La muerte del Papa Francisco conmocionó al mundo, que lo despide como un líder espiritual de dimensiones históricas. Quiero reflexionar sobre el legado, el reconocimiento mundial que obtuvo y la oportunidad que los políticos argentinos no supieron aprovechar.
Un Papa para el mundo, un hombre incomprendido en su patria
La muerte de Francisco dejó una sensación de orfandad espiritual en muchos rincones del planeta. Una voz visible en defensa de los desprotegidos. Líderes mundiales, referentes de distintas religiones, y millones de fieles reconocen a Bergoglio como una de las figuras más influyentes de nuestra era. No fue solo el primer Papa latinoamericano, también fue el pontífice que más se esforzó por acercar la Iglesia a los pueblos, por humanizar una institución señalada por su rigidez y sus excesos de opulencia.
No sólo reformó el Vaticano desde adentro, enfrentando resistencias internas y externas, sino que también dejó un legado de humildad, de cercanía a los pobres, de diálogo ecuménico y de compromiso con la paz mundial. Sus mensajes, siempre cargados de contenido social, hablaron de la necesidad de una economía al servicio del hombre, de un mundo sin guerras, de un planeta donde la dignidad humana esté por encima de cualquier interés político o económico.
Mientras afuera su figura se agigantaba, dentro de nuestro país era objeto de lecturas mezquinas y de interpretaciones reduccionistas. Se discutió más sobre su supuesta filiación política que sobre la profundidad de su pensamiento. Se lo quiso encasillar en las grietas locales, cuando su mirada estaba claramente puesta en horizontes mucho más amplios.
La política argentina y las fotos que no supieron honrar
En la vida política argentina, Francisco se convirtió, lamentablemente, en una postal de oportunidad. La dirigencia no supo -o no quiso- aprovechar la presencia de un compatriota que llegó a ser una de las voces morales más respetadas del planeta. En vez de acercarse a él para reflexionar o para inspirarse en sus enseñanzas, fueron simplemente a robar la foto.
La historia de las visitas al Vaticano de los políticos argentinos es, en gran medida, una crónica de oportunidades desperdiciadas. Cada dirigente que viajaba a Roma lo hacía con la esperanza de regresar con una imagen abrazando al Papa, un trofeo simbólico para sus campañas locales. La profundidad del mensaje de Francisco, su llamado constante a la unidad, al diálogo, al compromiso con los más humildes, quedó relegado a segundo plano. Importaba más una imagen retratada como portada que el encuentro de almas. Los principales protagonistas de ello fueron Cristina Fernández de Kirchner, Mauricio Macri, Axel Kicillof, Alberto Fernández y Javier Milei, entre otros. Todo lo malo, lo ambicioso y mezquino en contraposición a la generosidad. Nada han aprendido los malos extras de cine de vuelo corto y cabotaje, quienes quedaron como hormigas bajo la imagen gigante de un Papa que el mundo entero reconoce y llora.
Mientras tanto, en el exterior, los líderes del mundo lo distinguen como una figura de peso global. El contraste se volvió más doloroso todavía tras su fallecimiento: más de 70 jefes de Estado asistieron a sus exequias, en una muestra de respeto en reconocimiento a su obra. En paralelo, “la política argentina”, ensimismada en su frustrante pequeñez, parece no alcanzar a dimensionar su legado.
La dirigencia local no supo ver en Francisco un faro de reconciliación nacional. En lugar de abrazar sus ideales de unidad y reconstrucción social, prefirió capturar su imagen para alimentar el ego, para ganar una interna, para obtener un puesto más en listas plagadas de mediocridad.
Fuente: https://www.lapoliticaonline.com