Diego Saravia Tamayo: “Ese es el camino: trabajar la palabra hasta que queda limpio lo que quiere decir el poema”

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La palabra recupera la voz en un eco, e imágenes potentes vuelan cuando se abre el libro hecho de irrealidades y realidades, cifradas en versos. Diego Saravia Tamayo ha publicado un poemario que se inscribe en esos juegos, muy serios. “Vértigo en un eco” ha llamado a esa reunión de voces y silencios.

La palabra recupera la voz en un eco, e imágenes potentes vuelan cuando se abre el libro hecho de irrealidades y realidades, cifradas en versos. Diego Saravia Tamayo ha publicado un poemario que se inscribe en esos juegos, muy serios. “Vértigo en un eco” ha llamado a esa reunión de voces y silencios.

Narrador y poeta, el salteño nacido en los primeros 70 ha hablado con El Tribuno. Los oficios, las modas, los viajes, los procesos de escritura fueron abordados en una charla amenizada por risas, las de un hombre honesto con lo que escribe.

En tu último libro los poemas son breves…

Trabajo en la síntesis, trato de decir lo que dice el poema con síntesis. Creo que ese es el camino: el trabajar la palabra hasta que queda limpio lo que quiere decir el poema. Y hago hincapié en lo que quiere decir el poema y no en lo que quiere decir uno, porque uno empieza queriendo decir algo y el poema pide otra cosa. Muchos poetas dicen eso, que el poema quiere decir algo y, realmente, creo que es así. Y dejo que el poema lo diga. No tengo un plan, y escribo poemas que son básicamente cortos, lo que es muy laborioso, cuidar palabra por palabra. Que no sobre nada y que no falte nada… Trabajar en la síntesis es la parte más dificultosa de escribir un poema, y requiere mucho trabajo. De la primera versión a la última, trabajo mucho tratando de que cada palabra tenga su significado, y el poema termine diciendo lo que tiene que decir.

“Vértigo del eco” es el título, ¿por qué?

No pienso en un título hasta que releo el libro. Obviamente, lo voy releyendo mientras lo preparo. Este es un trabajo de años, no es que hago un libro por año ni mucho menos. No trabajo así, y leyendo el libro me di cuenta de que había tocado varias veces la sensación de vértigo, la orfandad del vértigo, y el eco. Entonces, hago un juego de palabras que tiene sentido de acuerdo al contenido del libro. Igual pasó con “La casa en la ola”, el título de mi libro anterior. Hay dos poemas que me conmueven especialmente, “La casa del niño” y “Ola”, ola de mar. Y también leyendo el libro le puse “La casa en la ola”… Yo viví mucho tiempo afuera de Salta y de Argentina, viví en Córdoba, en Buenos Aires, en Estados Unidos, en Chile viví muchos años… y me di cuenta con el tiempo que tenía un sentido más hondo que ese, era tener la casa sobre una ola que se mueve, mudando la casa. Y el prólogo de ese libro lo hizo Santiago Sylvester, y él escribió algo de “la vida de arraigos sucesivos” y, y me di cuenta que él y también Pajarito Sutti -un poeta al que a veces le paso mis poemas para que me dé su opinión y viceversa- lo había entendido en ese sentido. Los títulos me salen de releer, y lo que más veo en este impulso de hacer un libro, de juntar poemas, es que sigan un hilo, y cuándo uno dice “basta, hasta aquí he llegado”, en mi caso, es inconsciente. Y dejo de escribir, me muevo por impulsos. Me paso un par de años trabajando una serie de poemas sin un preconcepto, sin una intención. Pero sí me doy cuenta después que hay un hilo. Como dice el Teuco, la nostalgia, por ejemplo… son temas recurrentes, pero no hay un plan.

¿Cuándo escribiste estos poemas?

Este libro lo fui trabajando en los últimos años, salió en diciembre del 24 y después que hice “La casa en la ola”, del 2020. Me habrá llevado tres años y, en el medio, saqué un libro de cuentos en Alción Editora, que se llama “Encuentros”. Y ahí hay otro ejemplo. Me di cuenta que todos los cuentos son sobre encuentros, y también desencuentros. Y el título ya lo había elegido, lo había mandado a la editorial, y después me di cuenta de que el título era bastante común… podría haber elegido uno mejor (risas), pero ahí tenés un título que reúne lo que yo veo en el libro. En ese período estaba trabajando cuentos y poemas.

Trato de respetar lo que escribo, y eso lo intento siendo genuino con lo que me sale y trabajando el texto”.

