EEUU y China, obligados a negociar para sobrevivir

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Los productores estadounidenses de soja y maíz temen el impacto en la comercialización de sus cosechas de la guerra tarifaria desatada por Donald Trump en el mercado chino, que es el mayor destino para las exportaciones estadounidenses. La Asociación de Soja Americana (ASDA) afirmó que “la escalada continua de tarifas con China preocupa a los “farmers” porque es el mercado decisivo para la soja estadounidense”.

Los productores estadounidenses de soja y maíz temen el impacto en la comercialización de sus cosechas de la guerra tarifaria desatada por Donald Trump en el mercado chino, que es el mayor destino para las exportaciones estadounidenses. La Asociación de Soja Americana (ASDA) afirmó que “la escalada continua de tarifas con China preocupa a los “farmers” porque es el mercado decisivo para la soja estadounidense”.

El agro estadounidense, que constituye una de las columnas fundamentales del electorado de Trump, se encuentra en un momento especialmente crítico. Faltan días para el comienzo de la siembra de la próxima cosecha de granos, lo que implica que la actual crisis arancelaria con China puede provocar cambios sustanciales en la provisión de soja y de maíz al mundo.

Las sanciones a China afectan la credibilidad de la oferta norteamericana, porque se transforma en una producción no confiable que debe competir en un mercado mundial súper-ofrecido y donde las ofertas alternativas son muchas y muy atractivas. Trump estima que la carta ganadora en esta crisis mundial es el acceso al mayor mercado de consumo del mundo, que es Estados Unidos. De allí que considere que el tiempo como factor estratégico juega a su favor.

La hegemonía unipolar estadounidense, que surgió en 1991 con la implosión de la Unión Soviética, duró 18 años y concluyó definitivamente en 2008-2009 cuando estalló en Wall Street la crisis financiera internacional con el colapso de Lehman Brothers. Allí surgió un sistema multipolar completamente horizontalizado y unificado por la revolución de la técnica, que aceleró su integración al ritmo vertiginoso de la digitalización.

El principal factor estructural que nació en la etapa de vigencia de la unipolaridad fue la irrupción de China como la gran protagonista de la economía global. Esto se reveló con extraordinaria potencia a partir de 2001, con su ingreso a la Organización Mundial de Comercio (OMC). En los siguientes quince años su producto bruto interno se expandió a un ritmo vertiginoso del 9,2% anual acumulativo.

Desde entonces China pasó a encabezar la producción manufacturera mundial. Lo hizo combinando su fuerza de trabajo abundante y barata constituida por más de 900 millones de operarios, potenciada por la inversión de capital provisto por las grandes trasnacionales de Estados Unidos, Europa Occidental y Japón, que se trasladaron para producir desde allí y exportar al mundo.

En abierto contraste, Estados Unidos, que a finales de la década del 40 concentraba más de la mitad de la producción manufacturera mundial, en 2023 representó poco más más de la décima parte. Esto coincidió con un debilitamiento creciente de Estados Unidos en el sistema internacional, que adquirió su forma extrema en los cuatro años de gobierno de Joe Biden.

Como consecuencia, varias regiones de Estados Unidos, especialmente las del Medio Oeste industrial (Pensilvania, Ohio, Míchigan, Wisconsin), fueron devastadas por lo que David Dorn y Gordon Hanson definieron en 2016 como “El shock chino”, que es la inmensa capacidad competitiva que tenía -y tiene- la reciente superpotencia manufacturera desplegada en el largo arco costero que va desde Hong Kong a Shanghai.

Este fenómeno produjo un rechazo global a la globalización en una ancha franja de la opinión pública estadounidense, aunque las zonas costeras, el sistema financiero de Wall Street y los servicios de alta tecnología, con epicentro en Silicon Valley, fueron beneficiarios de esa nueva fase del desarrollo. Esta dualidad estructural tuvo su apogeo durante los dos mandatos de Bill Clinton, una figura de gran carisma, definido como el “presidente de la globalización y de la unipolaridad”.

