Los ejes de la homilía de León XIV: continuidad con Francisco, búsqueda de equilibrio en la Iglesia y el foco puesto en la paz global

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El momento en el que el papa Leon XIV recibió el anillo de pescador y el palio en la Plaza de San Pedro

La Plaza de San Pedro comenzó a llenarse a las seis de la mañana, dicen los oficiales apostados en los operativos de seguridad que rodean el Vaticano. A las ocho, más de 150 mil personas, número menor al previsto en días anteriores, aguardan bajo el sol romano. Banderas peruanas y estadounidenses flamean en cantidad, cardenales se abanican con mitras, empieza el reparto de botellas de agua. Entre gritos —sobresale el cántico “U.S.A”—, el papa León XIV ingresa a la Plaza en el Papamóvil justo por debajo de la columnata a la izquierda de la Basílica, a pocos metros del balcón del Braccio di Carlomagno, donde nos encontramos los periodistas.

La ceremonia se desarrolló según lo previsto. A las diez, frente a más de 150 delegaciones internacionales, se dio inicio a la misa. Primero, León XIV descendió, junto con los Patriarcas de las Iglesias Orientales, al Sepulcro de San Pedro bajo la Basílica Vaticana. Luego se unió a la procesión de los Cardenales que, precedida por los diáconos portando el Palio, el Anillo del Pescador y el Evangeliario, llegó al altar en el atrio de la Basílica.

Tras la proclamación del Evangelio, se desarrollaron los ritos centrales del inicio del pontificado. El cardenal diácono Mario Zenari impuso el palio, acompañado por una oración del cardenal presbítero Fridolin Ambongo Besungu, y el cardenal obispo Luis Antonio Tagle entregó el Anillo del Pescador. Expresaron su obediencia tres cardenales de América y Oceanía—Frank Leo, Jaime Spengler y John Ribat—; el obispo de Callao, Monseñor Luis Alberto Barrera; el sacerdote Guillermo Inca Pereda; el diácono Teodoro Mandato; Sor Oonah O’Shea, presidenta de la Unión Internacional de Superioras Generales; el padre Arturo Sosa, superior general de los jesuitas; una pareja de laicos, Rafael Santa María y Ana María Olguín; y dos jóvenes, Josemaría Díaz y Sheyla Cruz.

León XIV inició su papado en una multitudinaria ceremonia. Foto: EFE

Durante la ceremonia, el tapiz de “La pesca milagrosa” de Rafael colgó sobre el ingreso principal de la Basílica de San Pedro. Esta obra, parte de una serie encargada por León X en el siglo XVI, muestra a Jesús indicando a Pedro dónde lanzar sus redes. La imagen funcionó como anticipo visual de lo que luego diría León XIV en su homilía: “Así nos lo cuenta el Evangelio que nos lleva al lago de Tiberíades, el mismo donde Jesús comenzó la misión recibida del Padre: ‘pescar’ a la humanidad para salvarla de las aguas del mal y de la muerte”. Esa misión, agregó, ahora es responsabilidad de la Iglesia: “lanzar una y otra vez las redes para sumergir en las aguas del mundo la esperanza del Evangelio, navegar en el mar de la vida para que todos puedan reencontrarse en el abrazo de Dios”.

La homilía de León XIV trazó además una continuidad conceptual explícita con Francisco. “Durante la misa sentí fuertemente la presencia espiritual del Papa Francisco”, reconoció. En uno de los pasajes más emotivos del discurso, recordó: “La muerte del Papa Francisco llenó nuestros corazones de tristeza, y en aquellas horas difíciles nos sentimos como aquellas multitudes que, dice el Evangelio, estaban ‘como ovejas sin pastor’. Pero precisamente el día de Pascua recibimos su última bendición y, en la luz de la Resurrección, afrontamos este momento con la certeza de que el Señor nunca abandona a su pueblo: lo reúne cuando está disperso y ‘lo cuida como un pastor a su rebaño’”.

Ese gesto de gratitud no fue solo personal, sino también doctrinal. Si Francisco, en Evangelii Gaudium, propuso una Iglesia “en salida”, León XIV pareció consolidar esa línea con dos palabras clave: amor y unidad. “He sido elegido sin ningún mérito, y con temor y temblor vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse servidor de su fe y de su alegría, caminando junto a ustedes por la senda del amor de Dios, que nos quiere unidos como una sola familia. Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión confiada a Pedro por Jesús”.

Ese gesto pastoral se inscribe en una visión sinodal —una Iglesia que escucha, que camina con otros, que no se encierra en sí misma—. “Caminemos juntos como un solo pueblo”, dijo el León XIV. La expresión resuena en el contexto actual y recupera el llamado de Fratelli Tutti, donde Francisco definía el encuentro como un acto político. Para ambos, la política es entendida como la “primera caridad”: la forma concreta de amar en el mundo.

El papa León XIV llega en el papamóvil para su misa inaugural en el Vaticano. Foto: REUTERS/Vincenzo Livieri

Pero León XIV también trazó líneas de continuidad con un pasado más lejano. Citó a León XIII —el papa de la Rerum novarum y del cual obtuvo su nombre papal— y retomó su pregunta clave: “Hermanos, hermanas, esta es la hora del amor. La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio, y con mi predecesor León XIII, hoy podemos preguntarnos: si este principio ‘prevaleciera en el mundo, ¿no cesarían de inmediato todos los conflictos y no volvería tal vez la paz?’”

Con esa cita como bisagra, el nuevo pontífice conectó el mensaje espiritual con un diagnóstico geopolítico. “En la alegría de la fe y la comunión, no podemos olvidar a nuestros hermanos y hermanas que están sufriendo a causa de la guerra”, advirtió. Habló del hambre en Gaza, de las muertes de jóvenes en Myanmar y de la “martirizada Ucrania” que —dijo— “espera negociaciones por una paz justa y duradera”. Poco después de la misa, León XIV recibió al presidente ucraniano Volodímir Zelensky en un encuentro privado. Antes de la ceremonia, se reunió con la presidenta de Perú, Dina Boluarte.

Detrás del tono pastoral, se insinúa una toma de posición: frente a un lenguaje público cada vez más polarizado y una economía global que “explota los recursos de la Tierra y margina a los más pobres”, como denunció en su homilía, León XIV parece proponer una gramática distinta.

“Este quisiera que fuera nuestro primer gran anhelo”, dijo el Papa, “una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento de un mundo reconciliado”. Y añadió: “Este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer a todos el amor de Dios, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo”.

Con estos gestos y palabras, León XIV no solo inaugura su pontificado, sino también una hoja de ruta. Un programa de Iglesia que recoge el legado de sus antecesores, responde a la urgencia del presente y reivindica el amor y la unidad como respuestas concretas en tiempos de fragmentación.

Fuente: https://www.infobae.com/america/

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