Entre yuyos altos, espinas, basura acumulada y la amenaza constante de alimañas, todavía se sostiene a duras penas un juego de madera instalado hace más de cuatro años. Fue pensado como una atracción para los niños del barrio, en la plaza central de Villa El Dique, pero hoy está partido, con pedazos caídos y peligrosos, rodeado de víboras que los vecinos dicen haber encontrado en varias oportunidades. Ya nadie se anima a acercarse.
Ese juego, que alguna vez representó una esperanza de recreación y encuentro, se ha convertido en el emblema del abandono total que denuncian quienes viven en este sector de La Silleta, en Campo Quijano, a poco más de 20 kilómetros de Salta Capital. Y fue precisamente allí, en esa plaza descuidada y casi irreconocible, donde este domingo varios vecinos decidieron reunirse para reclamar por condiciones dignas de vida.
“Al principio los chicos venían a jugar, ahora ya no se puede. No es seguro. Está todo roto, yuyarales por todos lados. Encontraron víboras. Esto no es una plaza, es un monte”, dijo Rita, una mamá del barrio. Y con esa imagen, que resume lo que significa habitar Villa El Dique hoy, comenzó un reclamo colectivo que ya lleva años sin respuestas.
Una protesta que crece con la indignación
La reunión surgió de forma espontánea, pero el malestar venía acumulándose hace tiempo. A medida que los vecinos llegaron con sus pancartas, comenzaron a compartir a El Tribuno sus vivencias cotidianas, marcadas por el esfuerzo constante de sobrevivir en un barrio donde el Estado parece haberse retirado por completo.
“Nos sentimos completamente abandonados. No es solo esta gestión. Las anteriores tampoco hicieron nada. Pero ahora, ni siquiera nos escuchan”, expresó con resignación Marina Valderrama, otra de las vecinas que tomó la palabra.
Calles que desaparecen y arroyos que aíslan
El acceso a Villa El Dique ya es de por sí una odisea. Desde la ruta 51 hasta el fondo del barrio, las calles de tierra están destruidas. “Cuando llueve no se puede pasar. Hay días en que cruzar el arroyo es un riesgo, especialmente para los chicos o los adultos mayores. Tenemos que saltar piedras para tomar un colectivo o para ir a comprar pan”, relató Marina.
Pero eso es solo de un lado del arroyo. Del otro, donde también hay casas y familias, la situación es aún peor. “No hay luminarias, no hay recolección, ni siquiera se puede circular a pie. Los yuyos están tan altos que ni se ven las casas”, denunció Alicia Molina, quien vive allí desde hace 17 años.
“Para cada cosa, una nota… y nunca responden”
El hartazgo también se manifiesta en la burocracia y la falta de respuestas. “Para que te pasen la máquina, tenés que presentar una nota. Para que cambien un foco, otra. Para el desmalezado, otra más. Y si mandás un mensaje al delegado, ni responde”, dijo Carmen Suárez, visiblemente cansada. “El delegado Paco Vilte aparece cuando hay que trabajar en barrios privados como Los Robles, pero acá ni se asoma”, sumó otra vecina.
Expediente archivado: sin transporte, sin gas, sin obras
La comunidad asegura que desde 2022 han elevado petitorios firmados por casi todos los vecinos. “Nunca nos contestaron. En 2023 hicimos nuevos reclamos. Nada. Llamamos, mandamos mensajes, presentamos notas formales. Los expedientes están archivados. No hay ejecución de obras”, sentenció otra de las presentes.
Entre los reclamos más sensibles está el del transporte público. Actualmente, los colectivos no ingresan al barrio, por lo que muchas personas deben caminar varios kilómetros hasta la ruta. “¿Cómo llevás a tus hijos a la escuela con barro hasta las rodillas o cruzando un arroyo crecido?”, preguntó Guilfredo Alan, uno de los vecinos más antiguos.
También mostraron copias de legajos oficiales que aprueban obras como la canalización del arroyo y la construcción de gaviones para evitar desbordes, aprobadas pero nunca ejecutadas. “Hasta el gas pasó por la zona y no llegó a todos. Es como si más allá del arroyo no existiéramos”, expresó otra vecina.
“Pagamos impuestos, pero vivimos como si no existiéramos”
El enojo se multiplica cuando los vecinos cuentan que, a pesar de todo, siguen pagando impuestos y tasas municipales. Sin embargo, los servicios básicos los deben contratar por su cuenta. “Nos organizamos entre todos para pagarle a un particular que venga a cortar el pasto. Porque si esperamos al municipio, se nos comen los yuyos. ¿Y el alumbrado público que pagamos? No hay luces”, reclamó otra vecina.
Una plaza en ruinas… a punto de ser usurpada
El espacio verde que supo ser centro de encuentro comunitario hoy está tomado por la maleza y el deterioro. Y el abandono fue tal que el año pasado una fundación intentó usurpar el terreno. “Vinieron a pedir posesión. Jamás se acercaron a colaborar. Solo quisieron apropiarse del espacio que debería ser para los niños y la comunidad”, denunció Alicia.
La situación no es exclusiva de Villa El Dique. Barrios vecinos como Villa Lola, Villa El Sol y Villa San Antonio padecen problemas similares. “Es como si del puente para acá no existiéramos. No hay gestión, no hay obras, no hay política pública para nosotros”, lamentó Rita.
“No queremos discursos. Queremos obras”
El pedido es directo y contundente: que el intendente Lino Yonar, el delegado Paco Vilte y las autoridades provinciales recorran el barrio y den respuestas concretas. “Nosotros ya no sabemos a qué nivel reclamar. Municipio, delegación, provincia. Nadie da la cara. No queremos discursos, queremos obras”, dijeron los vecinos.
Mientras tanto, comenzaron a organizarse para formar un centro vecinal con personería jurídica, con la esperanza de que desde una estructura formal puedan acceder a recursos y ser escuchados. “Queremos que nos escuchen como comunidad, porque si vamos uno por uno, es como si fuéramos invisibles”, finalizaron.