El camino de un joven emprendedor en la puna

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En la geografía extrema de la puna salteña, donde el viento sopla con fuerza y la vida cotidiana está marcada por la altitud, la historia de Gustavo Lázaro se escribe como una parábola de perseverancia. Nacido y criado en San Antonio de los Cobres, uno de los pueblos más altos del país, este joven de 33 años construyó su destino a fuerza de trabajo, intuición y fe. Comenzó desde abajo —literalmente— cavando adobe y ayudando en obras de construcción, y hoy lidera una empresa que presta servicios a proyectos mineros y obras públicas en la región.

En la geografía extrema de la puna salteña, donde el viento sopla con fuerza y la vida cotidiana está marcada por la altitud, la historia de Gustavo Lázaro se escribe como una parábola de perseverancia. Nacido y criado en San Antonio de los Cobres, uno de los pueblos más altos del país, este joven de 33 años construyó su destino a fuerza de trabajo, intuición y fe. Comenzó desde abajo —literalmente— cavando adobe y ayudando en obras de construcción, y hoy lidera una empresa que presta servicios a proyectos mineros y obras públicas en la región.

Gustavo pertenece a una generación que vio cómo el auge del litio y de otras actividades extractivas transformaban el paisaje económico de la puna. Pero su camino hacia el emprendedurismo fue mucho más que una respuesta al contexto: fue la concreción de un sueño infantil que nació con el sonido de los motores y el polvo de las máquinas viales.

“Empecé a trabajar de muy chico. Tenía 14 años y cortaba adobe. También fui ayudante de albañil. A los 15 o 16 me surgió la oportunidad de subir a trabajar en una minera. En ese momento no había tanto control ni seguridad como ahora, era otro tiempo”, recuerda.

Fue entonces, entre pasillos de obra y maquinaria pesada, cuando descubrió su vocación. “Desde niño soñaba con manejar máquinas. Cuando entré en la minera, algunos compañeros me enseñaron. Aprendí en el terreno, y con los años logré ser operador de maquinaria pesada. Ahí supe que lo mío era esto”, cuenta.

Durante más de una década, trabajó en distintas empresas y proyectos. Conoció los ritmos y exigencias de la vida minera en altura, forjó relaciones de confianza con jefes y compañeros, y ganó experiencia operativa. Pero también comenzó a preguntarse si no podría ofrecer algo más.

El punto de inflexión llegó en 2024, cuando uno de los proyectos donde trabajaba llegó a su fin. Por esas cosas del destino, Gustavo recibió una notificación: tenía aprobado un préstamo personal por más de cinco millones de pesos. “Estaba sin trabajo, pero no dudé. Lo acepté porque sabía que tenía que hacer algo. Fue una decisión arriesgada, pero no me podía quedar quieto”, relata.

Al día siguiente, como una señal, recibió una llamada de su antiguo jefe. Había un nuevo proyecto en marcha y le proponía participar, esta vez como proveedor de baños químicos. Gustavo aceptó, aunque aún no tenía nada armado. Así nació su empresa.

“Compré doce baños químicos, los insumos, pagué los trámites, regularicé los papeles. No tenía ni camioneta, ni herramientas, ni personal. Alquilé todo. Empecé desde cero”, recuerda.

A eso se sumaron otras dificultades: sus primeros colaboradores no cumplieron, y durante un tiempo tuvo que detener la operación por un papel faltante. Pero insistió, buscó soluciones y volvió a ponerse en marcha.

Hoy su empresa no sólo presta servicios de baños químicos, sino también de logística y obras civiles. Trabaja con proyectos mineros y con organismos públicos. “Hacemos obras para la Municipalidad también. Todo eso me ayudó mucho”, explica.

Gustavo no se olvida de quienes lo rodean. Cuando su hermano, que también tenía un emprendimiento similar, atravesó una crisis, él le prestó su firma para que pudiera seguir trabajando mientras regularizaba su situación legal.

“Así se sale adelante en estos lugares. A veces no tenemos todo, pero si nos damos una mano, se puede”, afirma.

Pese a su corta edad, habla con madurez y cautela. No se proyecta como un empresario ambicioso que quiere dominar el mercado, sino como un trabajador que apuesta por crecer sin perder el equilibrio. “No pienso mucho en el futuro. Confío en Dios. Espero que las cosas sigan saliendo bien, y que la empresa crezca como tiene que crecer, de a poco, con responsabilidad”, dice.

Emprender en la puna no es sencillo. El clima, la altura, las distancias y la falta de infraestructura son obstáculos cotidianos. Pero Gustavo cree que si se dan oportunidades, los jóvenes de los pueblos del interior pueden desarrollarse y generar empleo local.

“Yo no tenía nada. Ni camioneta, ni estructura. Pero me animé. Hoy puedo decir que estoy tranquilo, que trabajo en lo mío y que quiero seguir creciendo”, expresa.

Su historia demuestra que detrás del crecimiento de la industria minera en Salta hay personas concretas, con trayectorias reales, que encuentran en ese desarrollo una posibilidad para mejorar sus vidas y las de sus comunidades.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales

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