés eran las aves a las cuales dedica abundantes observaciones. Es más, refiere que, al pasar por Campo Santo en Salta, estuvo en el lugar donde en 1878 había fallecido su amigo el ornitólogo Henry Durnford. Durnford, un comerciante inglés radicado en Argentina había estudiado las aves de la Patagonia, especialmente de Chubut, lugar donde enfermó gravemente. Recuperado, inició un largo viaje al norte para estudiar las aves tropicales y falleció en el viejo Ingenio San Isidro donde se había hospedado. Por las siglas que acompañan el nombre de Ernest F. White, FZS, sabemos que era un miembro destacado (fellow) de la Zoological Society.

Esta sociedad fue creada en 1826 en Londres por académicos prestigiosos y reunía a destacados naturalistas como Darwin, Wallace, Huxley y Owen. Ser “fellow” representaba un lugar de privilegio y si White lo era en 1881, cuando firmó el primer tomo de su obra, quiere decir que ya portaba un título académico. Él mismo se define como un “viajero muy joven” con lo cual, especulamos, debió tener entre 20 y 30 años de edad. Lo concreto es que viajó por dos años en el interior de la República Argentina y recorrió especialmente el centro, el norte y el litoral.

Vuelto a Inglaterra entregó sus manuscritos al famoso librero John Van Voorts (1804-1898) quien estaba especializado en obras de historia natural y tenía su editorial en la calle Paternoster, emblemático lugar de librerías e imprentas del viejo Londres. Van Voorst editó a los grandes naturalistas de su tiempo y realizó libros de calidad y bien ilustrados con más de 300 títulos. Además, durante 40 años, desde 1843 a 1886, publicó la revista “The Zoologist”.

Testimonios de Silver Land

Lo cierto es que White entregó su voluminoso trabajo que sería publicado como: “Cameos from the Silver-Land; or the Experiences of a Young Naturalist in the Argentine Republic”. Tal vez su extraño título fuera el motivo de que haya pasado desapercibido, primero por la palabra “Cameos” y segundo por llamarle “Silver Land” a las tierras del Plata. Para los libreros actuales se considera una obra rara, en dos tomos publicados en 1881 y 1882, en 4°, (14 cm x 21,5 cm), con su encuadernación en tela con guardas y títulos dorados (al igual que sus cantos), con los tomos I y II de 436 y 527 páginas respectivamente e incluye un mapa.

Dicho mapa a color muestra las grandes regiones de Argentina, así como los territorios de Bolivia y Perú, antes de que estos quedaran desmembrados por la Guerra del Pacífico. En el prefacio del primer tomo declara: “Me he visto inducido a proyectar el siguiente trabajo a fin de presentar a mis compatriotas un bosquejo real de la República Argentina tal como es. Las nociones sobre este vasto y progresista país corrientes en Inglaterra, son a veces absurdas, en otras tendenciosas, y si mis esfuerzos sirven para ilustrar a los unos y corregir a los otros, no habrán sido en vano”. Un hecho curioso es que señala que la demora en el segundo tomo se debió a que este fue impreso en Buenos Aires. Lo extraño es que no hay ninguna diferencia editorial entre ambos tomos.

Más allá de estas cuestiones bibliográficas y anecdóticas lo verdaderamente importante es que White viajó unos 2.000 km por el interior de Argentina, en largas y peligrosas travesías a lomo de animales. Durante su extenso viaje realizó una minuciosa radiografía del país, de su gente y sus paisajes, de su flora y su fauna, de su geología y riquezas minerales, de sus pueblos y ciudades, de sus ríos y baños termales, de las postas y caminos, de sus edificios públicos y, suma además, una cuantiosa información estadística de un valor incalculable a los fines históricos. Largos capítulos cubren su recorrido por Mendoza, San Juan, La Rioja y Catamarca.