¿Encontrás alguna línea entre el cuento y la poesía?

Para mí son distintos chips. Cuando escribo cuentos, narro, y en la poesía trato de no narrar, sino que trato de explotar la síntesis. Es lo que pide mi poesía: no repetir, no redundar… son cosas que considero un buen poema debe tener. No digo que no haya poemas largos excelentes, por supuesto. El cuento y la poesía tienen lugares comunes que son básicos, por ejemplo, no decir cosas redundantes, los vicios… Yo sí creo que tanto el narrador como el poeta tienen que ponerse a un lado, no tienen que ser protagonistas, no se tiene que notar una intención, como diciendo “qué inteligente soy”, que veo es un vicio de muchos poetas y, sobre todo, narradores que, por allí, ponen comentarios de ellos en una obra literaria. Eso, a mí, me parece una falta de respeto. Y por eso no me gusta mucho la microficción que está tan de moda ahora…

¿Cómo es eso?

La microficción, para que sea buena, muchas veces es un poema, aunque sea escrito en prosa. A mí me da la impresión de que esos relatos muchas veces son poemas. Y lo que noto, en esta moda, son unas ganas terribles que tiene el escritor de hacer notar que tiene ingenio, y eso a mí me molesta mucho (risas).

¿Escribís pensando en algún lector?

No, no. Por supuesto me encanta que me lean como todo el mundo, si no no publicaría, pero ¿si pienso en un lector en el momento de escribir? No, de ninguna manera. No pienso en quién me va a leer, si le va a gustar o no. En prosa, trato de escribir lo que quiero escribir; en mi caso, siempre han sido cuentos, no creo que sea alguien para escribir novela. Trato de escribir -no sé si me sale o no- con respeto hacia lo que escribo. Ahora si me va a leer mi mamá o un crítico, no sé… Y eso no quiere decir que no quiero que lo que escribo llegue a la gente y le guste, si no no publicaría. Si público es porque quiero que se lea. Pero no pienso en un potencial lector. Trato de respetar lo que escribo y eso lo intento siendo genuino con lo que me sale y trabajando el texto para que sea una obra literaria y, repito, que el autor se ponga al costado. Porque si bien quiero que me lean, no necesariamente quiero que me conozcan a través de lo que escribo. No es una confesión la literatura; la poesía no es un desahogo. Para el desahogo, los amigos, el psicoanalista… No vas a castigar a tus lectores con tu desahogo. Algo que también bastante está de moda, esas frases de ser feliz y demás… me parece ridículo.

¿Cuándo decís este poema está terminado?

Cuando tengo la sensación de que está terminado (risas). Cuando respiro más hondo, cuando digo “esto es”. Es una sensación de respirar más hondo, de una satisfacción, para eso tiene que tener sentido y significado. Y eso te hace respirar más hondo y que te llegue… y no sé decirlo más preciso. Es algo más del estómago que de la cabeza, creo.

Tengo la sensación de que está terminado (el poema), cuando respiro más hondo, cuando digo ‘esto es'”.

Sos doctor en Economía, ¿cómo conciliás al poeta con el economista?

No, no se concilian. No (risas). Es por épocas, siempre leí, pero -ya lo dije varias veces- empecé a escribir de grande, al final de los 30. Y hubo épocas en las que me encerraba en mi gran oficina que tenía antes y escribía poesía porque me lo demandaba. No podía hacer otra cosa, pero creo que son cosas que se concilian. Tengo muchas publicaciones, y buenas, en Economía, publiqué en lugares destacados trabajos científicos de muchos años. Lo que sí puedo comparar es el grado de satisfacción que uno siente cuando siente que algo está bien hecho. La sensación del final puedo compararla. Los procesos creo que no son iguales para nada, son carriles distintos. Quizás lo común es la intuición.

¿La intuición?

Sí. En economía vos tenés la intuición de que la cosa va por un lado, y ahí aplicás las herramientas científicas que conocés. Es un método. También escribía columnas, y bueno es una intuición que se desarrolla con los años de estudio. Para escribir libros científicos hay que aplicar el método científico y las herramientas que se conocen. Y estoy pensando que ahí también hay intuición, un buen economista tiene que tener intuición. Y en un buen poeta es fundamental también. Comparten la intuición. Sí sé que soy una persona que escribe sobre economía, relatos y poesía. Y no es que ser poeta te hace mejor economista o ser economista te hace mejor poeta (risas). No creo. Es más, debo ser uno de los pocos “poetas economistas” que hay, capaz que hay un par más (risas)…

¿Conocer países, distintas culturas está en tu poesía?

