La madrugada del encuentro con el horror comenzó lejos de Cromwell Street, en la tranquilidad de Sussex, Inglaterra, donde Martin Brunt, productor de Sky News, recibió una oferta que no pudo ignorar. Un joven al que llamó Jim le propuso una oportunidad única: acceder al interior de la casa donde Fred y Rose West perpetraron una de las cadenas de crímenes más atroces de la historia británica.
Por 300 libras (casi USD 400) Brunt tendría la posibilidad de recorrer la ahora infame Casa de los Horrores. “Y, claro, solo había una respuesta: quería 300 libras, lo cual parecía bastante barato”, contó Brunt en el podcast Fred and Rose West: The House of Horrors de Apple.
El trato era simple, pero implicaba riesgos. Aun así, el periodista decidió no perder un instante. Apenas recibió la propuesta, dejó su hogar y partió hacia el West Country para encontrarse con Jim. Era la una de la madrugada cuando Brunt, acompañado por un camarógrafo que aún hoy prefiere el anonimato, se presentó en Wellington Street, apenas a unos metros de la célebre Cromwell Street.
Rose y Fred West
Sin cerraduras ni alarmas: el ingreso al corazón del horror
Lo que parecía una misión arriesgada se tornó extrañamente sencillo. “No recuerdo que se usara ninguna llave. Simplemente nos acercamos a la puerta y entramos”, relató el camarógrafo a Brunt, según se escucha en el mismo podcast, difundido por The Mirror. La entrada fue a través del número 23 de Cromwell Street, la casa contigua.
Desde allí, subieron varios pisos y accedieron a un desván compartido entre ambas propiedades. Una trampilla abierta, sin cerrojos ni alarmas, los depositó directamente dentro del número 25.
El contraste entre la dificultad imaginada y la facilidad real para irrumpir en la Casa de los Horrores impactó a Brunt. La escena era perturbadora en su abandono: restos de una investigación forense en curso, rastros silenciosos de horrores pasados, y la inquietante sensación de estar en un lugar prohibido.
Los primeros pasos: una huella de los investigadores
El primer objeto que captó la cámara fue inquietante en su simplicidad: “Y lo primero que filmó fue un guante de goma desechado, presumiblemente dejado por un miembro del equipo forense”, relató Brunt en el podcast.
El símbolo de una escena aún viva en la memoria de quienes la investigaban, pero vacía de vigilancia efectiva. “No recuerdo si todavía había un policía vigilando la puerta principal, pero si lo había, no detectó lo que estaba sucediendo dentro esa noche”, añadió.
Poco a poco, avanzaron filmando habitaciones despojadas de muebles, austeras y carentes de todo lo que no fuera la atmósfera enrarecida que impregnaba cada pared.
El descenso hacia el infierno: el sótano de la muerte
Guiados por Jim, bajaron los tres tramos de escaleras. Lo que encontraron en el sótano superó cualquier expectativa lúgubre. Brunt describió la escena: “Abajo, al suelo del sótano, había unos extraños dibujos infantiles en las paredes. Había una figura de vaquero, una escritura infantil”, rememoró. No era sólo el escenario de la muerte, sino también de una perturbadora yuxtaposición entre lo infantil y lo monstruoso.
Pero lo más macabro aún estaba por revelarse. “Había evidencia de que la policía había cavado cinco agujeros y luego había puesto una solera sobre ellos”, explicó Brunt. Bajo ese cemento reciente yacían los restos de cinco víctimas de la pareja Fred y Rose West.
Una competencia silenciosa: el reloj corría
Mientras el periodista y su camarógrafo captaban las imágenes, Jim comenzaba a urgirlos a salir. No era sólo por el miedo a ser descubiertos. Había un interés más pragmático: otros equipos de cámaras rivales esperaban su turno para ingresar.
“Fue después que me di cuenta de que Jim quería sacar a mi camarógrafo tan rápido porque tenía a nuestros equipos de cámara rivales esperando a la vuelta de la esquina para hacer su turno adentro”, confesó Brunt.
La noche en la Casa de los Horrores no era un secreto exclusivo. Era, más bien, una competencia periodística frenética por registrar lo indecible.
El crimen que dejó heridas imborrables
Treinta años después, Martin Brunt sigue reconociendo aquella experiencia como la más desgarradora de su carrera. “La gente suele preguntarme cuál es el peor caso que has cubierto. Lo pensé entonces y lo sigo pensando ahora”, afirmó.
No fue sólo la crudeza de los crímenes lo que marcó a Brunt, sino también el escenario: el hecho de caminar en soledad por los mismos pasillos que los West habían convertido en su reino de tortura.
El periodista enfatizó: “He cubierto muchos casos desde entonces, pero no creo que ninguno haya alcanzado jamás la escala de depravación, el asesinato de sus propios hijos, el nivel de tortura, incomodidad y dolor que se infligió a sus víctimas”.
Después de los juicios y el suicidio de Fred West en 1995, las autoridades decidieron actuar sobre el escenario físico del horror. El número 25 de Cromwell Street fue demolido en 1996 para impedir que se convirtiera en un lugar de peregrinaje para el turismo macabro. En su lugar, se construyó una pasarela peatonal, un intento por borrar, al menos visualmente, las huellas de uno de los crímenes más atroces de la historia moderna.
Aunque el inmueble desapareció, las cicatrices emocionales persisten. El horror de Cromwell Street sigue siendo objeto de investigaciones, documentales y podcasts. En 2021, la policía de Gloucestershire realizó búsquedas adicionales en lugares vinculados a Fred West, ante la sospecha de nuevas víctimas, como Mary Bastholm.
Qué sucedió dentro de la Casa de los Horrores
Durante dos décadas, Fred y Rose West convirtieron su casa en Cromwell Street, Gloucester, en una trampa mortal. Entre 1967 y 1987, violaron, torturaron y asesinaron al menos a doce mujeres jóvenes y niñas. Algunas eran desconocidas, otras inquilinas, y varias de ellas, sus propias hijas.
Las víctimas fueron enterradas bajo el sótano y el jardín de su casa. El horror fue sistemático: las jóvenes eran captadas, encerradas, agredidas sexualmente y luego asesinadas, muchas veces tras días de encierro y abuso.
El crimen que desencadenó la caída del clan fue el de Heather West, de 16 años, hija biológica de ambos. Se cree que fue asesinada luego de amenazar con contar los abusos a la policía. Su desaparición forzó la investigación y la excavación del terreno, donde comenzaron a surgir los cuerpos de las otras víctimas.
Antes de ser juzgado, Fred West se suicidó en prisión en 1995. Su esposa Rose fue condenada ese mismo año por diez asesinatos y sentenciada a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional, una de las condenas más duras de la historia judicial británica. Como dijo Brunt: “El veredicto del jurado fue que ella era tan culpable como Fred”.
La Casa de los Horrores de Fred y Rose West es más que un recuerdo macabro: es un recordatorio de hasta dónde puede descender la brutalidad humana, y de cómo, a veces, ni siquiera el tiempo logra sellar definitivamente las heridas.
Un nuevo documental de Netflix, que reconstruye los asesinatos macabros de la pareja, se estrenará el 14 de mayo.