En Salta

Nos interesa rescatar aquí su travesía por Salta relatada a lo largo de más de cien páginas en el segundo tomo de la obra. Solamente la traducción de esos capítulos, desde el 45 al 54, podría dar lugar a un interesante libro de viajero. White ingresa por el sur del Valle Calchaquí y luego de recorrer Santa María, San José, Colalao y Tolombón hace su arribo a Cafayate. Destaca su plaza, iglesia, viñedos, irrigación, campos de cultivos, frutales europeos y ricos vinos. Luego sigue su viaje para ingresar en la Quebrada de las Conchas y se maravilla con los colores y disposición de los estratos y las formas del paisaje que le recuerdan las “ruinas de los trogloditas”.

Menciona Tres Cruces, Puesto Morales, Las Curtiembres y finalmente sale a la boca de la quebrada donde anota el cambio de vegetación y la vista del Valle de Lerma. Comenta que desde allí salen dos sendas, una hacia La Viña y la otra hacia Guachipas. Elige esta última y arriba a Guachipas donde se aloja en una vieja casona y describe sus trigales, viñedos y frutales, así como los tipos de árboles y la abundancia de aves. Arriba y describe la estancia de Osma, El Carril, el gran molino Ítalo-Americano de los Cánepa donde se molía el trigo de la región, las canteras y hornos de cal, hasta arribar a Cerrillos.

Luego de calmar la sed con muchos vasos de aloja, siguieron hacia Salta donde tuvieron que pasar por un puente de madera sobre el río Arias y en el cual había un aduanero que cobraba peaje. Lo curioso fue que la moneda que recibió en Cerrillos no servía en Salta. Se alojaron en el Hotel La Paz a una cuadra de la plaza principal.

Allí se dio con la sorpresa de que se encontraba hospedado el coronel Luis Jorge Fontana (1846-1920) quien había llegado a Salta con una expedición diezmada luego de cruzar el Chaco y recibir el ataque de los indígenas. Sobre la vida de Fontana se ha escrito en abundancia ya no solamente como militar en numerosos conflictos bélicos, sino que además fue el fundador de Formosa y gobernador del entonces Territorio del Chaco. Había estudiado ciencias naturales con el sabio alemán Carlos Burmeister y escribió obras importantes y hoy clásicas.

Este solo encuentro representa un valioso documento por la importancia histórica de ambos personajes. White señala que el Hotel La Paz era el mejor de los tres hoteles de la ciudad y contaba con toda clase de comodidades (amplio hall de recepción con asientos de descanso, comedor, mesas de billar, cocina francesa, camareros, abundante hielo y helados en la noche, etcétera). Y que estaba administrado por un suizo.

Memorias de la ciudad

En sus caminatas por la ciudad se encontró con tres compatriotas británicos; el farmacéutico Fleming, el químico Day y un dentista. Describe la plaza principal rodeada por el Cabildo donde funcionaban gobierno y policía, un edificio con un reloj público, el Banco Nacional, la Catedral, la Escuela Normal y un “polylith” (obelisco de varias rocas) en el centro de la plaza, donde una banda de música tocaba dos veces por semana. Señala que una de las principales industrias de la ciudad era la fabricación de botas de cuero que se enviaban en grandes cantidades a Bolivia.

Sintetizando continúa su viaje a Jujuy y a Orán, hasta alcanzar la frontera con Bolivia. Se interesa en el río Bermejo. Describe los ingenios azucareros, los indígenas y sus costumbres, así como plantaciones de café, coca y chirimoyas. Luego regresa a Salta por otro camino e ingresa por el Portezuelo, feliz de alcanzar el telégrafo y visitar al gobernador.

Finalmente retorna en diligencia a Tucumán y menciona su paso por Cobos, Palomitas, Río Juramento y su viejo puente de madera y cemento de 100 m de largo, Río Piedras, Metán, Rosario de la Frontera y El Tala. Siempre con vívidas descripciones de lo que experimenta y observa. Este viaje desconocido de White por Salta y gran parte de Argentina representa una postal lúcida e invaluable de nuestro territorio y sus gentes en las últimas décadas del siglo XIX.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales

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