Bullying: problema de todos

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No hablemos de resultados académicos, de evaluaciones y contenidos. Hablemos de miedo, de cansancio, de impotencia, de dolor, de silencios que asfixian y de decisiones que muchas veces son irreversibles.

No hablemos de resultados académicos, de evaluaciones y contenidos. Hablemos de miedo, de cansancio, de impotencia, de dolor, de silencios que asfixian y de decisiones que muchas veces son irreversibles.

Hablemos de que no todos los chicos disfrutan de ir a la escuela. En los pasillos, en las aulas, en los baños, en el patio hay señales que alertan y silencios que dicen más que las palabras. Niños y adolescentes que se aíslan, que cambian repentinamente su estado de ánimo, su rendimiento académico o sus hábitos de sueño y alimentación. Adolescentes que dejan de hablar con sus amigos, que expresan frases como “estoy harto”, “soy una molestia” o “nadie me quiere”.

Muchos chicos y chicas no encajan en los moldes de “niños comunes y corrientes”, tienen otros gustos, otros intereses, y muchas veces hay una tendencia a intentar que encajen en “normalidades” que no incluyen a todos, estos chicos son los primeros en pasar por situaciones de bullying. El desafío es detenerse, mirar y plantear la diversidad, pero en serio.

El bullying es una forma de violencia sostenida en el tiempo, que se da entre pares, aunque también involucra al mundo adulto, y se caracteriza por el desequilibrio de poder, la intención de dañar y la reiteración. Puede ser físico, verbal, psicológico o virtual. No es un simple conflicto entre pares. Es una forma sistemática de violencia, donde una persona o grupo somete a otra, de forma reiterada, a burlas, humillaciones, exclusión o agresiones físicas y/o verbales. Quien lo padece queda atrapado en una red de sufrimiento sostenido, sintiéndose solo, sin recursos ni salidas.

Aunque no siempre es la única causa, el bullying puede ser ese disparador que agrava una vulnerabilidad ya presente. Muchos estudios sostienen que las víctimas de acoso escolar presentan niveles más altos de ansiedad, depresión, baja autoestima y pensamientos suicidas. Según las estadísticas del Ministerio de Salud de la Nación, en nuestro país se suicida por día una niña, niño o adolescente de entre 10 y 19 años.

Cuando esto sucede en las aulas hay roles que se repiten: el que agrede, la víctima, los que miran en silencio. Y ahí, en ese silencio, se juega mucho. Porque callar, a veces, también es elegir. ¿Cuántas veces un niño ríe para no quedar fuera? ¿Cuántas veces otro guarda sus lágrimas para no parecer débil? Los niños pequeños no siempre verbalizan con claridad lo que les sucede. Esto, a menudo, se manifiesta en el cuerpo, en la conducta, en el retraimiento, la agresividad o el desgano. Por eso, es fundamental estar atentos a los cambios, a los silencios, a esas señales que muchas veces pasan desapercibidas por adultos desbordados o con poco tiempo para mirar con profundidad. Hay todo un sistema de vínculos que como

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales

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