Un padre llegó inquieto al Hogar de Noche de la ciudad de Salta alrededor de las 18, en busca de su hijo. Preocupado, preguntó si el joven había asistido recientemente. Al revisar los registros, el personal confirmó que no lo había hecho, pero uno de los operadores, con experiencia y sensibilidad, intuyó que el frío previsto para esa noche podría empujarlo a buscar refugio. Le tomó los datos al padre y le ofreció quedarse cerca del lugar, con la promesa de llamarlo si el chico ingresaba.
El consejo no fue en vano. Cerca de las 20.20, el joven se presentó en el hogar. El personal lo abordó con cuidado, le comunicaron que su padre lo buscaba y, tras consultarle si quería hablar con él -ya que no siempre los jóvenes acceden-, él aceptó. En menos de diez minutos, la situación familiar que parecía grave se resolvió: el chico se llevó sus pertenencias y se fue con su padre.
“Nosotros siempre respetamos la voluntad de quienes llegan al Hogar. A veces no quieren hablar con sus familiares, y si es así, no los forzamos. Pero esta vez él dijo que sí, y en minutos se resolvió todo. Eso nos llena de satisfacción”, relató Luz Arévalo, directora de Asistencia Crítica.
Aunque no se revelaron nombres por respeto, trascendió que el joven atraviesa una situación de consumo problemático y que su reacción de alejarse de casa se desencadenó tras una acusación injusta en un festejo familiar. En el hogar viven historias como esta todos los días, muchas atravesadas por la pobreza, la adicción o el abandono.
Arévalo destacó que este año se observa un nuevo perfil en la población que asiste. “A diferencia de años anteriores, tenemos mayor presencia de jóvenes entre los 18 y los 30 años. Vienen muchos hermanos -a veces primero uno, después el otro-, parejas jóvenes, personas no binarias. Por eso también trabajamos con perspectiva de género”, explicó.
La funcionaria mencionó también otros casos emblemáticos. “Tenemos dos adultos mayores, gemelos, que siempre llegan juntos, y un hombre de 60 años que vino de Urundel por un control médico. Estaba por ser operado de las rodillas. Le dimos alojamiento de emergencia y luego articulamos su traslado al Albergue Jaime Figueroa, que es el espacio adecuado para su situación de salud”, explicó Arévalo.
La tarea del equipo es constante y exige atención minuciosa. “Somos cinco operadores por turno. Controlamos ingresos, evitamos que entren bebidas u objetos peligrosos. Muchos de los que vienen tienen problemas de adicciones o de salud mental, y hay que estar atentos también si están bajo tratamiento o medicación”, detalló.
Las entrevistas con quienes llegan permiten conocer sus historias, aunque siempre desde el respeto. “Sin invadir, preguntamos si son de acá, desde cuándo están en situación de calle, y así vamos viendo si se puede articular alguna ayuda o derivación”, indicó Arévalo. “En algunos casos no se puede volver al hogar por denuncias o exclusión familiar, entonces se busca otra vía”.
El trabajo en red es clave. “Articulamos con el Ministerio de Desarrollo Social y otros organismos, porque muchas personas no saben que existen estos espacios. Con el hombre de Urundel, por ejemplo, hablamos con el secretario de Acción Social de su municipio para ver si también podían acompañar con los pasajes”, recordó.
Mientras contaba esta historia a El Tribuno, Luz Arévalo recibió un mensaje: el hombre de Urundel ya había ingresado al albergue y se encontraba a una cuadra del hospital San Bernardo, donde será atendido. “Eso es lo reconfortante de este trabajo”, concluyó. “Porque hay situaciones muy duras, pero también hay otras en las que podemos dar un pequeño giro. Y ese pequeño giro puede ser todo”.