Desde fines de 1819, las fuerzas realistas que pretendían reconquistar el perdido virreinato del Río de la Plata permanecían concentradas en Tupiza, localidad ubicada a menos de cien kilómetros de la actual ciudad argentina de La Quiaca. Desde aquella ciudad, el ejército español, compuesto por unos cuatro mil hombres, era una permanente amenaza para las poblaciones del sur, más precisamente Yavi, Humahuaca, Jujuy y Salta. Siempre estaba presente la posibilidad de que iniciara una nueva invasión.
Desde aquel punto estratégico que era Tupiza, los españoles no solo organizaban correrías por los alrededores en busca de ganado para alimentar hombres y bestias, sino también para combatir los pueblos rebeldes de la Puna. Así, por ejemplo, el general realista Olañeta avanzó aquel año con sus fuerzas sobre Iruya y Santa Victoria, llegando incluso a amenazar Orán.
En otro momento, desprendieron desde Tupiza una partida al mando del coronel Juan Loriega para que incursionara sobre San Antonio de los Cobres. Lo hizo con dos columnas, logrando una de ellas alcanzar el 20 de diciembre de 1819 la “Quebrada del Perú”, hoy Quebrada del Toro. La otra, comandada por el coronel Agustín Gamarra, incursionó sobre San Antonio de los Cobres, donde arrebató ganado menor. A su vez, el general Canterac, en una de sus incursiones, envió al comandante Rufino Valle, quien, el 10 de diciembre de 1819, cae por sorpresa en La Rinconada y toma prisioneros al caudillo Chorolque, “Comandante General de la Puna”, su familia y veinticuatro valientes combatientes puneños.
Y mientras las amenazantes fuerzas realistas permanecían en Tupiza, haciendo incursiones por ganado o para sofocar las rebeliones de los pueblos de la Puna, más al sur no cesaban los acontecimientos políticos internos de los patriotas, los cuales eran observados y transmitidos al detalle por los enemigos de adentro.
Y nada mejor para describir la situación en que se encontraba la Intendencia de Salta por entonces que transcribir, en parte, la carta que el gobernador Güemes le envía a Belgrano el 23 de abril de 1819:
“Desde que el exército del mando de V.E. se retiró a donde las circunstancias de la causa pública exigían más pronto remedio, se propusieron algunos ignorantes introducir la desconfianza entre nosotros, queriendo dislocar las partes que habían formado un todo tan respetable; pero muy pronto se desengañaron, haciéndoles entender con hechos, que mis principios y estados de negocios exigían una verdadera unión entre todos los xefes que ha señalado el Gobierno Supremo. Yo por mi parte procuraré adelantar cuanto pueda el convencimiento de esta verdad, no solo peleando contra los enemigos del frente, sino también con los que haya acá, y quieren corromper las justas intenciones que he dicho a V.E.
V.E. debe descansar en la veracidad de mis proposiciones, destruyendo por esos lugares a los anarquistas, que yo por éstos haré sentir con las tropas a mi mando lo que puede el espíritu público cuando se propone defender su libertad”.
Es claro que esta carta de Güemes a Belgrano desnuda la cruda realidad que vivía Salta. Pero aún falta un párrafo más revelador todavía:
“Los enemigos de mi frente están en Moxo y demás posiciones que antes ocupaban. Si vienen, tendrán mis tropas que divertirse con utilidad, lo mismo que los que se preparan a esperar la expedición de Fernando”.
Pero a este panorama insipientemente anárquico de 1819 debe sumarse el clima del año siguiente. El 1 de febrero de 1820, el Ejército del Norte recibió la orden de abandonar Tucumán y dirigirse a Buenos Aires para sofocar las sublevaciones autonomistas. Con esta disposición, la defensa de las provincias norteñas quedaba bajo la sola responsabilidad del ejército gaucho del gobernador Güemes. Era, sin duda, el ingrediente que faltaba para terminar de convencer a los españoles de que había llegado el momento de atacar nuevamente a Salta. Y no solo eso: tratar, a toda costa, de recuperar para la corona los viejos dominios del Virreinato del Río de la Plata. Además, gracias a los buenos oficios de los que aquí esperaban ansiosos “la expedición de Fernando” —al decir de Güemes—, los españoles se habían enterado de las intenciones patriotas de organizar un ejército para que, vía Alto Perú, se reuniera con San Martín en Lima. Esto hizo que los españoles aceleraran la hora de ejecutar la nueva invasión, la sexta para los historiadores argentinos.