Seguramente está, pero no te sé decir dónde. El haber vivido en distintos lugares fue muy importante para lo que soy hoy. Todas mis vivencias… En mi primer libro, todos ven nostalgia, por ejemplo, melancolía… Capaz que la melancolía se hace intrínseca a la persona, pero la nostalgia de irte de un lugar, de llegar a otro. El Teuco en el prólogo ve cosas de Salta, y sale porque aquí pasé mi niñez y fue una época muy feliz. Mi primer libro, que edité en Chile, hay una madurez desde ese momento hasta el segundo libro. Y tiene que haber influido, en ese libro tengo una poesía de Frankfurt, porque estuve un tiempo allí. Y si estoy seguro de que hay poesías que nacieron en distintos lugares, sobre todo cuando escribí el primer libro porque en esa época yo viajaba a distintos lugares del mundo desde Chile, a conferencias con universidades del extranjero, mucho a Europa. Sí, el haberme movido ha influido sin dudas, pero no sé decirte precisamente en qué. Y también creo que lo mío tiene que ver más con lo interno, de entender más lo interno, cosas más comunes a la gente como especie humana. Las cosas que nos pasan a todos, la soledad, la melancolía, el tiempo. Cuestiones más generales, pero así y todo en muchos poemas uno usa metáforas, figuras que son de la tierra.

¿Alguna vez se te ocurrió definir la poesía?

No, no me animo porque nunca escuché una buena definición de poesía. Es más, me parece que es una tentación del poeta querer definirla. Y a lo que pude llegar es a eso que te decía antes, a ese respirar hondo. Sé que es un esfuerzo que todo poeta hace, pero realmente me parece un ejercicio medio estéril…

Cuando el poeta deja de ser para arder en la llama de lo que crea…

“Tus poemas llegan porque hacen estallar los sentidos de las palabras”, le dice este periodista al poeta durante la charla, y trata de explicitarlo recurriendo al título del libro. “El vértigo en un eco, esto que nos pasa en el cuerpo -el vértigo- en algo ausente, porque en el eco está la voz de algo que ya no está”, se esmera, y no lo consigue…

“Está y no está, exactamente”, dice el poeta, y suma su risa a eso inefable que no intenta definir.

Diego Saravia Tamayo nació en Salta en 1972. Ha vivido veinte años en el extranjero, mientras realizaba un doctorado en Economía en Estados Unidos y luego residió y trabajó en Chile. Actualmente reside en Salta.

Ha publicado dos libros de poesía: “Meridiano” (2017) y “La casa en la ola” (2020). También ha escrito un libro de relatos, “Encuentros” (2022). Su poesía integra diversas antologías y está en revistas literarias en diversos países.

En el prólogo de “Vértigo en un eco”, editado por el sello El Suri Porfiado en el 2024, Leopoldo “Teuco” Castilla escribe: “… cuando el poeta deja de ser él para arder en la misma llama de lo que crea, su creación es hija de esa conjunción pánica: ha unido los insondables planos de lo real y lo irreal en una sola dimensión. Ha conseguido que lo irreal exista”. Ese misterio conlleva un riesgo y un desafío, y Saravia Tamayo los asumió.

Memoria

“Nací en un país que ya no existe/ y me pregunto si en la muerte/ todavía tendré memoria”, dice el poeta salteño en “Límites”. Sobre esos límites y esas memorias, cuenta: “A mí me marcaron mucho los poetas viejos de Salta. Mi abuelo me hacía leer mucha poesía… Juan Carlos Dávalos, el Barba (Manuel) Castilla, Jacobo Regen, esas cosas las leí de chico”.

En ese tramo, agrega: “Entonces leía más prosa, a los 13, 14 años, salté de Emilio Salgari, de ‘Don Segundo Sombra’ y ‘El Martín Fierro’ sin escala a ‘Los miserables’. Y después, de más grande, lo conocí al Teuco (Castilla), a Santiago Sylvester y al Pajarito (Marcelo) Sutti”.

“Y en Chile leí a muchos poetas, a Uribe, Gonzalo Rojas, Pablo Neruda, por supuesto. De Argentina, a Borges y tantos otros… Tuve lecturas de la más di[1]versas e indisciplinadas, saltando de libro en libro por curiosidad. Descubrí a Rilke, a Whitman, después me fui educando en la lectura más metódica de los grandes poetas, y también de poetas muy buenos que no son conocidos, inclusive sin publicaciones en editoriales. Hay muchos grandes poetas dando vueltas”, reflexiona.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales

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