Esta situación ha cambiado radicalmente. Estados Unidos ha vuelto a reencontrar la voluntad política con Trump, en tanto que China consolidó su extraordinaria ventaja comparativa en el área de la producción manufacturera en toda la zona sur del país donde ha surgido una máquina productiva de alta tecnología prácticamente imbatible que le otorga a China una ventaja competitiva como no ha habido otra reciente en la historia del capitalismo desde la protagonizada por Estados Unidos después de la segunda guerra mundial.

Esto hace que el actual sistema internacional de comercio se haya convertido en un subproducto de las formidables ventajas exhibidas por China, cuyo superávit comercial de casi un billón de dólares contrasta con el déficit de 650.000 millones de dólares de Estados Unidos. Las reservas monetarias del Banco Central chino son, de lejos, las más altas del mundo.,

Mientras tanto, uno de los problemas que afronta la estrategia de Trump tiene que ver con la oferta laboral. El salario de un trabajador estadounidense es más del doble que el chino y más de cinco veces mayor al de Vietnam y otros países asiáticos., en especial la India. Pero esos altos salarios tampoco atraen a suficientes estadounidenses al sector manufacturero. En una encuesta reciente de la Oficina del Censo sobre las fábricas, un 20% de los consultados indicó que la insuficiencia de mano de obra contribuía a su incapacidad para operar a plena capacidad.

Esta limitación se ve agravada por un factor demográfico. El Centro Nacional de Estadísticas de Salud (NCHS por sus siglas en inglés) consigna que desde la crisis financiera internacional de 2008 la tasa de fertilidad en Estados Unidos disminuyó un 21% y que la tendencia continuaría a la baja. Al igual que en Europa Occidental, esa brecha podía cubrirse con la inmigración, pero esa alternativa choca con la creciente resistencia de las poblaciones locales, sensibilizadas por la afirmación su identidad cultural, enarbolada por Trump como bandera proselitista.

Esto explica las previsiones alarmistas de los analistas que advierten que Estados Unidos estaría en vísperas de un “precipicio demográfico” similar al de Europa Occidental.

La actual clase de estudiantes de último año de la escuela secundaria es la última promoción antes de un largo declive en el número de jóvenes de 18 años, que es la edad tradicional para ingresar a la universidad.

La respuesta de Trump a este desafío es la promoción de la natalidad y la automatización de la producción. “Quiero un baby boom”, señaló Trump en la Conferencia de Acción Política Conservadora en 2023. Agregó que “apoyaremos las bonificaciones por nacimiento para un nuevo baby boom”. Si bien no hay todavía anuncios concretos en esa dirección, más allá del énfasis en la campaña en contra de la autorización legal del aborto, circulan ideas como entregar una “Medalla Nacional de la Maternidad” a las madres con seis o más hijos.

Acerca de la automatización de la producción, los críticos de Trump objetan que la transformación robótica de la economía estadounidense progresa a un ritmo demasiado lento. Según la Federación Internacional de Robótica en 2023 sólo había 295 robots industriales por cada 10.000 trabajadores. Si bien esa cifra significaba un aumento en relación con los 255 de 2020, era muy inferior a los 470 de China y los 1070 de Corea del Sur.

Otro obstáculo reside en que el gasto anualizado en construcción de fábricas se ha duplicado en los últimos cuatro años, a raíz de los subsidios ofrecidos por el gobierno de Biden a los fabricantes de chips y a diversas tecnologías verdes. El resultado es que las fábricas están envejeciendo. Más de la mitad de las aproximadamente 50.000 plantas industriales del país tienen más de tres décadas de antigüedad. Algo similar sucede con la in fraestructura. Una parte con

siderable de la red eléctrica, construida en las décadas el ’60 y del ’70, está cerca del agotamiento de su vida útil, lo que explica los cortes de energía cada vez más frecuentes. Lo mismo ocurre con el transporte. Un estudio de la Asociación Americana de Constructores de Carreteras y Transporte consigna que uno de cada tres puentes necesita ser reparado o reemplazado.

En definitiva, la guerra tarifaria contra China ocasiona perjuicios políticos que la administración republicana deberá computar antes de las elecciones legislativas de 2026 y la reconversión de la economía planteada por Trump es posible, pero demandará ingentes inversiones y un tiempo de ejecución. Más temprano que tarde, o sea este mismo año, Estados Unidos y China están forzados entonces a negociar un nuevo pacto de Yalta que diseñará el futuro de la economía mundial.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales

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