Nunca podemos descansar del todo (Milena Caserola) se mueve entre la cotidianeidad y lo fantástico. El título del libro refleja no solo el del primer cuento, sino también la inquietud que recorre cada uno de estos doce relatos, con personajes incómodos en los mundos que habitan.
En este volumen se entrecruzan historias sobre cadáveres embalsamados que no se resignan a ser tales, una anciana que, rituales mediante, desafía el paso del tiempo, una mujer en un tratamiento de fertilidad agotador junto a una planta que no para de crecer y adolescentes manipuladoras que fabulan romances o esperan su primera menstruación junto a un prostíbulo.
Las que llevan el pulso de la narración son mujeres, buscando su identidad en el marco de una topografía que muchas veces no eligieron. La inquietud que las habita probablemente trascienda el papel. ¿Pero, a qué responden y cómo nacieron estas historias?
Dos cuentos surgieron del territorio incierto entre la vigilia y el sueño, cuando la racionalidad se rinde ante las ideas más alucinadas. El mundo onírico me reveló una curiosa sociedad que, en lugar de enterrar a sus muertos, los embalsamaba sentados, y a los que convertí en protagonistas de “Nunca podemos descansar del todo”.
Gabriela Mayer
En este primer cuento, un pueblo resuelve conservar a los difuntos embalsamados en asientos en sus casas, permitiendo una convivencia silenciosa con sus familias. Esta curiosa práctica funeraria, la de los sentados, viene a interrumpir el reposo definitivo y desarmar la separación territorial entre vivos y muertos. Aunque los sentados van a rebelarse contra su destino.
En otra oportunidad, ese umbral sutil previo al sueño profundo me mostró la escena de un hombre que, a medida que avanza por su casa, provoca la caída de todos los objetos que lo rodean. Y le atribuí esta característica a Hernán, el hermano de Adriana, en “Los pelirrojos”. Los dos escapan de Chivilcoy a Buenos Aires huyendo de su madre, la Modista, y también de los prejuicios.
Otros cuentos aparecieron, simplemente, de ocurrencias como cuando imagino desde el primer piso de mi casa que en la planta baja podrían estar sucediendo cosas increíbles sin que me entere, lo que me llevó a escribir “Fotos sueltas”. Elegí trasladar la trama a Punta Mogotes, donde una anciana se desvela noche tras noche, mientras cumple un ritual con viejas fotografías para resucitar a sus seres queridos.
Los personajes del último cuento de la primera parte -que dialoga con los imaginarios de pueblos y suburbios- tampoco pueden descansar. En “Disculpe las molestias ocasionadas”, una adolescente obliga a otra a acompañarla en plena siesta, sábado a sábado, a vigilar junto al teléfono público del pueblo, para charlar tranquila con un pretendiente.
En “Fotos sueltas”, una anciana se desvela noche tras noche, mientras cumple un ritual con viejas fotografías para resucitar a sus seres queridos (Cole BURSTON / AFP)
“Fecunda” es el relato que abre el segundo tramo del libro -donde las protagonistas circulan por barrios reconocibles de Buenos Aires-. En esa trama evoqué percepciones de mi propio tránsito por el universo de los tratamientos de fertilidad, aunque en condiciones distintas a las de la oficinista que se inyecta hormonas en Caballito.
La calma también les resulta ajena a los vínculos afectivos de los cuentos siguientes, por ejemplo con un romance entre dos mujeres que zozobra mientras una de ellas cambia de personalidad con cada ciclo lunar (“Lunaciones”) o el asfixiante viaje en auto a la costa de una pareja con los dos hijos de él (“Maps”).
La inquietud se acentúa en la tercera parte, que entreteje la mirada más cercana a la autoficción, dibujando y desdibujando recuerdos. Desde el desgarro en la infancia por la muerte de la madre (“La terraza”) hasta la distancia de una hija adulta con su padre recién fallecido (“Reír con los ojos”).
Cuando escribí “La terraza”, el relato más viejo del libro, probé algo que antes nunca había hecho: usar objetos reales como disparadores. Acababa de reencontrarme con dos muebles de muñecas de mi infancia. Coloqué la mesita y la sillita de juguete sobre el escritorio, los observé, los recorrí con los dedos. Hasta que me invadieron las sensaciones de entonces. Y lloré mientras tecleaba esta historia.
“Sueños como cuchillos”, libro anterior de Mayer
Las protagonistas de los cuentos comparten también una sensación de extranjería incluso en su propio territorio. “Siempre existe una incomodidad, una fascinación, una perplejidad hacia el lugar al que se pertenece y ante el sistema de valores al que los personajes deben responder”, escribe Carla Maliandi en la contratapa.
Pero la inquietud va, probablemente, incluso más allá de la propia ficción. Nunca podemos descansar del todo refiere además un estado permanente de escritura. Porque, cuando escribimos, solemos vivir en búsqueda de lo narrable. A la caza de disparadores como frases al pasar, escenas mínimas, sensaciones breves, recuerdos difusos.
Suelen citarse miles de motivos para escribir. En mi caso, sentí una pulsión irrefrenable, que no me dejó tranquila hasta que pude volcar estas historias al papel. Así, posiblemente les contagié esta inquietud a los personajes. Y ojalá que a los lectores próximamente también. Para que, gracias a la ficción, nunca podamos descansar del todo.