Fue en esas circunstancias que el general realista José de la Serna, quien se encontraba en Oruro, fuera reemplazado como jefe del Ejército del Alto Perú por el general Juan Ramírez Orozco, militar que dispone el ataque a Salta.
Las noticias sobre los aprontes de una nueva invasión no tardaron en llegar a los oídos de Güemes, quien, adelantándose a los hechos, convoca al Cabildo, no solo para ponerlo al tanto de la situación, sino también para que se aboque a recaudar fondos para la defensa. Mientras tanto, los vecinos, como en otras ocupaciones, comenzaron a abandonar la ciudad con sus bártulos al grito: “¡A los cerros, a los cerros!”.
Y mientras en nuestra provincia comenzaban los aprontes defensivos, el 8 de mayo de 1820 los realistas inician en Tupiza la sexta invasión a Salta con 4.000 hombres. Entre sus oficiales marcha lo más granado que tenía España en América. Allí están los generales Canterac y Olañeta; los coroneles Valdés, Gamarra, Vigil y Marquiegui. Encabezan seis batallones, siete escuadrones, una compañía de voluntarios a caballo y cuatro piezas de artillería.
Cuando el ejército realista ya lleva tres días de marcha, aquí en Salta se reúne el Cabildo y ordena que en seis horas “se impusieran y recolectaran los fondos”, mientras el gobernador Güemes organiza la defensa militar en toda su jurisdicción.
Avanzan los realistas hacia Abra Pampa y la quebrada de Humahuaca, logrando llevarse por delante la resistencia de los gauchos, aunque la vanguardia, bajo las órdenes del general Canterac, debe afrontar feroces ataques guerrilleros. Finalmente, en un día como ayer pero de 1820, las fuerzas realistas ocupan la ciudad de San Salvador de Jujuy, luego de superar una fuerte resistencia en Cuyaya.
El 26 de mayo el ejército de Ramírez Orozco parte de Jujuy rumbo a Salta, pero desde La Cabaña desprende una columna rumbo a Monterrico, donde es atacada por una partida de gauchos al mando del capitán Juan Güemes. En ese combate los realistas sufren la pérdida de 16 hombres muertos y varios heridos, entre ellos el teniente Masías. A todo esto, Marquiegui, que continúa acercándose a Salta, trata de tomar la Hacienda de San Lorenzo, intento que le cuesta un feroz enfrentamiento con los gauchos que, además de disputarle el terreno, le causan varias pérdidas humanas.
Por fin, el 31 de mayo los realistas llegan a Castañares y, desde allí, Canterac avanza con la división Vanguardia y los “Húsares de Fernando VII”. Ocupan Salta y continúan hasta Los Cerrillos, donde son sorprendidos por 300 gauchos. Se produce entonces un encarnizado combate donde los realistas sufren numerosas bajas, al igual que el coronel Valdés en El Chamical. Las incursiones de los realistas hacia la campaña se suceden, pero sufren reveses uno tras otro.
A poco, en La Cabaña y Monterrico, el capitán Güemes les arrebata 600 cabezas de ganado vacuno, y lo mismo ocurre en la cuesta de La Pedrera y de nuevo en El Chamical. Pese a ello, atropellando, llegan hasta la banda norte del río Pasaje, lugar donde los jefes realistas Valdés y Vigil se ven obligados a volver sobre sus pasos y huir a todo galope rumbo a Salta, mientras los gauchos del Juramento pisan sus talones.
Finalmente, y luego de casi un mes de sufrir permanentes hostilidades y hambrunas, los realistas resuelven abandonar Salta. La invasión ha fracasado y el 8 de junio de 1820 alzan sus pertrechos y rumbean hacia el Alto Perú. No van solos: los persiguen y acosan los infatigables gauchos hasta alcanzar Yala. Y allí se produce el último combate de la sexta invasión a Salta, quedando en el campo de batalla un tendal de sesenta realistas.
Esta vez, el gobernador Martín Güemes, sin contar con el apoyo moral y efectivo del Ejército del Alto Perú, pudo rechazar la invasión realista. Solo estuvieron a su lado el gobernador de Jujuy, Bartolomé de la Corte, y los jefes de las partidas gauchas: Juan Güemes, Juan Antonio Cornejo, Francisco María Cornejo, Jerónimo Chanchorra, Juan Rosa del Castillo, Justo González, Miguel Mérida, Luis Burela, Lorenzo Maurín, coronel Gorriti, Agustín Dávila, Juan Antonio Rojas (muerto), Ángel Mariano Zerda, Mariano Zabala, Pérez de Uriondo, Mayor de la Plaza, Pedro Zabala y Pastor Padilla (muerto).