Si bien la elección del cardenal Robert Prevost, una personalidad que – como sucedió en 2013 con el cardenal Jorge Bergoglio – estaba bastante lejos en los pronósticos previos al cónclave, fue una sorpresa, sobre todo por su nacionalidad, era previsible que un Colegio Cardenalicio cuyos dos tercios de sus miembros habían sido nominados por Francisco iba a desoír la presión de una minoría retardataria y avanzaría en la dirección de las reformas iniciadas durante su pontificado.
La consigna de Francisco sobre la importancia de “desatar procesos” fue confirmada por los cardenales, que rubricaron también una aseveración de Jaroslav Pelikan, un intelectual estadounidense especializado en la historia del cristianismo: “la tradición es la fe viva de los muertos, el tradicionalismo es la fe muerta de los vivos”.
La definición más sintética y contundente del significado de la elección de León XIV está contenida en su primera audiencia con los cardenales que acababan de elegirlo, cuando señal que “León XIII, con la histórica encíclica “Rerum Novarum”, afrontó la cuestión social en el contexto de la primera revolución industrial” mientras que ahora “el mundo afronta una nueva revolución, esta vez ligada al desarrollo de la inteligencia artificial”.
La conclusión salta a la vista: en este mundo en cambio permanente, la Iglesia tiene que reivindicar la plena vigencia de su doctrina social y adecuar su contenido a las nuevas exigencias de la época. Conviene recordar que el significado en español de “Rerum Novarum”, la denominación de aquella encíclica de 1891 que condensó los principios básicos de esa doctrina social es “Acerca de las cosas nuevas”.
La advertencia de Juan Pablo
Esa necesidad de una actualización doctrinaria para enfrentar las “cosas nuevas” de este siglo XXI encuentra un antecedente sumamente valioso en la encíclica “Centesimus Annus”, en la que, en 1991, varios años antes de la irrupción de Internet, Juan Pablo II abordó proféticamente los novedosos desafíos sociales planteados por la sociedad del conocimiento: “Si en otros tiempos el factor decisivo de la producción de bienes era la tierra y luego lo fue el capital, entendido como conjunto masivo de maquinaria y de bienes instrumentales, hoy en día el factor decisivo es cada vez más el hombre mismo, es decir su capacidad de conocimiento, que se pone en manifiesto a través del saber científico, y su capacidad de organización solidaria, así como de intuir y satisfacer las necesidades de los demás”.
Adelantándose a la prédica de Francisco sobre los “descartables”, Juan Pablo II advertía: “De hecho, hoy muchos hombres, quizás la gran mayoría no dispone de medios que le permita entrar de manera efectiva y humanamente digna en un sistema de empresa, donde el trabajo tenga un lugar verdaderamente central. No tienen posibilidad de adquirir los conocimientos básicos que les ayuden a expresar su creatividad y desarrollar sus actividades. No consiguen entrar en la red de conocimientos y de intercomunicaciones que les permitirían ver apreciadas y utilizadas sus cualidades”. Y agregaba: “ellos, aunque no explotados propiamente, son marginados ampliamente y el desarrollo económico se realiza, por así decirlo, por encima de su alcance”.
Estados Unidos constituye la cabeza indiscutida de esta Cuarta Revolución Industrial. Resulta posible entonces que, más allá inclusive de la intención de los cardenales, la elección de un Papa estadounidense responda a la necesidad de abrir un canal de diálogo entre la Iglesia Católica y esta nueva revolución tecnológica que avanza a un ritmo vertiginoso a escala planetaria. Con independencia de las dispares interpretaciones sobre la coincidencia entre el ascenso de León XIV y la presidencia de Donald Trump, viene a cuento una frase atribuida a Albert Einstein: “la casualidad es la manera que utiliza Dios para permanecer en el anonimato”.
Si en 1979 la nacionalidad de Juan Pablo II, el “Papa polaco”, explicaba casi por si sola el sentido de su elección y en 2013 el ascenso de Francisco reconocía el creciente protagonismo de América Latina en la Iglesia universal, León XIV constituye un caso muy especial, pero supone también una definición por omisión. A pesar de los pronósticos que aludían a la posibilidad de otro Papa italiano, el Colegio Cardenalicio ratificó, en los hechos, el fin del eurocentrismo y el eclipse del antiguo poderío de la Curia romana en la historia de la Iglesia.
