El concepto de compañía central, propietaria y administradora de grandes recursos, tiende a ser ficción. Hoy, los principales activos de una empresa suelen ser los ligados a lo intangible, como la habilidad de encontrar soluciones en forma ágil para las necesidades y deseos de la demanda. Así, nace la empresa en red, compuesta por múltiples sub-empresas, sobre la base de que cada una de ellas debe focalizarse en su especialidad y dejar todo aquello a otros núcleos que se especialicen en otra función. Se trata de un modelo organizativo en el que las acciones son coordinadas por acuerdos en lugar de hacerlo por la jerarquía tradicional de tipo vertical y burocrática.
En este camino, el eslabón agrícola argentino no está para nada ajeno. La actividad rural ha sido protagonista de una verdadera revolución que, a lo largo de tres décadas, ha modificado las estructuras productivas, organizacionales y comerciales. La posibilidad de acceder al uso de la tierra mediante distintos contratos ha permitido la entrada a la actividad de numerosos actores de toda índole, desde muy pequeños a grandes.
Un especial fenómeno de tercerización se ha convertido en una opción para la disminución de costos tanto de producción como de transacción y, más que nada, para concentrarse en sus competencias centrales, en lo que se puede llamar la estrategia de “zapatero a tus zapatos”.
Los procesos de generación de valor sufren una serie de costos técnicos, conocidos como de producción o de transformación, que son internos a la empresa. Pero además acarrean otros costos, denominados de transacción. Los costos de transacción están determinados por el ambiente institucional y la tecnología. Si ellos son bajos, la red empresarial crece, en lugar del modelo de la gran empresa integrada. En la red, unos poseen la tierra y otros, los servicios. En consecuencia, la empresa en red está gobernada por una empresa emisora que da órdenes, controla y determina la forma de producción a través una suerte de “tabla de conversión y de tareas”.
Como el cambio tecnológico es cada vez más acelerado, el empresario rural se ve tentado a recurrir a muchos agentes ágiles y flexibles que pueden incorporar las modificaciones tecnológicas en tiempo y forma, en lugar de pesadas estructuras corporativas. Pero, tal opción no está únicamente determinada por el cambio tecnológico sino, también, por un ambiente institucional, que establezca y haga cumplir los derechos de propiedad.
Los de transacción son aquellos costos en que una empresa incurre cuando, en vez de usar sus propios recursos internos, busca en el mercado los productos y servicios que necesita para su desempeño. Surgen al buscar información de mercado, redactar contratos, inspeccionar, acordar litigios, cubrir contingencias -como puede ser el soborno-, forzar el cumplimiento de normas y cumplir con las disposiciones con el objeto de identificar, negociar y consumar una transacción económica.
El número de transacciones tiende a crecer a medida que la especialización lo hace y los costos de transacción están fuertemente condicionados por el ambiente institucional. Porque las instituciones determinan los costos de transacción.
Supongamos que los costos de transacción se encuadran en un ambiente institucional adverso, donde impera la mentira, la trampa, la falta de cumplimiento de las obligaciones, la ausencia de compromiso etc. En tal caso, el empresario decidirá hacer él mismo estas tareas, y así formará una empresa integrada bajo la forma de estancia/finca, con personal en relación de dependencia.
Pero, si el ambiente institucional es positivo, el mercado de arrendamientos de tierras u otras formas de uso, tenencia y explotación, mediante todo tipo de contratos que incluyan una creciente gamas de posibilidades, pasa a ser un proceso sostenido. A este fenómeno, muy característico de nuestro país, lo definimos como economía agrícola contractual.
Por ejemplo, si un empresario rural decide producir soja, deberá asumir una tarea de coordinación compleja. Para llevar a cabo su función deberá recurrir a diferentes sub-eslabones como el de análisis de suelos, el de sembrador, el asesor agrícola, el cosechador, etc.
El eslabón agrícola argentino se ajusta a la lógica de redes que está configurada por un espacio económico de creación de competencias e intercambio de bienes o servicios.
Las relaciones existentes en la red, en un ambiente institucional favorable, facilitan los procesos de coordinación, elevan el grado de especialización y división de las actividades y, por ende, establecen un mayor grado de ventajas competitivas.
Antes, el factor determinante en la producción argentina se basaba en la tenencia de la tierra, tanto en propiedad como en alquiler. Pero, en la actualidad, el modelo productivo ha virado hacia un esquema organizacional más dinámico y competitivo, donde la importancia de la posesión de la tierra ha perdido peso.
Este modelo abre las puertas para el crecimiento de múltiples emprendedores quienes, más que capital, deben tener coraje e ingenio.