¿No será tiempo para que repensemos algunos conceptos sobre el derecho, los derechos y la convivencia? Propongo que empecemos por la definición de justicia. ¿Qué significa “dar a cada uno lo suyo”?
Pero ¿qué es cada uno? ¿quién es ese uno o esos unos? ¿qué significa dar? ¿dar qué cosa? O, también, ¿quién da? ¿qué es “lo suyo”?
La era tecnológica acelera los interrogantes acerca de qué es “dignidad” ¿Lo decidirá la inteligencia artificial?
Y la ética: ¿qué es hoy la ética? ¿Un concepto inventado? ¿Un sistema de valores que emana del concepto mismo del ser humano?
Mientras varía la realidad social y evoluciona la conciencia, ¿Cuáles son los derechos sociales? ¿Un valor inmodificable o una variable de la política y la economía?
¿Y el derecho laboral? No solo un límite al aprovechamiento del esfuerzo de los seres humanos por otros seres humanos. El trabajo, en sí, dignifica al ser humano.
La revolución industrial obligó a plantear derechos donde no los había. Hubo que poner límites al trabajo a destajo sujeto a la voluntad patronal. La cuarta revolución industrial obliga a repensarlos, conforme a las modalidades actuales, a la técnica y la ciencia de nuestro tiempo.
Dicen que las legislaciones surgen después de que suceden los hechos. Ya son muchos los hechos que imponen nuevos valores y nuevas normas. Urge una revisión para rescatar una mirada ética que valore la dignidad humana y gobierne nuestro tiempo.
Ni qué decir de la crisis previsional. Durante décadas, jubilarse significaba acceder a un período de descanso y vacaciones. Hoy, la aspiración es poder comer y comprar remedios. Y, al ritmo de la tecnología, pronto va a haber tantos jubilados como trabajadores en actividad.
Y el Derecho ambiental ¿es una ocurrencia de minorías? ¿una imposición del mundo desarrollado? En realidad, es la normativa para proteger al planeta, sus habitantes y las futuras generaciones.
¿Y el Derecho minero? ¿Es solo para dar seguridades a las mineras o también para mejorar la calidad de vida de los pueblos?
El mundo de estos días no invita a la reflexión y al pensamiento crítico, pero este es más necesario que nunca. Saber no es repetir de memoria, sino razonar críticamente. El aluvión de consignas, agravios y post verdades que pulula por las redes sociales agobia al pensamiento.
Por eso, las escuelas y las universidades deben asumir, como nunca, el rol decisivo que les toca en el desarrollo del pensamiento crítico y en la generación de conocimientos. Y no se trata de educar a una elite sino a todos. Educar en el pensamiento analítico y no en la repetición de frases hechas o dogmas.
Somos seres humanos, que vivimos, sentimos, nos emocionamos y, también, tenemos la capacidad de reflexionar, pero a esta hay que desarrollarla.
¿Qué piensan los jóvenes? ¿cuáles son sus sueños? ¿qué quieren ser individualmente y como sociedad? ¿qué sociedad piensan y quieren? ¿Se están preparando para esa sociedad?
La inteligencia artificial produce un impacto fascinante. ¿Será para bien de todos? ¿o profundizará aún más las desigualdades?
Son muchas las preguntas que plantea nuestro tiempo. Y muy pocas de ellas entran en el debate público.
Pero son las que hay que hacerse, que los seres humanos nos debemos plantear. Son preguntas que formulan y reformulan los filósofos de nuestro siglo, pero que involucran a la humanidad y al planeta.
Es urgente debatir y reflexionar sobre la ética, los valores, la dignidad humana, la calidad de vida, la comunidad, la solidaridad.
El gran desafío es un debate a corazón abierto, con inteligencia crítica y pensando un poco más allá de los mercados, el dólar, el equilibrio fiscal (que son urgentes e importantes) para abordar los problemas que llegan a la médula del mundo en el siglo XXI.