En la fotografía más reciente, del Tedeum 2025, se observa a Milei con gesto serio, labios apretados y rostro adusto, mientras que Villarruel muestra una expresión contenida, que incluso sugiere incomodidad. Ambos permanecen erguidos, con las manos cruzadas al frente, en una postura rígida que transmite concentración y solemnidad. El entorno institucional, con presencia de granaderos y sin sonrisas a la vista, refuerza el tono ceremonioso y sobrio del acto.
Muy diferente es la imagen registrada un año antes, en 2024, cuando Milei y Villarruel compartieron la celebración con rostros distendidos, caminando entre la gente. El presidente actuaba con naturalidad y sonreía, al igual que la vicepresidenta. A su alrededor, otros funcionarios y ciudadanos también exhibían expresiones de entusiasmo y cercanía. La escena, más abierta y festiva, revelaba una atmósfera de celebración patriótica y conexión con el público.
El contraste entre ambas imágenes va más allá de lo estético: es un reflejo de cómo el poder y el contexto influyen en la gestualidad, la emocionalidad y la percepción pública de los líderes. Mientras que en 2024 predominaba un espíritu de inicio, cargado de expectativa y mística, el 2025 parece marcar un momento de mayor tensión institucional y prudencia, donde cada gesto es medido.