Violencia al volante y un riesgo que no deja de crecer: “Hay que bajar un cambio”

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En Salta se multiplican los episodios de agresión en la vía pública protagonizados por automovilistas y motociclistas. Lejos de ser hechos aislados, estas conductas violentas hablan de una sociedad crispada, de reglas que se ignoran y de una urgencia que exige respuestas inmediatas.

La violencia en las calles ya no es solo un síntoma, es un problema instalado que amenaza con volverse parte del paisaje cotidiano. En apenas unos días, dos episodios brutales, uno en Tartagal y otro en Metán, revelaron el nivel de agresividad y desprecio por la autoridad que algunos conductores manifiestan sin pudor.

En Tartagal, un padre que fue a buscar a su hijo al Colegio Santa Catalina no solo se negó a acatar la indicación de un agente de tránsito que organizaba la circulación escolar, sino que directamente lo arrastró con su camioneta. El trabajador público terminó lesionado y el hecho, además de indignar a toda la comunidad, derivó en una denuncia penal por parte del municipio.

Mientras tanto, en Metán, otro hecho alarmante: un motociclista se quiso dar a la fuga durante un control y embistió a un efectivo policial. Lo más grave es que, según datos oficiales, durante el fin de semana se secuestraron 92 motos y el 60% de ellas eran conducidas por menores de edad, sin casco ni documentación en regla.

Estos casos no son aislados. Son parte de una tendencia creciente de desobediencia, violencia e irresponsabilidad que se vive día a día en las calles. Una sociedad que naturaliza el ataque a un agente de tránsito, que justifica la fuga en una moto o que considera que las normas de circulación son optativas, está fallando en algo más profundo.

Es fácil culpar al “tránsito”, a “la falta de controles”, a “los agentes”, pero la raíz de estos episodios está más cerca del tejido social que del reglamento de tránsito. Hay una falta clara de educación vial, de conciencia colectiva y de respeto por el otro. La autoridad es vista como un obstáculo, y las normas, como una molestia.

La solución no se agota en multas o sanciones. Hace falta una política firme, sostenida y coherente que articule prevención, educación, control y sanción. Pero también es necesario un cambio de mentalidad. El conductor agresivo no solo representa un peligro para los demás: también encarna una cultura del “yo primero” que, si no se corrige, seguirá cobrando víctimas.

No podemos permitir que nuestras calles se conviertan en territorios donde la ley del más fuerte reemplace la convivencia. Es hora de bajar un cambio, literal y simbólicamente, antes de que la violencia vial nos pase definitivamente por encima.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales

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