Siempre que recuerdo la primaria, en cualquier salón, hasta séptimo grado, me recuerdo segunda en la tercera fila. Pero sé que en algunos años estuve anteúltima de cualquier fila, porque última se sentaban Tere o Mari, ¿Por qué últimas? Tere seguro porque era una de las más altas y Mari ¿por rebelde? Todos vestíamos guardapolvo blanco, algunos blanco Ala; otros, blanco jabón Federal. Algunos abrochado delante, otras abrochado detrás y con un lazo.
Palomitas blancas, decían en los actos para referirse al alumnado parado frente a la bandera. Ya lejana la primaria ¿palomitas blancas habrá visto Mari en la ruta cuando esperaba que un camión la lleve a su próximo destino? ¿qué destino? ¿dónde fuera el camionero o ella podía elegir? Qué angustias, penas y alegrías habrá cargado ese portafolio negro que luego sería mochila, bolsito, cartera, o un mono donde meter las pocas pertenencias. ¿Pertenencias habrá tenido? ¿Cuáles eran? ¿Las llevaba con ella o las dejaba en la casa de su madre para cuando volviera? Porque querías volver, ¿no?
En mi recuerdo, siempre estamos en uno de los últimos años de la primaria, siempre en el salón que da al patio cubierto. Discutimos Mari y yo por la fotocopia, que la tiene ella, que la tengo yo. Ella levanta la voz, la maestra toma partido: que me dé la copia. Ella dice que es suya, yo digo que falta la mía, la señorita dice que es esa, la que tiene ella, ella se defiende, pero la maestra la agrede con palabras, ya solo con palabras. Hace unos días le puso algodón en la boca para que se calle porque no podía dar clases con esa voz de fondo, ese murmullo, esa risa desobediente. La señorita era alta y tenía las uñas pintadas de rojo, pero no eran uñas cortas y rojas como la de mi abuela, despintadas en las puntas por el roce con la papa, la máquina registradora, la puerta de la conservadora, los cajones de verduras. Las uñas de la señorita eran uñas largas, sus zapatos eran altos, su guardapolvo impecable, el pelo largo con rulos. Esa vez, fue hasta donde estaba Mari y le puso el algodón en la boca para que se calle. Nos callamos todos, nadie más habló.
Silencio
Yo sentí la pelusa en la boca, la saliva absorberse, sentí el sabor a Estrella, sentí y siento al recordar la escena la incomodidad del silencio impuesto.
¿Se habrá acordado Mari de ese algodón y ese silencio mientras esperaba en la ruta, cuando nacieron sus hijos, en el hospital batallando con la enfermedad?
No uso como metáfora el algodón para algo tierno y suave desde ese día que la señorita lo usó para callar la voz, supongo que empecé a intuir algo, la doble vida de las palabras.
Palomita blanca, parada en la ruta. En la cama de un hospital, palomita blanca. O más bien esos insectos voladores inquietos, ruidosos, imposible de hacer callar en las siestas de verano. Inolvidable, por cierto.