El doloroso camino hasta la finca Las Higuerillas

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La noche del 7 de junio de 1821, fue la última vez que en Salta se lo vio a don Martín Miguel de Güemes pasar a caballo. Iba como una saeta en la oscuridad pero una bala, más veloz que él, lo alcanzó cerca del canal de Tineo hiriéndolo de muerte. Pese al terrible impacto, el aguerrido jinete soportó el golpe sin caer del animal. Instintivamente se abrazó al pescuezo de su caballo y por un buen trecho continuó a galope tendido seguido muy de cerca por sus hombres, Mollinedo, Rivadeneira, Moreira, Margallo, Yanzi, Gallinato y Panana.

La noche del 7 de junio de 1821, fue la última vez que en Salta se lo vio a don Martín Miguel de Güemes pasar a caballo. Iba como una saeta en la oscuridad pero una bala, más veloz que él, lo alcanzó cerca del canal de Tineo hiriéndolo de muerte. Pese al terrible impacto, el aguerrido jinete soportó el golpe sin caer del animal. Instintivamente se abrazó al pescuezo de su caballo y por un buen trecho continuó a galope tendido seguido muy de cerca por sus hombres, Mollinedo, Rivadeneira, Moreira, Margallo, Yanzi, Gallinato y Panana.

Los hechos

Seguramente que el instinto de conservación aconsejaba a Güemes alejarse velozmente del lugar, pero pronto el galope se hizo trote hasta que finalmente el grupo hizo un alto pues cayó en cuenta de que algo sucedía con el jefe.

Y en medio de la oscuridad, todos se enteraron de que una bala perdida y traidora lo había herido. Quizá no pensaron lo peor, pero optaron por continuar alejándose de la ciudad. Es que estaban convencidos que quienes habían ingresado subrepticiamente esa tarde a la ciudad por Los Yacones los seguían para terminar con la mortal misión encomendada por el Barbarucho Valdéz.

Y por eso, aquella noche el grupo no paró de marchar, trepando y trepando por una senda oscura y sinuosa. Primero lo hizo por la falda del San Bernardo, luego por la quebrada de Robledo hasta que finalmente rumbeó hacia el sur.

Y nada ni nadie, detuvo a esos hombres, ni siquiera los ayes del Jefe herido que al enfriársele la herida, tornaba los dolores cada vez más intensos. Y así siguieron hasta que el alba chica del 8 de junio los sorprendió ya llegando a La Quesera.

Solo agua

En un ranchito del camino, un anónimo gaucho serrano ofreció unos pocos auxilios, pero el herido solo aceptó agua, mucha agua para apagar la ardiente sed que le causaba la pérdida de sangre.

Cuenta la tradición que aquel buen hombre del cerro le ofreció también algo de comer, pero seguramente el patriota herido no estaba en condiciones de echar bocado. El dolor y la debilidad causada por la sangría, ya hacía estragos en su humanidad.

Siete horas

El jinete herido llevaba unas siete horas aferrado a su cabalgadura aunque seguramente algún gaucho lo ayudaba a mantenerse arriba del Negro.

Por precaución, el grupo ni amagó acercarse a la Finca La Cruz, cuya sala esporádicamente utilizaban como cuartel. Por el contrario, por temor a ser nuevamente sorprendidos resolvieron adentrarse por los vericuetos del bosque que solo ellos conocían.

Hasta el 17

Y así fue que en la mañana del 8 de junio y luego de mucho cabalgar, llegaron a la Cañada del Indio o más propiamente la Cañada de la Horqueta, en la finca Las Higuerillas. Allí, entre varios gauchos ayudaron a Güemes a desmontar de su caballo para luego recostarlo en su lecho de muerte armado bajo la sombra de un cebil colorado y hecho con ramas, peleros, cobijas y ponchos.

Bajo ese gran árbol, Güemes permanecería 10 días recostado hasta que luego de una penosa agonía, expiraría el domingo 17 de junio de 1821.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales

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