En una carpa humilde del barrio 25 de Mayo de la ciudad de Salta comenzó, hace más de tres décadas, una de las transformaciones sociales más significativas que ha experimentado la comunidad Romaní en el norte argentino. Allí, Elizabeth Infante de Juan esposa de Roberto Juan, gitano del grupo Greko/Gulumbershti iniciaba una cruzada silenciosa pero firme a través de la educación y la visibilización de su cultura: demostrar que ser gitano no significa ser delincuente, ignorante o ajeno a las reglas de la convivencia. Al contrario, es ser portador de una cultura milenaria, rica, espiritual y profundamente resiliente.
Elizabhet Infante de Juan, referente gitana. Fotos: Javier Rueda
Una historia de amor que se convirtió en compromiso colectivo
“Lo que me enamoró fue su belleza”, dice Roberto entre risas cuando recuerda cómo conoció a su esposa Elizabhet. Quien a los 17 años, dejó su vida criolla atrás para abrazar las costumbres, el idioma y las tradiciones del pueblo Romaní. Aprendió romanés en dos meses, guiada por la abuela de su esposo, y se sumergió completamente en su nueva vida. Pero ese amor no se quedó en lo personal, con el tiempo se transformó en acción social y comunitaria.
Romper el analfabetismo estructural
Uno de los logros más significativos de Elizabeth fue promover la escolarización de los niños y niñas gitanas en Salta. “Cuando vine, nadie iba a la escuela. Era todo analfabetismo”, recuerda. Compró cuadernos, lápices y comenzó con pequeñas clases en su carpa. Hoy, gracias a su esfuerzo, todas las niñas y niños gitanos de Salta están escolarizados a tiempo, y quince mujeres se han recibido del secundario; algunas incluso han ingresado a la universidad.
Educación para transformar la exclusión
Elizabeth fue también la impulsora de un proyecto pionero: el proyecto de visibilización de la comunidad gitana en Argentina, que busca integrar a la comunidad en la sociedad a través de la educación, el arte y la participación política. Este trabajo logró el reconocimiento provincial del 8 de abril como el “Día de la Cultura y el Pueblo Romaní”, mediante la ley 8.310 la primera en el país en reconocer oficialmente a la comunidad Romaní.
Mitos que derribó Elizabeth Infante
1. “Los gitanos roban niños”
Elizabeth lo desmiente categóricamente: “Las mujeres gitanas somos prolíferas, tenemos nuestros propios hijos. Ese mito fue inventado por los no gitanos para asustar a sus hijos”. Rechaza tajantemente esta construcción y la enfrenta cada vez que la escucha.
2. “Los gitanos viven de estafas y adivinaciones”
“Eso era una forma de subsistencia ancestral. Hoy, como cristianos evangélicos, no lo practicamos más”, afirma. Resalta que se ha dejado atrás esa imagen con educación y trabajo formal. Las mujeres ahora venden artesanías, ropa, cosméticos y algunas trabajan en cafeterías o tiendas de mascotas.
Una ley provincial histórica
Gracias a su perseverancia y capacidad de gestión, logró llevar el reclamo gitano a la legislatura salteña. Junto a funcionarios y referentes como Gustavo Farquharson, logró que el senado aprobara la ley provincial 8.310, que reconoce y celebra la cultura gitana en Salta. También impulsa su nacionalización, incluyendo el reconocimiento del 2 de agosto como Día del Holocausto Gitano, también conocido como el “Holocausto Olvidado”.
Combatir la discriminación para una convivencia intercultural real
Elizabeth insiste en que el mayor obstáculo para el desarrollo de su comunidad es el prejuicio. “A los niños les enseñan que si no comen, la gitana los va a llevar. Ese trauma se perpetúa y forma adultos con miedo o rechazo”, denuncia. Por ello trabaja con organismos nacionales en protocolos para el tratamiento mediático adecuado de la comunidad gitana, evitando términos como “el gitano estafó” y fomentando un enfoque individual y respetuoso.
Educación, identidad y fe: sus tres pilares
Hoy, convertida en madre, abuela y bisabuela gitana, Elizabeth sigue sosteniendo el mismo principio: “La identidad no se pierde aunque vivas en un séptimo piso. Se lleva adentro”. Su fe cristiana evangélica también fue clave para dejar atrás prácticas como la adivinación y encontrar en Dios una guía para la resiliencia y el perdón.
Un camino abierto para las nuevas generaciones
A sus más de 60 años, Elizabeth se inscribió en la universidad para estudiar antropología. “Quería saber si podía aprender a defender con más argumentos lo que viví”. Si bien no terminó la carrera, sigue siendo una referencia cultural, educativa y espiritual para toda la comunidad Romaní salteña.
Su historia no es solo la de una mujer que cambió su destino personal, sino la de una líder que transformó la percepción social sobre un pueblo entero. Y su lucha continúa: por una Argentina donde ser gitano no sea sinónimo de prejuicio, sino de diversidad cultural viva.