“El portazo que Javier Milei dio contra la Organización Mundial de la Salud no parece un mero alineamiento obsecuente a las decisiones de Donald Trump, sino la coincidencia de ambos en un pensamiento visceral y reaccionario contra los organismos internacionales”, escribió Francisco Sotelo en un artículo publicado en El Tribuno. Es así. Milei y Trump comparten una visión casi patológica hacia todo organismo internacional, sea de la naturaleza que sea. ¿Cómo alguien podría atreverse a decirles qué deberían hacer? Puede ser la Organización Mundial de la Salud; el Acuerdo de París; las Naciones Unidas; o hasta la Organización Mundial de Comercio. Para ambos, todas estas organizaciones están cooptadas por la “ideología woke” y, combatirlas, es parte de la “batalla cultural”.
Contradictorio y paradójico -al menos en el caso de Milei-, cuando el presidente está dispuesto a seguir a pie juntillas todo lo que le indique el FMI; un organismo internacional al que si obedecemos; aún en contra de los mejores intereses para el desarrollo del país.
Apenas asumió, el presidente Trump firmó varias órdenes ejecutivas que abandonaron muchas de estas estructuras, incluidas agencias que entregaban ayuda humanitaria en el exterior. Acorde a varios estudios recientes confiables; cerca de 1.400 chicos por día se infectan ahora de SIDA como resultado del corte de estos subsidios en los lugares olvidados del planeta de siempre. Tampoco se están realizando los estudios para detectar cáncer cervical en mujeres y niñas; tanto como se está perdiendo la contención que proveían esos servicios ante la violencia de género o de violencia doméstica. También se retiró del Acuerdo de París; otra entidad acusada de “sostener agendas fraudulentas y socialistas”.
Por nuestra parte, nuestro gobierno había rechazado el año pasado firmar el acuerdo de pandemias. Luego abandonamos la OMS, de la cual el presidente Milei dijo “que al imponer cuarentenas ante el brote de COVID-19 las autoridades de la OMS incurrieron en delitos de lesa humanidad”. Una falacia; en Argentina, la duración de la cuarentena la decidió Alberto Fernández y no la OMS; y lo que él califica de “conducta genocida” fue por una atroz negligencia presidencial y parlamentaria; no de la OMS.
La OMS no dicta normas; sólo recomendaciones. Está en cada sociedad decidir qué directiva seguir y cómo implementarla. Y, tanto la OMS como el Acuerdo de París -o la propia Naciones Unidas- buscan formalizar un marco de gobernanza global a problemas globales que se basan en la administración de «bienes comunes”; también globales.
El aire en un bien común; los mares son un bien común. La salud es un bien común. Si se adoptaran políticas en un país no alineadas con las del resto de los países; esa decisión podría afectar a la comunidad global. El planeta Tierra y el futuro de las generaciones por venir es otro bien común. Informes recientes muestran que, en 2025, sólo en Estados Unidos, se han cancelado proyectos en energía verde por más de 8.000 millones de dólares. ¿Tenemos derecho a perjudicar a las generaciones futuras por no ser capaces de administrar nuestros problemas hoy? ¿Eso es socialismo?
Las ideologías no cambian la realidad. La realidad, en cambio, tiene la capacidad de desafiar a la más tozuda de las ideologías. La realidad tiende a imponerse a pesar de cualquier ideología; siempre. Y esto aplica a todo. A la política y a los sistemas políticos; a la sociología y a las dinámicas humanas; a la economía y a todo aquel lugar en los que intervengan. Incluso se termina imponiendo por sobre los demagogos y los locos.
Muchas instituciones pueden haber sido politizadas en sus agendas y, si así fuera, sirven mal a su propósito. Habrá que repensarlas y corregirlas; no abandonarlas ni eliminarlas. Es igual de peligroso y de dañino el negacionismo, aislamiento y necedad escondidos bajo la excusa de buscar corregir un daño anterior. Hay intereses en juego mucho más importantes que chauvinismos y egos retrógrados.
Como siempre, lo urgente es la alternativa a lo importante. La nueva guerra comercial y arancelaria desatada por el presidente Trump -lo urgente-, podría fracturar la economía global. Pero, sin una agenda global y sin el compromiso de los países en temas globales como la seguridad; el cambio climático; o futuras pandemias globales -lo importante- vamos a dejar por completo de lado a todos estos temas y sufrir sus consecuencias.
La paz mundial, el calentamiento global y la salud son problemas de alcance global que requieren de acciones y políticas coordinadas de manera integral -sin fisuras ni grietas-, que deben ser llevadas adelante a escala planetaria para poder resguardar los «bienes comunes” más importante que tenemos: nuestro planeta y nuestra civilización.
No es razonable arriesgar la salud de una población; de ninguna en el mundo. Tampoco seguir saboteando ni desmantelando -en pleno vuelo- la nave que nos transporta en nuestro viaje estelar. “Al wokismo más wokismo” no es una receta sabia de cara a los inmensos desafíos planetarios por venir. Nadie en su sano juicio pone a riesgo -de manera deliberada- ni su propia salud; ni la casa donde vive con sus hijos. No entiendo por qué sí podemos hacerlo con nuestras vidas; con nuestra sociedad global y con nuestros países. No entiendo de verdad.