Geopolítica del espíritu
Un meticuloso estudio titulado “El futuro de las religiones en el mundo: proyecciones del crecimiento poblacional 2010-2050”, realizado en 65 países por Pew Research Center, un centro de estudios de Washington, vaticinó que, salvo precisamente en Europa, a mediados de este siglo la religiosidad será superior al actual. El trabajo consigna que el 63% de la población mundial se autopercibe religiosa. Pero dentro de ese porcentaje hay variaciones significativas. Entre los menores de 34 años ese promedio del 63% ascendía al 66% y en la franja de menores ingresos y menor nivel educativo trepaba al 80%.
La religiosidad aumenta entre los pobres y entre los jóvenes. En contraste con lo que ocurría tiempo atrás, cuando los padres creyentes confrontaban con hijos ateos, hoy es cada vez más frecuente el fenómeno de hijos creyentes que abrazan la fe abandonada por sus padres.
El relevamiento pronostica un notorio incremento de la población islámica y reconoce una gran incógnita sobre lo que sucederá en China, el mayor” mercado de almas” del planeta. Estas dos precisiones explican la importancia asignada por Francisco al vínculo de la Iglesia con el Islam y con China. En ese mismo lapso 2010-2060 los cristianos, de los cuales dos tercios se consideran católicos, aumentarían de 2.170 a 2.920 millones, un número equivalente al 31% de la población mundial. Según la Oficina Central de Estadísticas Eclesiásticas de la Santa Sede, el 47% de los católicos vive hoy en el continente americano (el 40% en América Latina) y el 20% en Europa, el antiguo baluarte de la cristiandad.
León XIX es, al mismo tiempo, el primer Papa estadounidense y el primer Papa de nacionalidad peruana, o sea el segundo Papa latinoamericano y el primer Papa de las dos Américas. Licenciado en Matemáticas, sacerdote en Chicago, obispo en Chiclayo (una ciudad pobre del Perú profundo), Superior General de la Orden de San Agustín y titular del Dicasterio para los Obispos, esas distintas estaciones de su trayectoria le permitieron conocer como pocos el mundo en su totalidad, tanto “desde abajo” como “desde arriba”. Cualquier omisión en la señalización del valor de cada uno de los pasos de ese recorrido constituye un reduccionismo que puede llevar a equívocos.
Otro símbolo elocuente de la personalidad de León XIV es su condición de primer Papa binacional. Esa singularidad, no sólo jurídica sino cultural, unida a su vasto conocimiento planetario, incide en una visión universalista, capaz de abrir nuevos horizontes a una Iglesia que sale del eurocentrismo para avanzar hacia la concreción histórica de su razón de ser y su destino “católico” (un término etimológicamente derivado del griego “Katholikos”), es decir auténticamente universal.
Si en algo es notoria la identificación de León XIV con Francisco es su estilo pastoral, que responde no sólo a características personales sino a una visión compartida sobre el papel de la Iglesia. Los videos que muestran a León XIV andando a caballo o cantando villancicos junto a sus feligreses revelan a un “pastor con olor a oveja” totalmente alejado de todo prejuicio burocrático y expresión inequívoca de la continuidad de esa línea de “Iglesia en salida” que signó la práctica de Francisco y su pontificado.
Otra manifestación de una continuidad esencial con el legado de Francisco, enfatizada por León XIV en su mensaje inaugural en la Plaza de San Pedro, es la concepción de una “Iglesia sinodal”, que supone la apertura hacia un mayor involucramiento de la feligresía en la vida eclesiástica y en las decisiones. Ese protagonismo del laicado, explicitado y preconizado en la “Teología del Pueblo” nacida en la Argentina en los comienzos de la década del 70 y llevada a Roma por Francisco, es una clave fundamental para el porvenir de la Iglesia en un mundo cada vez más secularizado.
Esa continuidad histórica ratificada por el cónclave no supone de ninguna forma una repetición mecánica de lo hecho por Francisco sino la recreación del mensaje de una Iglesia abierta al conjunto de la Humanidad. Allí reside el punto de partida de este nuevo pontificado, cuyo eje – definido por León XIV con la elección de su nombre – es la afirmación de la doctrina social de la Iglesia en las condiciones de la Cuarta Revolución Industrial.
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