En unos días más, la Iglesia Católica tendrá un nuevo Papa. Será el Sumo Pontífice que iniciará la segunda cuarta parte del siglo XXI. Los cardenales reunidos en Vaticano, bajo la acción del Espíritu Santo, están discerniendo las distintas posibilidades que se yuxtaponen, para que de entre ellas, un nuevo vicario de Cristo y sucesor de Pedro, presida la Iglesia desde Roma hacia todo el mundo.
La Argentina, la patria de donde era el Papa Francisco, vive la experiencia ahora, de un revisionismo histórico, pero de acontecimientos recientes y de características inéditas.
Fue papa argentino, porteño, el que con metáforas sencillas y divertidas como las de “tener olor a oveja” dicha especialmente a los sacerdotes o “a la neurosis hay que cebarle mate”, ocuparon un lugar en la psicología de muchos, especialmente argentinos, que hoy lo lloran de diferentes maneras.
Francisco Iº, o sencillamente Francisco, como quiso llamarse Jorge Bergoglio al hacerse cargo con su vestimenta blanca del Obispado de Roma, sirvió doce años como cabeza y jefe de la Iglesia Católica, con presupuestos bien definidos sintetizados en “la inclusión de todos, todos, todos en la Iglesia y en la casa común o planeta tierra al que hay que cuidar, en el trabajo constante por la paz mundial que comienza en la paz interior y personal de cada uno, en el diálogo interreligioso, en la atención de los disminuidos de toda clase y formas, por nombrar nomás brevemente lo más visible de su acción”.
“Signo de contradicción”
Llevó a cabo innumerables proyectos, arriesgó su vida para comprometerse en situaciones de orden geopolítico y, lo más difícil tal vez, comenzó un valioso desafío como el de iniciar una renovación de la Iglesia desde adentro, desde los nervios quizás más enfermos y dolorosos, como son el clero y una institución bi milenaria que, como fundador, tiene a Jesucristo.
Además, todo ese acercamiento a la gente, que la historia dirá si en el futuro le abrirá las puertas para que le quepa el apelativo de “el Papa del pueblo”, va más allá del hecho de caminar entre medio de multitudes, levantando en brazos a un bebé o a un enfermo con tremendas incomodidades físicas o tomar un mate que le cebaba algún argentino fanático de su mismo equipo de fútbol en la plaza de San Pedro. Esos signos, también los expresaron otros pontífices, pero quizás con la diferencia de ver en Francisco, una solicitud interior genuina, que esclarece el proceso semiótico y lo hace más eficaz en su profundidad y resultados.
Fue signo de contradicción, como Jesucristo, particularmente para la Argentina, a donde curiosamente, nunca regresó desde que se fue al cónclave de 2013, hecho significativo que puede responder a aquello de que “nadie es profeta en su tierra” o también “y los suyos no lo recibieron”, reflexiones que aparecen en los evangelios, en un contexto similar vivido por Jesús entre su gente. Muchos argentinos comprendieron esa decisión, otros no se la perdonarán jamás…
También desde la Argentina, se trazaron reacciones conductuales hacia su persona sumamente bizarras, que se entrelazaban entre “los que estaban a favor o en contra” de sus actitudes como ¿Sucesor de Pedro? ¿vicario de Cristo? ¿jefe del Estado del Vaticano? o ¿presidente de la República Argentina?
Muchos no entendieron, ni entienden, el principio generador que da desarrollo armónico y plenitud a cada ser, o sea la naturaleza de cada cosa, lo que es de por sí y no puede ser de otra manera, en este caso, aplicado a una persona, al Papa, y se confundieron en una urdimbre necia y hasta a veces altamente agresiva, de politizar la imagen de quien, por naturaleza, no responde a los ignorados requerimientos que de por sí, tomaron a Francisco como rehén. Sí, concretamente en la Argentina fue un rehén de quienes de un lado u otro de la política no solo han dividido, sino que han enfermado al pueblo desde hace ya muchos años. Los más descarados, dicen que el pecado mayor de Francisco, fue el de ser argentino, otros, llevados por diferentes sesgos, que la mayor desgracia para la Argentina, fue que, de ella, naciera un Obispo de Roma.
En definitiva, hoy la lágrima que cae sobre la tumba del padre Jorge o del papa Francisco, lleva connotaciones también muy diversas y contradictorias. Por un lado, aquellos que lo amaron de verdad e integraron su identidad como representativa del mismísimo Cristo entre la gente, al estilo jesuita, y comprendieron sus errores como todo ser humano suele tener. Y por el otro, aquellos que cínicamente lamentan su física desaparición solo por el hecho de que la muerte siempre es una realidad que es imposible desarmar desde lo políticamente correcto hacia lo políticamente incorrecto.
Aquellos que, desde su corazón lleno de incertidumbres y afectos desordenados, mezclaron política con religión, ideas filosóficas con espiritualidad, pragmatismo con trascendencia, no reconociendo, en definitiva, la verdadera naturaleza de un Papa o sea lo que un Papa es para la fe católica.
Aquellos que se apegan ahora a un panegírico procaz, que no hace más que confirmar la psicología de quienes llevados por el fatal sofisma de que “la muerte mejora” o en todo caso para salvar las cualidades morales de un constructo colectivo, traicionan su honestidad intelectual expresando lo que sus convicciones más profundas no aprueban.
Aquellos que a la pregunta sobre qué sienten a partir de la muerte del vicario de Cristo…solo responden “ojalá venga uno mejor, que no les regale rosarios a personas delincuentes”, manifestación clara de la ignorancia sobre lo que es el acercamiento a los pecadores y para qué sirve un rosario, que no es para premiar, sino para rezar…
Aquellos que, especialmente argentinos, sacaron de su interior lo más horrible de sus conductas, plasmadas en la violencia, el odio y el enfrentamiento, el cinismo y la hipocresía, poniendo como causal de su subjetividad reaccionaria, al mismísimo representante de Jesús en la tierra.
Se puede concluir también, que humanamente hablando y despojándose de toda especulación sobrenatural, el pueblo argentino se verá liberado de la responsabilidad que significó tener un Papa de su nacionalidad. De ahora en más a pocos argentinos les va a interesar si el cónclave que está en desarrollo coronará a un Papa de Italia, Bangladesh, Burkina Faso o Ouguagadougou, entendiendo de esa manera, la inmadura fe que en este sentido muchos profesan.
“¿Qué cabe esperar?”
¿Y ahora qué? Y la pregunta sale al paso de una especulación sencilla para el momento de la elección en el cónclave. ¿Qué distancia teológica, filosófica y política habrá con el difunto papa Francisco? El difunto Papa está en el imaginario colectivo:
¿Cómo observador de los hechos desde un Celeste inconmensurable mediando por los que aún peregrinamos?
¿Cómo un potencial inamovible de renovación o como un fantasma que mueve los engranajes de un péndulo al que quieren movilizar hacia un centro que no reconoce como válidas para una política eclesial los conceptos de derecha e izquierda, progresismo y conservadurismo, comunismo o capitalismo?
No cabe duda que, para los que tenemos fe, el nuevo Pontífice, será el más adecuado a las necesidades urgentes que la Iglesia y el mundo necesitan.
Duerme en paz Francisco, o mejor, no duermas, sigue despierto desde ese lugar de las energías eternas, para que, intercediendo por todos, sepamos construir un mundo nuevo y más humano. Siento tu sonrisa pícara desde ese lugar donde junto a Cristo, estás cebando mate a la neurosis de todos nosotros.
Sin azúcar por favor.